REDACCIÓN: Samuel Cervera
COLUMNA: EL ESPEJO DEL TIEMPO
Hace unos pocos años hubiera sido impensable un proceso de revocación de mandato a la figura del Presidente de la República. Más allá de la discusión coyuntural sobre si el actual mandatario continuará o no su gestión según el resultado del ejercicio, hay que verlo en su contexto histórico, Es un ataque directo al presidencialismo, que distinguió al sistema política mexicano durante casi un siglo.
El Presidencialismo fue un auténtico atentado a la democracia, fue como acertadamente se denominó, una “dictadura perfecta”, fue la mayor perversión de las demandas sociales de la Revolución Mexicana. En los años posteriores a esta lucha armada surgió como una posible solución al conflicto latente que se gestaba cada vez que había una sucesión presidencial; la “familia revolucionaria” decidió que el Mandatario en turno tuviera enormes facultades meta constitucionales pero solamente durante el periodo que durará su gestión. De esta manera nuestro país tenía una especie de rey-presidente durante 6 años, que al irse se llevaba consigo a una parte importante de su grupo, de esta manera había una controlada circulación de élites, acompañada de ciertos cambios en el sistema político pero no existía democracia, solo una simulación de esta.
El mecanismo fue acumulando facultades y privilegios cada vez mayores en torno a la figura presidencial, su propio palacio-ciudad en “Los Pinos”, el Estado Mayor Presidencial como guardiana pretoriana, pero nada daba más poder como la capacidad de nombrar a los futuros gobernadores, Jefes del Distrito Federal, dirigentes del PRI, el partido dominante, así como poder de veto sobre magistrados y legisladores. Además de enormes recursos económicos a su disposición junto con las capacidades que le daba la ley.
Por supuesto ningún ex presidente podía ser cuestionado, denunciado, juzgado por ninguna de sus acciones durante su gobierno, excepto las realizadas por la historia y la sociedad, reyes-presidentes por 6 años con impunidad sobre sus actos. Sólo la élite política tenía alguna injerencia, el siguiente dirigente podía desplazar totalmente al grupo anterior y cambiar la dirección del Estado en respuesta a lo hecho por su predecesor.
¿Qué garantizaba un buen gobierno? el interés del grupo gobernante y la voluntad del Presidente de la República, pero no la voluntad popular. Se aceptaba cierta presión social, un poco de disidencia, pero demasiada era respondida con violencia gubernamental, el sistema pedía obediencia, con el atenuante de responder solo las demandas de la sociedad que la clase gobernante considerara aceptables, en el tiempo y forma determinada por ellos.
Hasta los presidentes de la transición, los panistas Fox y Calderón, mantuvieron la preeminencia del poder ejecutivo sobre todos las demás, ninguno realizó acciones profunda para cambiar las facultades meta constitucionales, por el contrario, fueron seducidos por el enorme poder acumulado en la figura presidencial, no construyeron democracia, mucho menos transformaron el sistema.
La revocación de mandato, la consulta popular para juzgar a expresidentes, la desaparición de su fuero para ser acusados y juzgados por cualquier delito, no son solo reparaciones simbólicas para un pueblo muy lastimado por el autoritarismo y la desenfrenada corrupción de los titulares del poder ejecutivo, son estocadas mortales para la dictadura perfecta, son medidas para transformar a fondo el sistema. Sí las practicamos y las consolidamos, la antigua forma de hacer política en nuestro país habrá cambiado para siempre. Por primera vez en nuestra historia la sociedad mexicana puede tener una sensación clara de que la sede del poder público, realmente está y siempre ha estado, en la voluntad popular.