Me niego rotundamente a pensar que soy la única persona que, cuando hace ocho años empezaron a aflorar los rumores sobre una potencial ‘Gladiator 2’ arqueó una ceja en símbolo de escepticismo para, cinco años después, la bajase para transformar su gesto en uno de desconfianza —que no de sorpresa, visto lo visto en la industria— cuando el proyecto recibió luz verde y se puso en marcha de forma oficial.
Ahora, en pleno 2024, la secuela de una de las cintas de estudio mejor valoradas del siglo XXI, que resucitó por todo lo alto el péplum —el cine de romanos de toda la vida, vamos— labrándose a golpe de épica una legión de fans por el camino, ya ha llegado a las salas de cine. El resultado, finalmente, está dentro de lo esperado, revelándose como un «sí pero no» cinematográfico como un Coliseo de grande.
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Para comprender lo que ha ocurrido debemos centrar nuestras miradas sobre la naturaleza de un largometraje que huye de los tics propios de reinicios encubiertos para revelarse como una continuación de la ‘Gladiator’ original con todas las de la ley. Algo que, por otro lado, no está reñido con que circule exactamente por los mismos caminos sobre los que se edificó su predecesora.
Esto no tiene, ni mucho menos, connotaciones negativas; sobre todo en lo que respecta a una capacidad para entretener sólo al alcance de los mejores narradores. Sus dos horas y media parecen transcurrir a la velocidad de la luz gracias a un ritmo implacable que sugiere que el director y su equipo de montaje tienen claro cristalino cómo debe ser la evolución dramática y narrativa de una cinta de aventuras como esta.
De este modo, la película hace gala de una progresión propia de montaña rusa que equilibra de forma más que solvente los pasajes de exposición y diálogo con unas set pieces espectaculares que, por desgracia, tienden a caer en los terrenos de lo genérico y a compartir código genético con las de cualquier blockbuster actual con un presupuesto superior a los 200 millones de dólares.
No cabe la menor duda de que hay pocos cineastas en activo que sepan filmar acción con un sentido de la escala, la cinética y el espectáculo como Ridley Scott. Pero cuando este talento indiscutible se diluye entre excesos que distraen más que atraen y entre desbarres digitales incomprensibles —la escena con los monos de CGI es abominable—, es complicado no sentir una ligera decepción; especialmente cuando recordamos el tigre digital o la imperecedera batalla de apertura de ‘Gladiator’.
Pese a todo, sería injusto afirmar que ‘Gladiator 2’ no es una película digna de ser disfrutada en la pantalla más grande posible; algo que, curiosamente, choca con el hecho de que el largo funcione muchísimo mejor en sus momentos dedicados al suspense y a las conspiraciones imperiales —vistos una y mil veces, todo sea dicho— que cuando se vuelca en la acción.
Pero ni tan siquiera en estas escenas se revela tan sólida como la original, pecando de coquetear con los desbarres dignos de meme —Denzel Washington está desatado— y mostrando una condescendencia algo irritante al repetir una y otra vez lemas, consignas y al subrayar sus temas hasta la saciedad por si el público no es lo suficientemente avispado. Sí, lo hemos entendido: el poder es peligroso, hay que tener honor y salvar al pueblo de la tiranía.
Al final del día, es complicado negar que me lo haya pasado en grande con una ‘Gladiator 2’ que conecta muy bien con su predecesora, es divertidísima y tiene una jarana interna inesperada. Pero lo que menos me esperaba, además de que termine con un anticlímax descomunal, es la falta de innovación y que la emoción quede eclipsada por un artificio que, sin duda, hará las delicias de todos los que siguen teniendo el «Fuerza y honor» en la boca un cuarto de siglo después.