La noticia de los tres estudiantes de cine asesinados y disueltos en ácido, en Guadalajara, fue noticia mundial. Desde Escandinavia hasta Tierra del Fuego -e inclusive en Oriente- los medios siguen dándole espacio a un hecho que, sin embargo, parece transcurrir inadvertido en casa.
Porque mientras en otros países destacan la saña, en un contexto permanente nutrido por antecedentes también macabros, aquí intentan situarlo en una lista de hechos supuestamente aislados, apostando al olvido. Uno más.
Pero la verdad nos espeta en el rostro. O debiera ser así. Porque no es normal pero sí común: desde Cancún hasta Tijuana se cuentan los desmembrados con quietud que debiera espantar. Aunque ni siquiera sorprende ya. Nos hemos mal acostumbrados a que la cifra de 200 mil muertos en una década se ensancha. Quién sabe hasta cuándo.
Para muchos no hay salida. Para muchos es una guerra perdida. En el ámbito nacional la violencia está lejos de ser controlada. Los números reflejan que los meses más recientes han sido los peores en años, y ello ocurre en un marco electoral en que las alternativas de solución concretas son prácticamente inexistentes. O escasamente conocidas y confiables.
Estamos mal. El Estado Mexicano ha sido incapaz de elaborar investigaciones tempranas y eficientes, y los habitantes, ensimismados en sus problemas. No tienen tiempo para voltear a ver problemas de otros. Son miles indolentes ante la desdicha.
De acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Geografía más de 210 mil homicidios fueron registrados entre 2007 y 2016; de esos, más de 107 mil fueron de personas entre 15 y 34 años. Según el Registro Nacional de Datos de Personas Extraviadas o Desaparecidas, de 34 mil en calidad de desaparecidas, el 35% tiene 29 años o menos.
La juventud es el grupo etario en peligro permanente. Quienes entran en el “negocio” continúan en él debido a las condiciones sociales y económicas que les “obligan”, han querido explicar los expertos.
¿De verdad no hay opciones ni escapatoria? Es aterrador el panorama, peor aún, cuando algunos aseguran que lo peor está por venir.