En la película “El espinazo del diablo”, del director Guillermo del Toro, uno de los personajes describe a los fantasmas como “un instante de dolor quizás, algo muerto que parece por momentos vivo aún, un sentimiento suspendido en el tiempo como una fotografía borrosa, como un insecto atrapado en ámbar”, pero ¿qué pasa cuando estas presencias insistentes y misteriosas habitan un lugar? ¿Cuando los hilos invisibles y peligrosos del miedo rodean un espacio concreto?
Para el escritor Charles Robert Maturin —conocido como “el último y más grandes de los góticos”— una casa embrujada es una puerta hacia lo desconocido, la incertidumbre y el miedo.
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También lo asegura Shirley Jackson, autora de la novela fundacional “La maldición de Hill House” —quizá la novela más famosa sobre construcciones envenenadas por un mal primigenio— “una casa embrujada es el temor convertido en espacio, en el magma mismo del horror”.
Por supuesto, no se trata de una idea reciente. Por siglos la posibilidad de que castillos, hospitales, abadías e incluso pequeñas casas familiares estuvieran habitadas o poseídas por entes invisibles fue una idea frecuente y formó parte de numerosas leyendas alrededor del mundo. Plinio el Joven (61-114) contó en sus epístolas sobre “lugares malditos por muerte reciente”; también lo hizo Luciano de Samosata (121-181), quien describió presencias inexplicables de enorme poder en lugares “asolados por el dolor”; poco después, Flegón de Lidia narró —en una extraña composición titulada “Sobre los hechos maravillosos”— sucesos extraordinarios acaecidos en cementerios, abadías y “allí donde la muerte mora”; finalmente, Valerio Máximo analizó el fenómeno de “casas habitadas por demonios y horrores” en su libro “Dichos y hechos memorables”. A pesar de las evidentes diferencias entre los sucesos misteriosos descritos por los autores, todos parecen coincidir en la posibilidad de que un lugar sea el origen de fenómenos inexplicables; como si se tratara de la materialización del miedo y los horrores. Las casas embrujadas sintetizan todo tipo de supersticiones ancestrales y la profunda incertidumbre sobre lo desconocido.
Una de las primeras historias sobre casas atormentadas por el recuerdo de sus muertos o por las tragedias de las que fueron escenario, es la que narra Plinio en sus obras. El escritor habla de “una casa espaciosa, pero desprestigiada y funesta” en Atenas, sobre la que corrían todo tipo de rumores debido a los “hechos inconfesables” ocurridos en ella durante décadas. La construcción había sido escenario del asesinato de toda una familia; según el escritor, la casa permaneció vacía por varios años, debido a que en medio del silencio de la noche se oían sonidos de hierros y cadenas. Por último, Plinio aseguró que en los terrenos de la casa “aparecía un espectro, un anciano consumido por la delgadez y el abandono, de barba larga y cabellos erizados” que llevaba y sacudía grilletes en sus piernas. Los rumores generados alrededor de la construcción motivó al filósofo Atenodoro —conocido por su escepticismo— a pasar la noche en ella.
El filósofo narra que a media noche y “en medio del estrépito de objetos y la oscuridad”, logró comunicarse con la singular presencia que habitaba la casa. Aterrorizado, Atenodoro pidió al espectro revelar sus motivaciones y observó que la figura señalaba hacia uno de los jardines interiores de la propiedad. El filósofo memorizó la ubicación y al días siguiente reunió a varios testigos para hacer una inspección; tras excavar encontraron huesos revueltos y un cuerpo putrefacto encadenado. Cuenta Plinio que una vez que los restos fueron enterrados según los ritos tradicionales, “la casa quedó libre y en silencio”.
El fenómeno de la casa embrujada es mucho más que meras aseveraciones alegóricas sobre la oscuridad psicológica y espiritual del hombre; es también el terror que provoca la incapacidad de dar explicación a lo que nos rodea. Como género literario, las casas embrujadas son un análisis muy concreto sobre la forma en la que percibimos y analizamos el miedo como parte de una nueva dimensión de la vulnerabilidad. Después de todo, el hogar suele ser el símbolo de lo privado, y su destrucción —el ataque al ámbito personal— destroza desde sus cimientos la identidad. De manera que la casa embrujada es quizá la más profunda violencia irreversible y la pérdida de lo privado.
