El Estado Benefactor. Parte 3
El crack de la bolsa de Nueva York en 1929 generó una crisis que impacto en todo el mundo occidental. No solo económicamente sino también, y quizás especialmente, de manera ideológica. Mostró que el liberalismo económico no funcionaba, que las fuerzas del mercado en libertad afectaban a las sociedades en su conjunto, era necesario regular, controlar esa situación para evitar que volviera a suceder.
Al mismo tiempo los planes económicos quinquenales dirigidos por el régimen soviético parecían estar dando sorprendente resultados. En el otro extremo del espectro ideológico, el fascismo y el nazismo habían logrado controlar a los sindicatos y consiguieron que trabajadores y empresarios colaboraran juntos en beneficio de sus países, teniendo a sus respectivos gobiernos dirigiendo el proceso con resultados llamativos. Finalmente un economista inglés, John Maynard Keynes, vio en la participación y dirección en la economía de los respectivos gobiernos la solución para el problema de 1929, la clave estaba en la planificación por parte del Estado.
“…el capitalismo logró sobreponerse a la crisis con las políticas económicas propuestas por Sir John Maynard Keynes, donde se reestructuran fuertemente los fundamentos del capitalismo y se toman medidas estatales para restringir la concentración monopólica, combatir el desempleo y aumentar la demanda agregada impulsando los salarios altos y un consumo marginal elevado. El gasto público del Estado creció de manera importante, al igual que las condiciones de vida de los obreros. Desde el punto de vista ideológico, las políticas de Keynes lograron mitigar parcialmente las contradicciones de clase y sustituyeron la identidad de clase del obrero por la ego-ideología de la clase dominante cuyo sistema prometía una movilidad social. De esta manera, grandes masas de obreros fueron alienados a favor de la burguesía nacional de sus países, el caso más evidente sucedió con la Alemania nazi, donde los obreros apoyaron incondicionalmente al sinarquismo fascista representado por Hitler.”
La influencia Keynesiana fue enorme y duró décadas. Hasta los norteamericanos lo adoptaron en cierta medida. En México se tradujo en la creación de un sistema político que tuvo como eje la dirección del gobierno de las distintas fuerzas económicas, el control sobre los recursos estratégicos como el petróleo y la hegemonía de un partido dominante, el Partido de la Revolución Mexicana primero y posteriormente denominado Partido Revolucionario Institucional, en donde el Estado controlaba a su favor a la gran mayoría de la clase trabajadora pero también creaba las empresas en donde estos laboraban. Fue la época de oro del estatismo y el corporativismo nacional.
La segunda guerra mundial saco del escenario al fascismo y al nazismo, pero no al Estado Benefactor, por el contrario tuvo su mayor auge en las siguientes décadas. El New Deal norteamericano, la Francia de De Gaulle, por supuesto el crecimiento de todo el Bloque Comunista tanto en Europa como en Asia, las dictaduras latinoamericanas también tenían gobiernos que encauzaban a las distintas fuerzas productoras con buenos resultados para sus respectivas sociedades, parecía que el mundo había encontrado un camino seguro para el desarrollo económico y con justicia social.
Las élites políticas habían hallado una garantía para prolongarse en el poder, los trabajadores contaban con empleos seguros y control del salario, además de prestaciones cada vez mayores. Acceso a la educación, salud para la mayoría, ausencia de huelgas y protestas, estabilidad, crecimiento, subsidios a necesidades y áreas estratégicas. Son los años cincuenta y principios de los sesenta del siglo XX. El sector empresarial estaba divido, esta situación beneficiaba a la mayoría de los industriales de los países capitalistas pero mucho menos a los financieros.
Aunque fue una situación con muchas variantes dependiendo de cada país y su contexto, en términos generales el modelo de Estado benefactor parecía ser el mejor camino para equilibrar gobierno, mercado y sociedad. Ya fuese desde el extremo comunista hasta los gobiernos democráticos pasando por los niveles intermedios semiautoritarios y corporativistas como el de México. En todos estos casos era el Estado el rector de la economía y el encargado de distribuir la riqueza al resto de la sociedad.
Esto se logró con alcances muy diversos pero en todos los casos hubo un resultado común: una enorme deuda pública, un excesivo crecimiento de la burocracia y un estancamiento de la economía. En el ámbito político, acumulaba un enorme poder para las élites en detrimento de su sociedad. La crisis internacional de 1973 marcaría el fin del sueño del Estado de Bienestar.
“La participación del estado en áreas como la educación, la implementación de políticas asistenciales, la atención de la salud, etc. -además de hacerlo en otros rubros que no se mencionan aquí-, implicó un progresivo endeudamiento y la implementación de políticas impositivas cuya exigencia, en función de la categoría de contribuyente, en proporción afectaba a los productores más que a otros y por lo tanto esto se consideraba como injusto por cuanto implicaba una restricción a la libertad de crecer, desarrollarse y obtener mejores beneficios.”
En los años ochenta y noventa del pasado siglo surgió un nuevo modelo económico que se difundió a gran velocidad debido a dos circunstancias especiales: el impulso que le dio el Fondo Monetario Internacional y el banco Mundial, así como la caída y desaparición de la Unión Soviética y de todo el bloque comunista en occidente. Con esto se probaba que el Estado benefactor resultaba una carga imposible de mantener para sus sociedades. La respuesta fue el neoliberalismo: el Estado disminuido al mínimo, la economía regulada por las fuerzas del mercado, el libre comercio global y la proliferación del capital financiero. Una nueva era parecía que empezaba.