El duelo es una forma de despedida, de aceptación profunda de un adiós y la construcción de un nuevo significado de vida, un nuevo sentido en el que la realidad manda sobre el deseo.
No hay duelo saludable sin realismo duro y crudo. Los procesos que contribuyen significativamente a deslastrarse del individuo ausente son los rituales, los cuales podrían definirse como actos simbólicos por medio de los que puedes quedar en paz. En el caso del duelo afectivo, un ritual es una «ceremonia», no para reafirmar el vínculo, como en el caso de una persona fallecida, sino para ratificar y procesar adecuadamente la disolución definitiva. Este reconocimiento «protocolar», acompañado de una acentuada e intensa actividad emocional, pretende cortar y eliminar todo vestigio de autoengaño o esperanza inútil, y establecer un alejamiento concluyente de parte del doliente. Los rituales permiten aceptar los hechos, fomentar la expresión de dolor y hacer una especie de «borrón y cuenta nueva» para seguir adelante.
Todo esto pasa asumir posturas, sentar las bases para la inteligencia emocional y proceder con una serie de cuestionamientos que te ayudarán a ordenar con tu cabeza el caos en tu corazón y así lidiar con tu situación, pues a menudo se dan circunstancias y contextos para que una relación que se daba por terminada pretenda resucitarse y eso, por muy alentador que suene para ti, puede de hecho ser contraproducente, un arma de doble filo, definitivamente no tan positivo ni mucho menos fácil com piensas. Al fin y al cabo, en estos asuntos es mejor ser precavido, consciente y aprender de las experiencias para tener mejor perspectiva. Quizás haya factores distintos en cada relación —hijos, años, compromisos legales, económicos, etc.—, pero en todo caso es preciso analizar mejor las cosas. Por esta razón, te compartimos cuatro preguntas que puedes hacerte para atacar racionalmente las ganas de volver con esa persona que te rompió el corazón, según el libro Ya te dije adiós, ahora cómo te olvido, de Walter Riso.
¿Qué te hace pensar que tu ex ha cambiado?
En el amor, la «buena voluntad» es necesaria mas no suficiente para revivir una relación. El cambio debe estar «científicamente» sustentado. Vale la pena preguntarte ¿qué ha hecho tu ex para que hayas notado un verdadero cambio? ¿Acaso pidió ayuda profesional, tuvo una epifanía, pidió ayuda del más allá o encontró una señal en una nueva religión? Porque a veces sucede, pero es preciso tener claro que dicho asunto no puede jamás depender de soluciones mágicas, simplistas o ensoñadoras. Se necesita algo más concreto. Profundiza en el tema y evalúa las verdaderas intenciones de tu ex y sus habilidades para llevar a cabo semejante empresa. Así sabrás si vale la pena retomar la relación.
¿Qué tanto has cambiado tú desde la relación?
Se trata de un asunto entre dos personas, así que sobre ti también recae una responsabilidad de reflexión. Revísate mentalmente y analiza qué hay de nuevo en ti que permita que la relación dé un vuelco y funcione. ¿La paz ha llegado a tu vida, has cambiado tu visión del mundo, te has dado cuenta de tus errores, la ansiedad ha bajado, has madurado? Piénsalo y haz tu pronóstico. Aclara tu panorama si estás obsesionado con regresar a los brazos de tu ex con una pregunta: ¿por qué quieres darle una segunda oportunidad? ¿Sólo tienes miedo a la soledad? ¿Te preocupa el qué dirán? Ésas no deberían ser razones reales.
¿Todavía amas realmente a tu ex?
Hay que tener muy claro qué sientes en verdad, cuánto quedó de aquel amor y si los restos alcanzan para intentar una nueva aproximación. ¿Qué sientes por tu ex? ¿Nostalgia por lo que pudo ser y no fue? ¿Amistad erótica? ¿Lástima? Las razones podrían ser variadas y, honestamente, las peores. Por otro lado, muchas veces un amor puede permanecer detenido en el tiempo, como encapsulado, y con un pequeño impulso se expande y florece nuevamente, siempre y cuando la historia de la relación no haya dejado heridas en lo que se refiere al respeto y la dignidad de ninguno de sus integrantes.
¿Tienes la paciencia necesaria para recomenzar?
No es tan fácil cultivar el don de la paciencia. Esperar con tolerancia y entereza el tiempo suficiente para que la relación prospere y dé frutos requiere de un espíritu especial, casi estoico. Aun así, la «perseverancia amorosa» tiene sus límites. Lo más importante es entender que ser paciente no se traduce como estar resignado ni tiene que ver con mansedumbre obsecuente. No tiene sentido «esperar» a que tu pareja «tome consciencia» de que no debe mentirte y engañarte para ver si decidió amarte finalmente. La paciencia es una virtud, pero sólo cuando tiene un sentido de respeto, que no te pasen por encima ni violen tus derechos más humanos.
Fuente: Cultura Colectiva
