La historia económica del siglo XX ha demostrado que tanto el Estado benefactor como el neoliberalismo son dos extremos que las sociedades del siglo XXI no podemos mantener. Uno genera crisis económicas profundas cobrando así los beneficios del gasto social, el otro proporciona estabilidad pero termina por beneficiar únicamente a las élites, debe de haber un camino intermedio entre ambos, un equilibrio entre gobierno, mercado y sociedad.
El día de hoy hay experimentos interesantes, al parecer la socialdemocracia europea ha logrado ese punto intermedio, particularmente la de los países nórdicos. Que impulsan el crecimiento empresarial, facilitan la producción pero restringen el capital financiero, protegen las áreas estratégicas como energéticos y mantienen el gasto público en salud y educación. Todavía es pronto para ver sus resultados a largo plazo pero parece ser el camino más viable. El problema es que requiere de una amplia interacción con otras naciones, ya que el día de hoy no es viable ni posible sustraerse del vínculo global.
Tecnología y globalización de la información son legados del neoliberalismo que llegaron para quedarse.Hay consenso de que acceso a la salud y oportunidades educativas deben de ser para todos o al menos para la mayoría, legado de las economías dirigidas. Tampoco se desea el retorno a gobiernos autoritarios o semiautoritarios, los regímenes democráticos, aunque cuestionados, son los que poseen mayor legitimidad en la actualidad. Pareciera ser que lo que se busca es lo mejor de ambos extremos.
En México todavía no transitamos esos caminos, el régimen actual sigue apegado estrictamente a las medidas neoliberales a pesar de muchas críticas en contra y sus malos resultados. Por otra parte la oposición de izquierda sigue soñando con el inoperante Estado benefactor, clientelar y paternalista. El centro (PAN principalmente) todavía no genera una propuesta socialdemócrata eficaz y sigue sin saber qué camino seguir.
El camino parece estar marcado por la experiencia europea: integración (a pesar del Brexit), globalización comercial, cultural y científica pero financiamiento estatal a salud y educación, así como protección a sectores clave para cada nación, como el de los energéticos. Ni el Estado mínimo neoliberal ni el Estado omnipresente benefactor.
En nuestro país se traduciría en desaparición del corporativismo y del clientelismo, practicas vigentes pero pertenecientes al antiguo sistema benefactor, protección a hidrocarburos (lo que no parece ya posible ante la reciente reforma energética) intensa inversión pública a salud y sobre todo a educación, especialmente a la investigación científica para impulsar aceleradamente el crecimiento de la planta productiva, ya que es muy pequeña para generar desarrollo actualmente. Para que esto funcione es necesario una sólida democracia, de la que carecemos al no tener una sociedad capacitada para ello y poseer una clase política cerrada y anacrónica. El futuro de nuestra economía y de nuestra política debe empezar a recorrer estos senderos lo más pronto posible, para integrarnos a la brevedad a lo que parece ser la tendencia de este siglo.