Conocí el aeropuerto de Cancún en 1988, cuando la única terminal, la conocida actualmente como número dos, era el 25% de lo que es ahora.
Eran tiempos en los que se podía llegar sin restricción alguna a la sala de control aéreo o caminar en los hangares.
En ese entonces, los trabajos del llamado edificio “satélite”, una estructura poligonal con la que se decía el aeropuerto entraría al primer mundo porque tendría aeropasillos y otras comodidades, estaban abandonadas, debido a que el gobierno federal se quedó sin presupuesto como consecuencia de la severa crisis económica por la que se atravesaba.
Eran tiempos en los que había fuerzas políticas que se oponían al proyecto salinista de concesionar los aeropuertos, porque consideraban que se afectaba la soberanía nacional, pero al final el proyecto del edificio “satélite” se concesionó en 1993 al consorcio yucateco Dicas de Emilio Díaz Castellanos, con fuerte influencia del actual senador Emilio Gamboa Patrón.
Con esa concesión se dio la primera gran transformación del aeropuerto de Cancún y una vez vencidos varios paradigmas y tabúes, el gobierno de Ernesto Zedillo Ponce de León entregó en 1998 la concesión del aeropuerto a Aeropuertos del Sureste (ASUR), junto con otras ocho terminales aéreas del sur-sureste de México.
A partir de entonces, la transformación del principal aeropuerto turístico del país, el segundo en importancia de toda la red aeroportuaria, fue permanente, imparable, acompañando el crecimiento económico del Caribe Mexicano, incluso, adelantándose a la demanda futura.
Hoy, según datos de ASUR, el aeropuerto de Cancún mueve el equivalente al 80% de los pasajeros que pasan por la terminal aérea de la ciudad de México. En los próximos dos años atenderá a 31 millones de viajeros en instalaciones que incluyen dos pistas de uso simultáneo, lo que no tiene ninguna otra terminal aérea del país.
Tan solo la terminal cuatro que inauguró el presidente Enrique Peña Nieto el lunes pasado es más grande que el aeropuerto de Monterrey, la segunda ciudad más importante de México y si por sí sola fuera un aeródromo sería el cuarto más importante de México.
En el aeropuerto de Cancún se puede resumir la importancia nacional e internacional que ha alcanzado el Caribe mexicano. Es muestra palpable de los logros de una economía regional en 28 años –de 1988 a 2017-, en el que se han enfrentado cuatro huracanes destructivos: dos en la zona norte y otro par en el sur y se superó el que quizá ha sido el peor de los obstáculos: la catástrofe económica que significó la epidemia de influenza en 2009.
Pero también nos recuerda el enorme tramo que aún hay que caminar para resolver otros retos, los de índole social que siguen acumulándose en las grandes ciudades del estado, rezagos para los que no habrá solución en el mediano plazo por la falta de recursos federales.
El crecimiento del aeropuerto de Cancún se paralizó algunos años, hace más de 20, por cuestiones financieras.
El rezago social debe encontrar pronto altura de miras para una solución que respalde con mejores condiciones de vida el esfuerzo que se hace en otros rubros para mantener la viabilidad económica del destino.
Por más bonita que sea la fachada y espléndido sea el frutero del comedor, el desorden que se esconde en el clóset terminará por explotar si no se ordena.