La llegada desbocada de visitantes de todo el mundo ha robado el alma de la ciudad de Luchino Visconti y su ecosistema tradicional; “somos Disneylandia”, se quejan los vecinos de ‘La Sereníssima’…
SANTIAGO J. SANTAMARÍA
La ciudad de italiana de los canales, las góndolas, los ‘vaporettos’ y ahora, de los cruceros ‘Godzilla’. El Caribe Mexicano y su cultura maya deben tomar buena nota. Las imágenes de la obra ‘Monstruos marinos de Venecia’, del gran fotógrafo italiano Gianni Berengo Gardin, debían haber sido colgadas en las paredes del Palacio Ducal a partir del 18 de setiembre, el nuevo alcalde derechista Luigi Brugnaro se niega a ello. Es ‘una mala publicidad’ para una de las referencias turísticas mundiales, Patrimonio de la Humanidad de la Unesco, lugar donde nacieron Marco Polo, Antonio Vivaldi, Tintoretto, Tiziano Vecellio… Su Plaza de San Marcos era “el salón más bello de Europa”, para Napoleón Bonaparte. El emperador francés no disimulaba su pasión por un paraíso de 118 islas unidas, entre ellas Murano y Burano, por 455 puentes, en el norte del mar Adriático, con su Palazzo Ducale y la Basílica de San Marcos…
La tragedia se cierne sobre uno de los más universales emblemas del turismo de ese país europeo, junto a Roma y Florencia. Un turismo de masas descontrolado la ha convertido en un parque temático, su sustento y su tragedia. No obstante, todavía hay algunas fechas en el calendario para disfrutar de los encantos que nos transmitiera la película “Muerte en Venecia”, (Morte a Venezia), de Luchino Visconti.
Bruno Rizzato es el último de una estirpe de restauradores venecianos, que se remonta a 1880. Se sabe una especie en extinción. No tanto por su oficio de restaurador de antigüedades, “aunque ahora la gente prefiere los muebles de Ikea, todo blanco y cristal”, sino por su linaje veneciano. “La explotación salvaje del turismo de masas”, sostiene, “le ha robado el alma a la ciudad. En la zona de Rialto, hace veinte o treinta años, vivían venecianos que vendían a otros venecianos el pan, la verdura, el pescado, y talleres donde se ofrecía artesanía auténtica, collares de cristal de Murano, máscaras hechas a mano según las enseñanzas de padres y abuelos; a viajeros que sabían lo que compraban y lo que debían pagar por ello. Venecia se ha convertido en Disneylandia. Un parque temático donde, al precio de un euro, unos chinos venden a otros chinos máscaras venecianas fabricadas en China”.
Es un discurso amargo, resignado, en una ciudad que, a mediados del siglo pasado, contaba con 174,000 residentes y que ahora apenas llega a los 57,000. Son los últimos mohicanos del amor incondicional a la belleza, ahora sitiada, de Venecia. Sus nuevos dueños, un ruidoso ejército formado por 24 millones de turistas al año, marchan de la mañana a la tarde desde el puente de Rialto a la plaza de San Marcos, agrupados, con el tiempo imprescindible para tomar unas cuantas fotografías, comprar una máscara auténticamente falsa y regresar deprisa y corriendo a la nave o al autobús que les aguarda al otro lado del resbaladizo puente de Calatrava…
“¿Usted cree que Venecia puede morir?”. “Venecia ya está muerta”. Tiziana Terzi habla con conocimiento de causa. Es la dueña de la funeraria Pavanello, en el distrito de Cannaregio… “Muchos esperan a que se muera la abuela para alquilar la casa o convertirla en bed and breakfast”. El sonido del trabajo ha sido sustituido por el de una maleta de ruedas triscando trabajosamente, entre los puentes. Ese es el nuevo himno de Venecia. La fuente de su riqueza y, al mismo tiempo, la canción de su derrota.
En nuestros tiempos de carnet de estudiante internacional y de billetes de tren ‘interrail’, nos permitían perdernos por Europa durante los tres meses de vacaciones que disfrutábamos en los setenta y ochenta en el País Vasco, terminado el curso en la Universidad. Cuando nos desplazábamos por Italia, Roma, Florencia y Venecia, eran visitas obligadas. No sólo por sus referencias culturales sino por las humanas. Teníamos ya nuestras ‘redes sociales’ no virtuales, sino reales, que nos enganchaban también. El inexorable tiempo no ha podido acabar con aquellas vivencias… Prefiero disfrutar, ahora, de mis otras ‘Venezias’, entre cenotes en la Península de Yucatán.
@SantiGurtubay