Fue durante esas cuatro semanas cuando murió el mayor número de pasajeros y tripulantes de aviones comerciales de la historia.
En concreto, 720 personas en cuatro accidentes distintos.
¿Pero por qué fue tan catastrófico y qué consecuencias tuvo?
El accidente más trágico fue el del vuelo 123 de Japan Air Lines, uno de los peores siniestros aéreos de la historia, en el que 520 personas de las 524 a bordo del avión murieron.
Otro, el del vuelo 191 de Delta, que se encontró con fuertes vientos cuando se aproximaba al aeropuerto internacional de Dallas-Fort Worth, dejó 137 víctimas mortales.
Un incendio a bordo del vuelo 28M de British Airtours que viajaba hasta Manchester ocasionó 55 muertos.
Por último, todos los que viajaban en una pequeña aeronave de Bar Harbor Airlines perdieron su vida en un accidente en el aeropuerto de Maine, en Estados Unidos.
Cada uno de estos accidentes, a su modo, generó un legado, bien en la memoria de los que perdieron a sus seres queridos, bien en la manera en que se mejoró la tecnología y los protocolos para evitar desastres similares.
El peor accidente
El peor sin duda fue el del Boeing 747 de Japan Air Lines, que viajaba de Tokio a Osaka el 12 de agosto de 1985. Ese día quedará para siempre en el recuerdo de Japón.
La rotura de una mampara entre la cabina y la cola del avión produjo un cambio de presión que rompió el estabilizador vertical –la aleta de cola– y también destruyó los sistemas hidráulicos, haciendo que el avión se sacudiera de arriba a abajo.
«La tripulación luchó valientemente por media hora”, cuenta Graham Braithwaite, profesor de seguridad e investigación de accidentes en la Universidad de Cranfield, en el Reino Unido.
Pero cuando el avión descendió a 13.500 pies informaron que habían perdido control. Y fue en esas condiciones que el 747 empezó su descenso final.
«Estaban sobrevolando un terreno muy montañoso”, cuenta Braithwaite. Y el avión perdió altitud rápidamente.
Una de las alas golpeó la cresta de una montaña antes de que el avión se estrellara contra una segunda, se diera la vuelta y terminara descansando boca arriba.
Desde que se produjo la falla de compresión hasta que el avión inició su descenso final, habían pasado 32 minutos.
Tiempo suficiente para que algunos de los pasajeros dejaran escritos mensajes de despedida para sus familias.
Los investigadores concluyeron que el accidente se produjo por una reparación defectuosa después de que el mismo avión chocó su cola contra la pista de aterrizaje en un incidente siete años antes.
Aquel daño no fue arreglado de la manera correcta por los ingenieros de Boeing y Japan Air Lines no detectó el error.
Aquel accidente fue traumático para Japón.
La aerolínea abrió un museo dedicado al desastre en abril de 2006, que incluye parte de los restos del avión, cartas de los pasajeros y una biblioteca sobre seguridad aérea.
Todo el personal de la compañía está obligado a visitarlo.
Pero este tipo de accidentes, donde el siniestro se puede atribuir a una sola falla mecánica totalmente evitable, no son frecuentes.
Los ingenieros y los inspectores se acabaron llevando la culpa, pero no hubo mayores consecuencias para la industria aeronáutica en general.
No hubo un legado en lo referente a los procedimientos o a la tecnología en los aviones.
Pero el caso del accidente en Manchester diez días después fue diferente, pues terminó cambiando la historia de la seguridad en el aire.
Avión en llamas
Cuando el vuelo chárter con destino a Corfu se preparaba para despegar, un agujero en un tanque de combustible provocó una gran bola de fuego.
Los pilotos, al escuchar el ruido, abortaron el despegue, pero no se dieron cuenta de que ya se había producido una llamarada.
Maniobraron el avión de tal forma que el viento llevó el fuego hacia la cabina y la mayoría de las víctimas murió por inhalación de humo.
«Los supervivientes quedaron en shock al ver lo rápido que resultaba imposible respirar», dice Braithwaite.
Los investigadores concluyeron que la evacuación se había retrasado porque el espacio entre los asientos para llegar a las salidas era demasiado estrecho. Y la compuerta demasiado difícil de abrir.
A raíz de este siniestro hubo una serie de cambios en el diseño de aviones comerciales.
Se amplió el espacio en la fila de asientos junto a la salida y se instalaron cubiertas de asientos a prueba de incendios, techos ignífugos y nuevas reglas de evacuación.
Además, se cambió el protocolo de maniobra para los pilotos en caso de emergencias en las pistas.
SCISAFE, un grupo de familiares de víctimas, también intentó que se introdujeran capuchas antihumo para los pasajeros, pero no se incorporaron.
«Tenía que haber algo para justificar que 55 personas murieran», dice William Beckett, quien perdió a su hija Sarah, de 18 años, en la pista de Manchester.
Era su primera vez a bordo de un avión y había elegido sentarse atrás porque los cuatro supervivientes de la tragedia de Japan Air Lines se habían ubicado en esta zona.
Más entrenamiento
También se tradujeron algunas reformas tras el choque del vuelo 191 de Delta en Texas el 2 de agosto, después de encontrarse con una microrráfaga de aire.
La nave acabó chocando contra una autopista, matanto a un conductor y empotrándose contra dos tanques de agua antes de arder en llamas.
De los 163 a bordo, sólo 27 sobrevivieron.
La investigación del accidente demostró que, aunque el piloto era experimentado, no había recibido el suficiente entrenamiento para lidiar con microrráfagas, que además el radar del avión no era capaz de detectar.
Pronto la Administración Federal de Aviación de los Estados Unidos requeriría que todos los aviones comerciales tuvieran instalados este tipo de sistemas de alerta.
El último accidente de agosto de 1985 se produjo cuando el avión de Bar Harbor Airlines se salió de la pista y chocó.
Los seis pasajeros y los dos miembros de la tripulación murieron.
Este tipo de accidentes de naves tan pequeñas no suelen llamar la atención, pero una de las pasajeras a bordo era Samantha Smith, de 13 años, quien había alcanzado fama internacional cuando escribió al líder soviético Yuri Andropov para reclamar la paz.
Según las investigaciones, la causa del choque fue un fallo en el radar de tierra, sumado a la inexperiencia de los pilotos.
Mejoras
Fue un dramático final para un mes trágico.
Pero según los analistas, en aquella época los accidentes no atrajeron tanta atención como podrían haberlo hecho ahora.
Y es que en los 80, la aviación no era tan sofisticada como ahora y los sistemas de seguridad se han transformado radicalmente.
Desde los 90, el número de muertos en accidentes aéreos se ha reducido –con la salvedad del pico de 2014, con los desastres de los dos aviones de Malaysia Airlines, la desaparición del MH370 y la caída del vuelo MH17 en Ucrania-.
Esta mejora en las cifras de víctimas dejadas por los siniestros se puede atribuir, en parte, a los cambios introducidos tras los desastres de agosto de 1985.
( Fuente BBC)