Quizá por ese motivo “La caída de la casa Usher” —cuento de Edgar Allan Poe— refleja mejor que cualquier otra obra esa retorcida percepción sobre el miedo que tiene como origen lo rutinario. Se trata de un relato corto que recorre no sólo los dolores y temores de los habitantes de una vieja casa, sino el rostro inquietante del lugar. Con frases como “los relieves de los cielorrasos, los oscuros tapices de las paredes, el ébano negro de los pisos y los fantasmagóricos trofeos heráldicos rechinaban a mi paso”, “el moblaje en general era profuso, incómodo, antiguo y destartalado, habían muchos libros e instrumentos musicales en desorden”, Poe dotó a la vieja Mansión Usher de una tenebrosa personalidad. Las descripciones reconstruyen el ámbito familiar en un horror nuevo y difícil de definir.
Este relato, angustioso y pausado, insiste en comprender al hombre —su circunstancia y sus vicisitudes— como una idea que da origen a todo el horror. El escritor redimensiona la cualidad del miedo, lo humaniza y además reflexiona sobre la existencia a través de metáfora e insinuaciones oscuras: el alcoholismo de uno de los personajes, las enfermedades, la debilidad mental, la violencia disimulada entre las relaciones familiares. El ambiente melancólico del caserón sugiere no sólo la devastación definitiva, sino la lenta caída a los infiernos de los personajes.
Las criaturas y monstruos son también símbolos habituales de los lugares embrujados. En “El castillo de Cárpatos” (Julio Verne, 1892), el escritor no sólo utiliza las supersticiones locales sobre espíritus temibles, sino que los dota de un significado que sostiene la percepción innegable de una fuerza siniestra como motor de la narración. En esta ocasión la casa embrujada es en realidad el hogar de un monstruo; aunque Verne no profundiza en los aspectos más terroríficos del género, sí logra brindar una nueva perspectiva de los espacios como metáforas de la privacidad. Su castillo está lleno de sangrientas historias, es una vuelta de tuerca al habitual espacio encantado.
Resulta notoria la influencia del relato de Verne en la obra cumbre de Bram Stoker, “Drácula”. Para Stoker, el castillo del Conde vampiro es un elemento de enorme importancia para sustentar la atmósfera aprensiva de la novela. Stoker no duda en dotar al castillo de todos los atributos del espacio gótico por excelencia.
No obstante, hay algo retorcido en la enorme construcción que va más allá de la historia o el peligroso depredador sobrenatural que la habita: Stoker propone una visión del miedo desde un punto de vista anecdótico, pero sobre todo como un peligro latente. Cada habitación del castillo parece estar condenada por sus propias anécdotas sacrílegas, como si se tratara de un laberinto de lascivia y terror, de terror y seducción.
Por supuesto, el género de “casas embrujadas” y su simbología es mucho más que un análisis literario. Su influencia en la cultura popular parece abarcar todo tipo de implicaciones. ¿Por qué resulta tan intrigante la comprensión de la casa o de los espacios domésticos como fuente de horror” La novela “Perdidos en la noche” (John Boynton Priestley, 1927) analiza el tema desde la perspectiva del hogar como un refugio, una fortaleza contra lo insano y lo temible. Por otro lado, “La mansión de los horrores” (William Castle, 1959) innova también en el concepto de la casa como una trampa; este espacio seguro se transforma en una amenaza directa para quienes buscan refugio.
¿Qué es un fantasma? Quizá no haya una sola manera de definir un fenómeno semejante, pero sí de analizar los terrores que invoca en nuestra mente. Una manera de mirar la oscuridad, de asumir la existencia de lo desconocido, de la frontera misma entre lo que consideramos real y el abismo de la imaginación.
FUENTE: CULTURA COLECTIVA