En un acto desesperado por hacer que su hijo perdiera peso, un padre de Nueva Jersey, Estados Unidos, lo obligó a ejercitarse hasta el punto de la muerte. Actualmente, este padre enfrenta cargos por homicidio y maltrato infantil. El niño tenía apenas seis años y no, no estaba “pasado” de peso.
Recientemente se conmemoró el Día Internacional contra el Bullying, que busca proteger a los niños contra todas las formas de acoso y violencia, especialmente en la escuela. Sin embargo, es interesante notar que, en ocasiones, los acosadores pueden ser los propios padres, pero el acoso es tan sutil que unos lo confunden con amor.
Por la naturaleza de mi profesión, la nutrición, he sido testigo de comentarios por parte de padres y madres sobre el cuerpo de sus hijos que son formas de violencia verbal. Decirle “gordo”, “panzón”, “grandote” a un hijo con la idea de buscar que cambie su cuerpo nunca ha dado resultado y siempre es humillante. De hecho, muchos adultos que me toca atender con enfermedades crónicas me han dicho que llevan intentando perder peso desde los ocho años, cuando sus papás los llevaron por primera vez a un nutriólogo, y a partir de ahí no han parado de tener esta preocupación en su mente.
Durante la infancia y la adolescencia, el cuerpo experimenta cambios y la genética es tan precisa que en ciertas edades el ADN indica la necesidad de almacenar más grasa para tener energía y lograr el crecimiento acelerado que está por venir. Esto suele ocurrir entre los cinco y siete años; nuevamente antes de la pubertad y durante la adolescencia (los famosos “estirones”).
Puedo entender la preocupación de los padres al ver que sus hijos comen más de lo habitual, pero no puedo entender cómo intentan abordarlo con insultos, dietas restrictivas y ejercicio excesivo. De hecho, sabemos que si un niño o niña no consume suficiente energía durante estas etapas, su crecimiento se afecta, impidiendo que alcance su estatura máxima, y en las niñas, esto además provoca desequilibrios hormonales que se manifiestan en el síndrome de ovario poliquístico durante la adolescencia y la edad adulta.
Si estás preocupado por los cambios en el cuerpo de tus hijos, nietos o sobrinos, si te preocupa su alimentación o cuánto duermen, es fundamental abrir una comunicación efectiva con ellos. Pregúntales cómo se sienten al comer y sé un modelo a seguir en cuanto a elecciones de alimentos nutritivos y una vida activa. Para tu tranquilidad, considera programar una consulta con el pediatra para un chequeo de rutina y así descartar cualquier problema físico o emocional que pudiera contribuir a dichos comportamientos. Pero sobre todas las cosas, evita hablar acerca de sus cuerpos. Tus hijos deben saber y sentir que los amas sin objeción.
El verdadero valor del ejercicio y la alimentación saludable, en niños y adultos, no reside en la pérdida de peso. El ejercicio, como he mencionado en otros artículos, debe ser divertido, fomentar la interacción social y promover el movimiento del cuerpo, mientras que la alimentación debe utilizarse como una forma de proporcionar nutrientes y mejorar la salud en general. Por tanto, si deseas que tus hijos vivan más y mejor, evita ser su primer acosador y cuida tus palabras, especialmente en torno a su físico. Como dice una frase que quedó grabada en mi mente, “tus palabras, ya sean buenas o malas, se convertirán en la voz de su conciencia y se repetirán una y otra vez en su mente”, porque en el amor incondicional que un hijo siente por sus padres, todas estas palabras son verdaderas.
Fuente: Milenio