El triunfo en las recientes elecciones presidenciales argentinas de un personaje como Javier Milei va a generar abundante polémica, la mayoría de las discusiones estarán del lado de la propaganda, tanto de la izquierda como de la derecha, este texto no quiere abonar a eso, pretende poner en la mesa algunas reflexiones serias, respecto a los retos que enfrentan los gobiernos latinoamericanos progresistas.
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La mayoría de estos poseen un sustento ideológico que proviene de la izquierda marxista, por lo que han puesto un mayor énfasis en la desigualdad económica como preocupación principal, esto plantea algunas dificultades importantes, como demuestra el caso argentino y su recurrente crisis a pesar de esforzarse por implementar un modelo de economía mixta.
Es una tendencia internacional de las izquierdas construir una variante de economía mixta (llamado Estado de Bienestar), que prioriza la distribución de la riqueza y el apoyo a los grupos vulnerables, modelo que ha logrado resultados muy destacados, pero se logran a mediano plazo, lo que obliga a generar estrategias políticas para ganar tiempo hasta que el sistema demuestra su capacidad para reducir la pobreza y fortalecer a las clases medias. Después de la implosión del bloque comunista, el progresismo dejó atrás el modelo de economía dominada completamente por el Estado característica de ese sistema. El Estado de Bienestar recupera el papel del Estado como rector del desarrollo económico, pero con una mayor capacidad para distribuir la riqueza, controlar las áreas estratégicas y fortalecer la cultura nacional, pero satisfaciendo la mayoría de los derechos de las minorías.
Este modelo económico, político y social ha sido probado en muchos países a lo largo de décadas, con variantes dependiendo de la ideología dominante. En Estados Unidos prácticamente no hubo programas sociales, solo dirección gubernamental de la economía hasta que se fortalecieron las grandes corporaciones empresariales y se les entregaron todos los procesos productivos. En el otro extremo de la economía mixta, los países escandinavos fortalecieron tanto los programas sociales, el apoyo a los trabajadores y a clases medias que actualmente cuentan con el mayor nivel de vida de toda Europa.
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Pero el caso latinoamericano posee retos propios que hace vulnerable su proyecto de Estado de Bienestar. El primero y evidente es que se empezaron a crearse dentro del contexto de los mercados globales, como respuesta directa al desastre neoliberal, con élites políticas y económicas fortalecidas por décadas de economía extractiva, opuestas a los intereses de sus pueblos. Además han tenido que remar en contra de una ideología dominante conservadora, alimentada constantemente por medios de comunicación pertenecientes a esas élites extractivas, además de organizaciones religiosas tradicionales y modelos educativos opuestos al progresismo.
Ninguna nación de América Latina posee una planta industrial consolidada, por lo que su economía depende frágilmente de lo que se puede extraer: minería, agricultura, petróleo, ganadería. Lo que nos convierte en una región que Estados Unidos debe dominar para mantener su flujo de materias primas, objetivo principal de la globalización impulsada desde los años noventa del siglo pasado. En este sentido, nuestros grupos empresariales y políticos de derecha, han sido aliados constantes y leales de la potencia del norte. Siglos de economía extractiva traen acompañado otro mal: una cultura política del abuso de poder, de corrupción como elemento inseparable de la administración pública.
Aquí entra otro factor, una de las debilidades de la economía mixta es su capacidad de acumular poder político y económico en la punta de la pirámide social, si a esto le sumamos la aceptación tacita de la corrupción y una constante impunidad, se genera un escenario político muy frágil, es posible reducir la desigualdad, pero al mismo tiempo aparecen funcionarios públicos que alcanzaron sus cargos luchando desde la izquierda, pero que se ven envueltos en escándalos de corrupción. Nuestras sociedades son mucho menos tolerantes con el enriquecimiento ilícito de los gobiernos sociales que con los regímenes neoliberales.
El exceso de poder que reúne este modelo ha logrado ser reducido en otras naciones, especialmente las del norte de Europa, con mucha participación democrática, lo que indica otra dificultad para quienes habitamos en este hemisferio. La democracia en Latinoamérica es débil, dictaduras, gobiernos autoritarios como el PRI, golpes de estado norteamericanos, la terrible ola de la ideología neoliberal hiperindividualista y consumista, han socavado los cimientos de la participación ciudadana colectiva y asambleísta.
Lo anterior explica en lo general las dificultades que ha padecido la izquierda argentina, en lo particular sus gobiernos de inclinación social, mantuvieron los pagos de una deuda externa asfixiante, han titubeado en combatir la corrupción interna, no han logrado crear una planta productiva propia que debilite a sus elites conservadores extractivas. También cometieron el principal error de las izquierdas latinoamericanas, descuidaron la construcción de un sistema educativo alternativo que creará una base ideológica de apoyo masiva, al estar demasiado enfocados en combatir la desigualdad. Por último, no han logrado mantener a los diferentes sectores progresistas unidos para luchar contra el enemigo común: una derecha depredadora, dispuesta a retrasar como sea el avance del Estado de Bienestar.
Milei demuestra el vacío ideológico del neoliberalismo, inclusive la Universidad de Chicago, de donde proceden sus principales economistas e ideólogos, reconocieron en 2007 que es un modelo que genera muchos daños y es ineficaz. Pero la estrategia es retrasar la economía mixta, porque reduce los ingresos del 1% de la sociedad, los grandes multimillonarios extractivos o enriquecidos gracias a la ignorancia y la pobreza como la industria refresquera o cervercera. Personalidades como las de Javier Milei son útiles para este propósito, encauzan la frustración, la convierten en discurso político, se aprovechan de la falta de conocimiento político de las masas, y repiten argumentos fáciles de entender que han estado presentes en el imaginario colectivo durante tres décadas. Pero los gobiernos progresistas pueden evitar estas amenazas, deben mantenerse unidos, ser estratégicos en sus políticas publicas para administrar la impaciencia popular, combatir de manera ejemplar el abuso de poder, y especialmente, invertir en educación política y científica.
Samuel Cervera
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