Cuando Cancún apenas nacía como centro turístico en 1970 y era visitado únicamente en determinadas épocas del año, comenzaron a surgir los primeros hoteles en la paradisíaca duna en forma de siete. En ese momento, Quintana Roo contaba con 40 mil habitantes, de los cuales, menos de 11 mil empezaban a disfrutar de la vida en este paraíso. Muchos apostaron por esta- blecerse y construir la historia contemporánea de este destino del Caribe Mexicano, a pesar de las inhóspitas condiciones del entorno en esos años.
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Dentro del grupo de pioneros había un pequeño número de jóvenes, entre 18 y 30 años, que, al igual que la mayoría, vinieron a probar suerte. Algunos se quedaron, otros emigraron; todos se conocían y compartían muchos momentos del día, especialmente en actividades de esparcimiento.
Cancún disfrutaba de una libertad y seguridad inauditas. Las playas eran el refugio de jóvenes que arriesgaron todo por el anhelo de conquistar nuevos horizontes y construir futuros prometedores en tierras y aguas dignas de fábulas.
Fue un sueño para muchos y una nostalgia para aún más. La mayoría trabajaba arduamente para disfrutar de momentos de esparcimiento, que consistían en nadar, surfear, bucear, pescar y convivir con los turistas que llegaban ansiosos por explorar este nuevo destino.
Sin embargo, cuando caía la noche, la diversión se veía limitada ante la escasez de opciones. Eran tiempos de baile, de fusión de sonidos y tendencias. El pop y la música disco animaban a los jóvenes que disfrutaban los hits del momento; pero debido a la austeridad del entorno, sólo había pequeños restaurantes y bares en la naciente avenida Tulum.
Al ser tan pocos, acudían juntos a todos lados, como en las inauguraciones, que fueron muchas. Sin teléfonos ni celulares, se enteraban de lo que pasaba porque se corría la voz.
Con el tiempo, comenzaron a surgir puntos de reunión, como La Habichuela (de Armando Pezzotti), Mr. Khan (de Jorge Mayor), el Black Sheep (de Isidoro) y El Friday López, desde donde partían “todos en bola” hacia la discoteca de turno, que abría a las 22:00 horas y cerraba a las dos de la mañana.
La primera discoteca que operó en solitario en Cancún fue La Burbuja, dentro del recién inaugurado hotel Camino Real, ahora Dreams. Su decoración incluía cascadas con burbujas, haciendo honor a su nombre. Rápidamente se convirtió en el lugar de moda, el centro social más importante de la ciudad. Durante años, fue la única opción nocturna, donde se podía disfrutar de la música de los 70.
Poco después nace Acuarios, una discoteca con enormes ventanales y vista al mar, ubicado afuera del hotel Camino Real. Este sitio fue pionero en incluir salas, en lugar de mesas, en su mobiliario.
Así comenzó una etapa de cierres y aperturas de discotecas, con días gloriosos en los que operaban a tope y en plena competencia. Con pocas alternativas, los jóvenes migraban al lugar de moda, mientras la anterior cerraba por remodelación o de manera definitiva.
Cuando el restaurante Maunaloa se transformaba en la extraordinaria discoteca Krakatoa, a las 11:30 p.m., rápidamente se convirtió en la favorita de la época. Causó gran impacto por su decoración y su innovador sistema de audio, que era lo mejor de su tiempo.
En esa década, Cancún era realmente pequeño, con solo tres o cuatro hoteles. Sin embargo, el desarrollo turístico y la aparición de nuevos emporios propiciaron una competencia que dio paso a más opciones discotequeras, necesarias ante la creciente afluencia de visitantes y habitantes.
Surgieron otras discotecas, como La Mancha, en el hotel Aristos, donde el cómico Memo Ríos se presentaba con frecuencia. Tábanos, ubicada en el Sheraton, pasó sin pena ni gloria. La Mina, en el Verano Beat, intentó destacar, pero nunca lo logró, aunque tuvo una efímera época de ambiente divertido.
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También se recuerdan Pier 55; Cocay, dentro del Hyatt Cancún Caribe, así como Azulejos, Christine y La Boom, las más nuevas de la vieja generación, que dieron paso a modernos conceptos y tecnologías, a medida que Cancún se desarrollaba.
En 1978 llega Carlos & Charlie’s, de Alfredo Cabrero y Carlos Anderson, quienes, tras abrir el primer local de este famoso con- cepto en Acapulco, decidieron probar suerte en el Caribe Mexicano. Eligieron un espacio ubicado en el kilómetro 5.5, cuya estructura estaba a medio terminar, ideal para establecerse.
Así, en 1979, abrieron sus puertas bajo el nombre Romanoff. Un año después, tras un rotundo éxito, decidieron cambiarlo por Carlos & Charlie’s, con todo el concepto implícito. El crecimiento de Cancún ha sido imparable. Las discotecas alcanzaron fama mundial y uno de los secretos de su éxito radicó en la calidad del sonido.
A pesar de contar con tecnología avanzada, los decibeles permitían que la gente se comunicara; actualmente, se utilizan sistemas más avanzados que alcanzan frecuencias que provocan una vibración corporal similar a un masaje sonoro. Pasan los años y seguramente habrá más, manteniendo a Cancún como referente ineludible de la cultura de discotecas a nivel mundial.
Surgen espacios para compras
La historia de las plazas comerciales en Cancún es un reflejo vibrante del crecimiento y desarrollo de esta ciudad que, desde su fundación, ha sido un destino soñado por millones. Desde la década de 1980, cuando el turismo comenzó a florecer, estos espacios se convirtieron no sólo en simples lugares de compras, sino en puntos de encuentro para visitantes y locales, creando lazos y memorias que perduran en el tiempo.
Con la inauguración de Plaza Kukulcán, en 1989, nació un ícono que resonaría en el corazón de la Zona Hotelera. En tanto, Plaza Las Américas y Plaza Caracol emergieron como refugios de entretenimiento y comercio. A medida que pasaban los años, estos sitios evolucionaron, abrazando marcas internacionales y experiencias únicas que reflejaban las demandas de un mercado en constante cambio.
Hoy, al pasear por Plaza La Isla Shopping Village, nos maravillamos con su diseño al aire libre y su acuario interactivo, un verdadero oasis de diversión y asombro. Luxury Avenue y Puerto Cancún aportan un toque exclusivo, elevando la experiencia de compra a nuevos niveles de modernidad y elegancia. Cada rincón de estos espacios cuenta una historia de innovación y adaptación, de un Cancún que nunca deja de soñar.
Aunque algunas plazas, como Plaza Bonita, han cerrado sus puertas o cambiado su enfoque, la esencia de nuestra comunidad sigue viva en los espacios que permanecen, porque son el latido de la vida social y económica de Cancún.