Para que un recinto de hospedaje sea considerado “verde” no basta con que haya sido edificado con materiales de la región y en él se hayan implementado las más novedosas tecnologías protectoras de la naturaleza. Los estándares para calificarlo así son innumerables, por lo cual, en estricto rigor, en Quintana Roo son muy pocos los que cumplen aun cuando muchos se promuevan como tal.
En un contexto local de repetidas denuncias por ecocidios y frente a una demanda cada vez más notoria en pro de la sustentabilidad, debe multiplicarse la idea de “conciencia ambiental” y la de un turismo socialmente responsable, pues son millones de viajeros los que optan por destinos amigables, lejos del lujo.
En el país, poco más de 60 hoteles (de más de 13 mil) se han incorporado voluntariamente al Programa Nacional de Auditoría Ambiental de la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente (Profepa), y de acuerdo con la Secretaría federal de Turismo (Sectur), en promedio 200 son sancionados cada año por incumplir la legislación ambiental.
La misma Sectur sostuvo que el año pasado apenas siete obtuvieron el distintivo “Empresas Socialmente Responsables” que otorga el Centro Mexicano para la Filantropía a las empresas que, como parte de su estrategia de negocio, ejecuten un programa de buenas prácticas, mejora continua y gestión socialmente responsable.
Lo anterior no significa que no existan “hoteles verdes” o ecoturísticos, sobre todo en esta región del Caribe mexicano; sin embargo, siguen siendo pocos, comparados con la cantidad en funcionamiento y que están por abrir. Peor aún, los nuevos se aperturan sin tener certificaciones internacionales como “Green Globe” o “Blue Flag”, con las que podrían posicionarse como líderes en el sector, lo que debiera ser requisito.
En una visión general, es lamentable que sean tan pocos en un país visitado por 30 millones y que se mantiene en el “top ten” de los favoritos en el mundo. Más lamentable resulta saber que en muchos destinos nacionales persiste el maltrato a los animales exóticos; que se constaten playas contaminadas; que los privados violen usos de suelo; que los hoteles contrasten con el pasado glorioso de un destino, y que se expandan hacia áreas públicas devastando todo a su paso, como algunos de Cancún o Riviera Maya.
Son muchos los que hoy, en la práctica, atentan contra las reglas urbanas, contra el paisaje, contra la disponibilidad de recursos del lugar donde se establecen y contra los usos o costumbres de quienes habitan la zona que ocupan, como ocurre en Tulum con la población maya.
Que México siga siendo considerado uno de los 10 destinos más visitados, de ninguna manera garantiza que continúe como opción turística para los viajeros en el futuro dada esta realidad o que las riquezas culturales y los atributos naturales sean suficientes para captar a otros tantos millones.
En definitiva, los recintos que no se sumen a la sustentabilidad socialmente responsable perderán sus atractivos al “progresar” en sentido opuesto a la tendencia global del mercado, muy ajena para un visitante que arriba con mayor frecuencia al Estado.
Para ser justos: todos debemos valorar y cuidar íntegramente el patrimonio natural, cultural, histórico y social del país, en tanto se exige a las autoridades que obliguen a los inversionistas a respetar el entorno, no sobreexplotando los recursos y recurriendo a todas las herramientas legales útiles para encontrar el sano equilibrio.
En esto último, un derecho constitucional nos permite tener “un medio ambiente sano y adecuado para nuestro desarrollo y bienestar”. La denuncia ciudadana es y será siendo clave para lograrlo.
México, y en particular Quintana Roo, no pueden presumir su “desarrollo turístico” si no hay una protección integral del medio ambiente.