En la obra de Maquiavelo está el rostro duro, crudo, de la acción política, desprovista de los ropajes ideológicos o éticos.
Maquiavelo aconseja disfrazar los objetivos y utilizar argucias para el mantenimiento del poder, tomando en cuenta que la naturaleza del hombre es mala y que no se puede confiar en las buenas intenciones sino en lealtades probadas de diferentes maneras a lo largo del tiempo.
Nicolás Maquiavelo utiliza el ejemplo de Alejandro Sexto para enfatizar que el engaño y la manipulación son inherentes al ejercicio del poder. El jerarca de la iglesia que menciona utilizó brillantemente la técnica del engaño para alcanzar sus fines porque conocía a la perfección el terreno y la gente donde actuaba, y por lo tanto sabía que debía darle a cada cual.
Uno de sus planteamientos acerca de la esencia del poder y del perfil del gobernante es que quien ejerce el poder debe ser diestro en el arte de la manipulación y la seducción mediante el lenguaje. Es a través del lenguaje como se logra la manipulación de las creencias y expectativas de un pueblo para conquistar su lealtad incondicional.
Para Maquiavelo es importante conocer las pasiones de sus súbditos, y en nuestra época, de la sociedad, para saber confundir y poder avanzar. Maquiavelo considera que el pueblo es manipulable por naturaleza, y antes de que lo manipulen los enemigos del gobernante, éste debe hacer uso de todos los recursos para mantener la tranquilidad de su territorio.
Uno sus consejos que han pasado a la posteridad es: “los Príncipes deben ejecutar a través de otros las medidas que puedan acarrearle odio y ejecutar por sí mismo aquellas que le reportan el favor de los súbditos. Debe estimar a los nobles, pero no debe hacerse odiar del pueblo”.
Este último párrafo sintetiza una filosofía pragmática para el ejercicio del poder que requiere sensibilidad e inteligencia. Tener buenas relaciones con los nobles pero no hacerse odiar del pueblo, sino ante la gente ofrecer gracias y favores. El Príncipe es una obra que Nicolás Maquiavelo legó a la humanidad y que nos ayuda a entender el ejercicio del poder y el quehacer político, pero sobre todo para conocer la condición humana.
Desgraciadamente los políticos de hoy lo citan pero no lo leen. De lo contrario la política de hoy tendría más humanismo y, sobre todo, más inteligencia.
Los tiempos corren. Las definiciones están en puerta. El pragmatismo se ha impuesto.
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