“Hasta los ‘narcos’ tienen madre”, es una irónica frase que ha circulado entre la opinión pública cada vez que se habla acerca de aquellas mujeres que trajeron al mundo a personajes que han encabezado grandes redes de tráfico de drogas en México.
Este 10 de mayo de 2024 se convierte en el primer Día de las Madres que Joaquín El Chapo Guzmán y Rafael Caro Quintero pasaran sin sus progenitoras luego de que en el último año trascendiera el fallecimiento de María Consuelo Loera Pérez y de Hermelinda Quintero.
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La información sobre el deceso de ambas matriarcas se mantuvo en hermetismo, no obstante, lo que sí se hizo público a lo largo de los años es la importancia que tuvieron en la vida de sus respectivos hijos.
Y es que para la sociedad mexicana las madres se han convertido en un pilar fundamental y, en décadas anteriores, en ellas recaía la única responsabilidad de la educación y formación de sus hijos, así como la construcción y mantenimiento del hogar.
Aquellas características hicieron de la figura maternal una de las más respetadas y cuidadas dentro del seno familiar, un acuerdo social que prevalece hasta la actualidad.
Si bien el rol de las madres -y mujeres en general- ha evolucionado, para los capos de la Vieja Guardia la influencia que sus madres tuvieron tanto en sus vidas como en sus propios negocios ilícitos los llevaron a establecer códigos tanto con integrantes de sus propias organizaciones delictivas como de grupos rivales.
María Consuelo Loera y Hermelinda Quintero
Además de compartir oficio y trayectoria delictiva, las historias de Joaquín El Chapo Guzmán y Rafael Caro Quintero convergen en un importante punto: su seno familiar.
Ambas familias son originarias de Badiraguato, Sinaloa, aquella región en donde la marihuana y la amapola crecen sin dificultad y el rezago social era perceptible durante los años 50’s.
Información recabada por múltiples periodistas apuntan a que el padre de Joaquín Guzmán Loera era un agricultor que, entre otros productos, cosechó marihuana para los pequeños grupos delictivos que operaban en aquella época.
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Respecto a la familia de Rafael Caro Quintero, reportes periodísticos de medios de comunicación locales apuntan que su padre se dedicó a la ganadería y la cosecha de frijol y trigo.
Tanto María Consuelo Loera como Hermelinda Quintero se dedicaban al hogar y el cuidado de sus hijos. Pese a que fue la madre de El Chapo quien tuvo apariciones mediáticas, se presume que ambas matriarcas tenían pleno conocimiento de las actividades delictivas que sus hijos coordinaban y perpetraron en distintos estados del país.
El argumento, que en más de una ocasión ha trascendido sobre el origen humilde y seno familiar de grandes líderes criminales, es que buscaron darles una mejor calidad de vida a sus padres, hermanos e hijos, lejos de las carencias que padecieron durante sus primeros años de vida pero a costa de una incesable ola de violencia y decenas de víctimas inocentes.
El código que blindó a las madres de capos
Sinónimo de protección y disciplina, el papel que las madres de grandes capos del narcotráfico han jugado en su vida los llevó a considerarlas como parte de los códigos que organizaciones delictivas asumieron durante su apogeo.
Entre los acuerdos más comunes que existían entre los integrantes de la delincuencia organizada destacó que estaba prohibido lastimar a inocentes o meterse con la familia de sus rivales, así como el hacer uso de las armas que les provee el cártel para favores o venganzas personales.
Secuestrar y asesinar estaba prohibido, excepto si se trataba de personas que hayan traicionado a la organización delictiva y a enemigos directos.
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Múltiples episodios violentos dentro de la historia de los distintos cárteles que han operado en México dan cuenta de que dichos códigos fueron considerados más no seguidos al pie de la letra por organizaciones delictivas, factor se hizo evidente durante la fractura de la llamada Federación.
Traiciones que derivaron en aprehensiones y homicidios comenzaron a hacerse presente dentro de los círculos cercanos de grandes líderes criminales, sin embargo, dentro de las víctimas de sus disputas nunca figuraron sus madres.
Aquel código implícito blindó a las progenitoras de grandes líderes de ser objetivo de las sanguinarias guerras que sus hijos protagonizaron por el control de plazas y rutas, permitiéndoles llevar su vida hasta una longeva edad.
Con la reconfiguración que organizaciones delictivas han enfrentado para marcar presencia en distintos estados, atrás han quedado aquellos códigos implícitos sobre respetar a las familias de capos o personas inocentes, situación que no solo ha dejado una acaudalada cantidad de víctimas en el país sino que también ha sido un factor determinante para explicar el recrudecimiento de la violencia.
FUENTE:milenio