Un recorrido por la sociedad contemporánea en busca de comprender los unboxings, influencers y las redes sociales.
La Real Academia de la Lengua define al «voyerista» como aquel personaje que siente un alto nivel del placer tras la observación de escenas íntimas o eróticas, en resumen: un mirón que disfruta de ver disfrutar a otros.
Si bien esta palabra de origen francés puede parecer extraña para muchos, hoy se puede interpretar como la base del mercado virtual que se ha desarrollado en los últimos años.
La sociedad contemporánea, que se jacta de cierto racionalismo, en realidad poco a poco se ha concentrado en toda una gama de placeres virtuales —esto si entendemos lo virtual como algo alejado de una realidad palpable—, que se ha establecido en el placer de ver a otros mientras disfrutan no sólo en el básico sentido de la pornografía pura y dura, que ha existido por siglos, sino en el placer que puede llegar a provocar la observación de un sujeto desconocido que abre el empaque de un producto tecnológico frente a una cámara de vídeo u observar a otro disfrutar de un videojuego.
La fuerte influencia de las redes sociales, la imperiosa necesidad de visibilidad y el impulso consumista que provoca el sistema económico prevalente, ha logrado crear un voyerismo que escapa del erotismo propiamente dicho, ya no está en la pornografía la existencia única del término, hoy puede hallarse en aquellos millones de consumidores que se pasan horas en sitios como YouTube, Snapchat e Instagram para observar las actividades de otros.
Se trata de un placer que nunca antes fue tan evidente como hoy y que jamás se realizó de forma tan masiva y abierta, es tal cual una suerte de filia popularizada que se ha constituido en una parte fundamental del mercado.
Los populares unboxign se viralizan a puntos inimaginables, en el pasado el desempaquetado de un nuevo producto no era más que un proceso obligatorio para poder palpar y probar el producto, pero hoy se ha logrado establecer en aquella apertura un instante de privilegio y de intimidad, luego vendrá la review en la que se observa cómo el producto cumple sus funciones lejos del alcance real del observador.
Millones de personas disfrutan, dan like o comentan agradecidos este tipo de producciones que parecen suplir alguna necesidad, un consumismo a distancia que no provoca más que un placer visual.
Mucho se habla sobre la sociedad contemporánea, series como Black Mirror representan lo que puede ser o lo que ya es el mundo que habitamos; sin embargo, estos placeres visuales se convierten cada vez más en un medio para dejar de vivir para volvernos meros observadores de realidades virtuales, provoca al consumidor con empaques, revisiones, datos, pruebas lejanas y lo convierte en un mirón que disfruta con el sonido de las envolturas y la seguridad de que lo que hace es sólo informarse sobre un producto, que en muchos casos, jamás consumirá.
Esto, queridos lectores, es voyerismo puro, placer fundado a través de una ventana, una mirada que no sólo perpetua el impulso consumista absurdo de estas épocas; de igual forma fortalece el interés por la vida del otro y el placer lejano frente a la existencia propia y el disfrute de cada uno de los pequeños instantes que ofrece el mundo real.
El famoso psicoanalista Erich Fromm destaca en su libro El miedo a la libertad aquella transición en la que el hombre debió matar a Dios, en términos de Nietzsche, para intentar sobrevivir de forma solitaria y “libre” en el mundo; la señala no como un acto de rebeldía absoluta hacia las estructuras de poder implantadas históricamente, sino como el momento en que el hombre logró percibir el miedo a la soledad, el temor que puede llegar a causar la sensación de no tener un algo superior que controle los designios del tiempo; allí, en ese momento histórico en que el hombre intenta ser por sí mismo, descubre que en realidad su subsistencia no puede partir de una libertad absoluta, y de nuevo, más allá del análisis que plantea Fromm, la existencia del voyerismo mercantilizado demuestra que no existe mayor placer que disfrutar de una virtualización de la realidad, de un alejamiento de la existencia real hacia el deseo idealizado, pues Dios, como representación de la máxima perfección posible, no es más que una extensión virtual del hombre y aquel placer que genera la observación de otras vidas en la red no son más que la falsa extensión de la vida contemporánea que ritualiza el consumo, ya que la apertura de una caja se convierte en la culminación de aquella ceremonia capitalista.
Aceptarlo o no, esta es la realidad en la que se desarrolla la sociedad contemporánea, si bien ha logrado hacer escapar al voyerista que se lleva dentro y libra al hombre de la culpa que puede generar el fisgoneo, también ha legitimizado la necesidad de ver al otro y genera una suerte de espionaje convenido en el que aquellos influencers son tomados como gurús del consumismo, mientras el desconocido que observa se transforma en una cifra, un visitante, un seguidor o una reproducción más, que impulsa de manera económica a un sector mientras el otro recibe a cambio un placer vacío, como la mentalidad misma del sistema que constituye el desempaquetado de un producto como potencialidad de consumo.
Así, desde la transición de una sociedad hacia el voyerismo legitimado hasta la perdida de la privacidad de la existencia contemporánea; las redes sociales navegan por un río revuelto plagado de dificultades en el que no logra percibirse un rumbo concreto, pero sí miles de posibilidades nocivas para aquellos que aún idealizan al hombre como un ser absolutamente racional.
De esta forma, a través de la construcción de estimulantes rituales meramente visuales, es posible contemplar la época contemporánea como la única en que se desea ser fisgoneado por el mayor número de desconocidos posibles y en la que, tal como planteó Hannah Arendt al analizar el sistema político Nazi, es mucho más potente la fuerza del número que masifica al hombre en meros grupos amorfos que la potencia de la individualidad de aquellos que no hacen parte de la viralización de una idea vacua.
En definitiva, el aparente placer que causa observar a los otros se corresponde con la profunda necesidad humana de huir a la propia realidad y de percibir, así sea por un instante, el fuerte sentimiento de soledad que logra llegar a producir pensar por sí mismo.
FUENTE: CULTURA COLECTIVA