El actual presidente de México, López Obrador recorre semana tras semana el país; viaja de manera constante, realiza eventos, hace inauguraciones, da ruedas de prensa en diferentes sitios, incansable escucha a todos los que puede, saluda sin cesar, aunque da respuestas a las múltiples demandas en ese tono parsimonioso, lento, exasperante, que le permite controlar cada palabra que emite. Pero aun así responde, declara, da discursos, habla constantemente. En sus primeros meses ha realizado una gran variedad de reparaciones simbólicas hacia ese México olvidado, quizá la más espectacular aunque la menos recogida por los medios de comunicación: Dejar la residencia oficial de los Pinos y abrirla al público. Una especie de Toma de la Bastilla metafórica.
Las reparaciones simbólicas de Obrador fueron una decisión inteligente de un político que sin duda tiene un claro diagnóstico del México actual: Una sociedad dolida. Este fue el título de un libro publicado por Juan Ramón de la Fuente, psiquiatra, ex rector de la UNAM y actual embajador de nuestro país en la ONU. Que retrata claramente a la amplia masa de mexicanos profundamente decepcionados, incrédulos y enojados por los años de desigualdad, injusticia y destrucción de su élite gobernante.
Obrador tuvo claro esto, lo aprovecho en su campaña electoral y le dio los frutos anhelados. El simbolismo de sus primeras decisiones ha sido una respuesta a esas necesidades, pero no ha sido suficiente. La violencia del crimen organizado sigue asolando el país, también permanecen casi todos los integrantes de esa élite corrupta, enriquecidos y conocedores de los secretos de la oscura maquinaria burocrática nacional. Por otro lado la mayoría de la clase empresarial lo ven con recelo todavía, temiendo que en algún momento aparezca un fantasma socialista, que les quite los privilegios que consiguieron en ese rio revuelto que fue el régimen neoliberal.
También la sociedad dolida sigue ahí, con el pequeño alivio que dan las nuevas esperanzas, las que parecían imposibles de renacer. Obrador se empeña en mantenerlas, hace todo lo que tiene a su alcance: Promete, toma decisiones rápidas, tranquiliza, enfrenta, se mantiene optimista, muestra fuerza, se contradice. Mientras día a día reconstruye el poder presidencial y un nuevo Estado benefactor.
El escenario internacional no ayuda. El mundo todavía es neoliberal, los intereses trasnacionales se imponen, a pesar de los cuestionamientos académicos y el avance a contracorriente de la Europa ilustrada. Por supuesto esta Trump, ese bravucón en la silla presidencial de la principal potencia mundial. El Presidente mexicano y su equipo parecen haberle tomado la medida, les queda claro que lo suyo es el espectáculo pero no cumplir las constantes amenazas. Como se ha hecho en otras ocasiones en el pasado, al Imperio le ganan tiempo hasta que los aires cambian de dirección.
Pero el enemigo más grande es intangible, el tiempo. Las expectativas que levantó fueron muy altas, el México dolido espera resultados pronto, la esperanza es frágil por tanto engaño. Sus contrincantes también esperan, que no haya logros en el corto plazo.
¿Qué tiene López Obrador a su favor? Un equipo leal con algunas personalidades brillantes, la credibilidad de miles de mexicanos hartos del régimen anterior, su conocimiento de la cultura política nacional, su control del discurso y la agenda pública. Son las herramientas que posee para la reconstrucción de una Estado Benefactor con tintes keynesianos en pleno siglo XXI.