Algunos especialistas piensan que los mexicanos somos liderados por una generación de políticos –de todos los colores e ideologías- ligados al fracaso. Muchos ya van de salida. Sí, pero que no fueron capaces de dar al país las reformas estructurales que necesitaba en los momentos que se requerían.
Desde el gobierno del Ernesto Zedillo se planteó una serie de reformas que chocaron, algunos con los tiempos electorales y los costos políticos del partido gobernante y otros con los propios intereses tanto de panistas como de perredistas.
En los siguientes dos sexenios presidenciales, en manos del PAN, las mismas reformas planteadas años atrás fueron frenadas ahora por el PRI, que alguna vez las propuso, y el PRD y así en 18 años, desde el primer día de Zedillo hasta el último de Felipe Calderón, se consolidó una clase dirigente incapaz de dar a México las herramientas básicas para su desarrollo.
Las consecuencias están a la vista: tiempo perdido, atraso ante el adelanto que demuestran otras naciones que en peores circunstancias sociales y económicas que México fueron capaces, sin la bendición del petróleo, de hacer la tarea cuando tenían que hacerla y hoy su situación es mucho mejor.
El “Pacto por México” impulsado desde el principio de la gestión de Enrique Peña Nieto, en la que participaron fundamentalmente el PAN, PRD y PRI, logró destrabar quizá las más importantes reformas, pero algunas no salieron en las mejores circunstancias por las concertacesiones que se dieron por necesidad. Sin embargo, como quiera verse, es un avance.
Pero las campañas políticas actualmente en marcha son escenario para lo que podría llamarse la contrarreforma”, pues varios partidos políticos y sus candidatos, en esa eterna lucha por tratar de imponer su visión de país, basan sus propuestas legislativas en revertir los cambios estructurales que se consolidaron el año pasado.
Incluso, hay candidatos de partidos que apoyaron, por ejemplo, la reforma fiscal, que proponen revertir las medidas que se tomaron en ese rubro.
Indudablemente hay mucho que mejorar. Nadie niega que la reforma fiscal tiene efectos inhibidores sobre la economía, que los cambios en materia de educación no terminan de aterrizar y de tener contentos a todos, que las modificaciones en telecomunicaciones tiene inconformes a uno que otro zar de esa industria y que el costo de la energía eléctrica todavía no se abarata, como ofreció el presidente Enrique Peña en su campaña.
Sin embargo, eso no quiere decir que se deba desechar todo como proponen varios partidos y sus candidatos. Hay quienes insisten en desandar el camino en lugar de seguir avanzando, corrigiendo al mismo tiempo lo que no funcione.
Algunas voces estridentes siguen estancados en el discurso del pesimismo que a nadie atrae. A los mexicanos hay que inyectarles optimismo, esperanza. Un cambio con rumbo, pero no un cambio solo por cambiar.
México no puede ni debe seguir perdiendo tiempo en el concierto de las naciones. Eso lo deben entender y tener bien claro los próximos diputados federales, muchos de los cuales en sus primeros pasos en la carrera legislativa.
Ojalá que la próxima generación de legisladores y de líderes políticos aprenda de la historia y haga a un lado las visión corta de quienes formaron parte de la generación del fiasco, porque el colchón que nos daba el petróleo para pelotear los problemas de la nación ya se acabó.
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