Supongamos que llega un nuevo grupo al poder político en un país latinoamericano, reorganiza el gobierno, toma algunas decisiones buenas y otras malas. Al haber algunas urgencias, le da un papel secundario a la educación. Pasa el tiempo y empieza a una leve circulación de élites; nuevos cuadros ocupan algunos puestos públicos que dejan vacantes los de mayor edad. Los recién llegados descubren que la población más educada es difícil de controlar, inclusive se opone, deciden reducir más la inversión en educación.
El tiempo sigue corriendo y surgen nuevas generaciones de gobernantes relacionados con la anterior. Pero estos estudiaron en un esquema educativo de menor nivel por el desdén de sus antecesores. Por lo que no tienen ética, su visión es inferior, no entienden nada de lo que dicen sus asesores, ignoran lo que significa la gobernanza, son totalmente influenciados por potencias extranjeras y su régimen termina en desastre.
La población gobernada, desesperados, le dan cabida a oportunistas igual de ignorantes y carentes de valores que asumen el poder. Llegan prometiendo soluciones mágicas, pero no resuelven nada, no saben, ignoran que no saben, pero tampoco les importa, son profundamente corruptos, herederos de un nivel educativo y moral pésimo.
Nuestro país latinoamericano vive la ausencia de gobierno, solo existe una simulación de este. Finalmente pierde el poder la élite que dirigía, su pueblo ya no los tolera.
Regresan al gobierno integrantes de la clase dirigente más antigua, los que tenían algo de conocimiento e interés por el bien común, acompañados con algunos cuadros jóvenes con buenas intenciones.
Tienen la urgencia de resolver, de gobernar, pero el escenario es sumamente complejo. Atienden la economía, la seguridad, la distribución del ingreso pero de nuevo la educación es dejada al final. ¿Qué le sucederá a este país latinoamericano?
En otro escenario, esta clase gobernante que retoma las riendas, entiende la importancia de la educación, sabe que es indispensable formar ciudadanos pensantes, que comprendan el bien común, que valoran la solidaridad.
Con el tiempo surgirá una nueva generación de políticos, entienden la importancia de la correcta distribución de la riqueza, del conocimiento y la honestidad en la administración de los recursos públicos. Hacen crecer las universidades, la ciencia y el avance tecnológico. Se genera una industria con trabajadores y jefes conscientes del bien común. El poder de la clase dirigente disminuye, porque se distribuye entre esta sociedad más educada. El país mejora en el mediano plazo.
Es verdad que este país latinoamericano desarrollado tiene una clase dirigente menos rica que sus antecesores, pero viven en un país mucho más estable, seguro y próspero, La población, incluidos los políticos y sus familiares, se encuentran más satisfechos, en un entorno más cordial.
La oleada de regímenes latinoamericanos de izquierda, le dio distintos niveles de importancia a la educación de sus pueblos. Países como Uruguay que invirtieron más, han tenido mejores resultados aunque lentamente, sin cambios espectaculares, pero sólidos. Los países que desdeñaron el conocimiento siguen padeciendo inestabilidad política y económica a pesar de las transformaciones dramáticas en el corto plazo. En la experiencia de nuestros vecinos hay importantes lecciones para México.