Empezó casi como una broma en el verano de 1999 cuando 21 amigos de la Bahía de San Francisco comandados por el escritor Chris Baty se retaron a escribir una novela de 50.000 palabras en solo un mes. Dos décadas después, en la última edición de 2023, 300.000 personas de noventa países participaron en el Mes Nacional de Escritura de Novelas, o NaNoWriMo por sus siglas en inglés. Celebrado anualmente del 1 al 30 de noviembre, el mayor reto de escritura del planeta acaba de vivir una semana convulsa a falta de solo dos meses para que arranque la nueva convocatoria. La IA tiene la culpa. O no.
La bronca estalló a principios de septiembre cuando la organización sin ánimo de lucro que promueve el maratón de escritura emitió un comunicado que desató una oleada de renuncias, la pérdida de patrocinios y un encendido debate en los medios de EEUU sobre el futuro de la literatura. Y todo por una frase: «NaNoWriMo no apoya explícitamente ningún enfoque específico de la escritura, ni condena explícitamente ningún enfoque, incluido el uso de la inteligencia artificial».
Producir 50.000 palabras en un mes no es reto pequeño. El esforzado escritor novato deberá teclear 1.667 palabras -unos dos folios- al día sin fallar uno solo. Los participantes tienen prohibido empezar a escribir antes del 1 de noviembre pero sí pueden planear personajes y tramas. Al terminar el mes, envían su manuscrito a la asociación para que lo valide y reciben a cambio un bonito certificado.
Aunque más de cien novelas acabadas o al menos iniciadas durante el maratón han visto la publicación y alcanzaron incluso el éxito de ventas, como Agua para elefantes, de Sara Gruen -adaptada al cine en 2011-, se calcula que menos de un veinte por ciento de los participantes logra llegar a buen puerto. El uso de herramientas como chatGPT sin duda ayudaría pero, ¿es ético servirse de la IA generativa en un encuentro que celebra la creatividad literaria?
Muchos creen que no. Los autores Daniel José Older y Maureen Johnson anunciaron en redes sociales que renunciaban a seguir participando en la junta de escritores de NaNoWriMo. Según Johnson, «el reto era una forma de animar a la gente a sentarse y desarrollar el músculo de la escritura, fomentar la comunidad y la creatividad. La IA es lo opuesto a eso». Y Older señaló los vínculos de la organización con ProWritingAid, una plataforma de IA generativa que patrocina la cita de este año.
Otros patrocinadores del reto internacional, sin embargo, como la empresa de software de escritura Ellipsus, acaban de anunciar que ya no apoyarán más el evento: «Es un ataque a su propia comunidad».
El problema afecta al futuro mismo de la literatura. Ya a principios de este año, Amazon anunció que limitaba la autopublicación en su plataforma de libros escritos por inteligencia artificial a solo tres títulos diarios por autor. Diarios, sí, han leído bien. El descontrol era total. Poco antes, la escritora Caitlyn Lynch había advertido que solo 19 de los 100 libros más vendidos en la categoría Romance contemporáneo eran obras producto de una inteligencia humana. Los bots habían perpetrado los 81 restantes.
Con todo, hay también escritores que defienden que la IA sólo es una herramienta más que puede ayudarles mucho sin cuestionar por ello su creatividad. También los ordenadores sustituyeron a la pluma y Google, a las enciclopedias.
Por ejemplo, la novelista experimental canadiense Sheila Heti, que publicó recientemente en The New Yorker un cuento escrito por un chatbot al que le había dado instrucciones precisas, ha asegurado en diversas entrevistas que se sirve de la IA para inspirarse o probar nuevas formas de expresión.
En España, el escritor Jorge Carrión ha sido pionero al escribir su libro Los campos electromagnéticos (Caja Negra, 2023) «mano a mano con una IA» entrenada durante un año para escribir como él. «Como es imposible saber a ciencia cierta hasta qué punto un texto ha sido escrito automáticamente, no tiene demasiado sentido permitir o prohibir el uso de IA, como no lo tiene indicar si se puede usar el autocompletado o Google», explica a EL MUNDO.
«En mi experiencia en Los campos electromagnéticos descubrí que los algoritmos están lejos de producir literatura, al menos de la complejidad que a mí me interesa. Pero sin duda pueden producir narrativas del nivel de las de muchas redes sociales o de autores de best seller. En este caso concreto, el problema no es la IA, sino llevar al mundo de la literatura o de la prosa los retos del mundo del deporte, el activismo, las redes sociales».
Fuente: https://www.elmundo.es/cultura/literatura/2024/09/11/66e07cb921efa0f65e8b457a.html