Los mexicanos celebran a sus muertos al colocar ofrendas en memoria de familiares o amigos, pero éstas varían de acuerdo a la región del país en la que se encuentren, sin embargo, coinciden en por lo menos 20 elementos que no deben faltar para esta conmemoración.
El Día de Muertos en México tiene raíces prehispánicas y españolas, de ahí que los festejos sean variados, diferentes en cada región, pero coinciden en el ofrecimiento a los difuntos de objetos materiales y oraciones espirituales.
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En ese sentido, las ofrendas o altar de muertos se componen de agua, la cual simboliza purificación y fuente de vida; fuego, que representa luz, fe, esperanza (velas, veladoras, cirios); sal, significa purificación.
Copal equivale a alejar a los malos espíritus; flores simbolizan fragancia de ternura; pétalos, simbolizan rumbo, camino u orientación.
La ofrenda debe incluir un petate, que simboliza la cama, la mesa o la mortaja; itzcuintle, que puede ser representado por un perro o un juguete infantil; pan, representa el cuerpo de Cristo y puede ser representado por las hojaldras; gollete, que son ruedas de pan o también conocidas como tzompantli.
Las cañas simbolizan las varas que sostenían los cráneos; arcos de carrizo, si están colocados al frente simbolizan la entrada al difunto nuevo, pero si está el carrizo colocado atrás significa que pueden entrar los demás difuntos.
Retrato, simboliza el ánima que visita a los de la casa; cruz de ceniza, si es chica simboliza a las ánimas del purgatorio, pero si es grande representa que es una herramienta para expiar las culpas pendientes.
En la ofrenda no olvide colocar la imagen de algún santo, para que interceda ante el Señor; dulce de calabaza equivale a las relaciones con amabilidad; dulces (de azúcar o alfeñique) son las calaveras, los huesos y las reliquias de santos.
Comida (mole, pipián, frijoles, tamales de tlanipa, de ceniza de frijol) es para honrar al recuerdo y deleite de las almas. chocolate; simboliza la esencia del difunto, y puede ser representado a través del atole.
Fruta (guayaba, zapote, mamey, tuna, tejocote y capulín), representa la frescura, y el licor (pulque) equivale a la identidad y recuerdos agradables que se tiene del difunto.
De acuerdo con el profesor Roberto Reyes Garrido, en el cuadernillo “Fiesta tradicional de muertos”, editado por el Consejo Estatal para la Cultura y las Artes de Puebla (CECAP) en el 2013, dentro del mundo de los mexicas, la existencia de otro mundo más allá de la muerte era una verdad vital.
Por ello, mencionó, se preparaba a los que emprendían el viaje para que tuvieran los medios de llegar hasta el lugar al que estaban destinados por su existencia en esta vida.
Señaló que no eran lugares que se hubieran ganado por lo bueno o malo que hubieran sido, sino por lo que desempeñaron en la tierra.
De tal manera que, los guerreros y ahogados, así como los borrachos, iban al Tlalocan, el sitio donde Tláloc (Dios del agua) reinaba, porque dentro de esa mitología náhuatl había 13 cielos y nueve infiernos.
El cielo de los niños era el Chichihuacuauhco; los no clasificados iban al Mictlán, el valle de los muertos donde moraba Mictlantecutli (dios de la muerte), acompañado de Mictlancihuatl (señora de la región del eterno reposo).
Para llegar al punto final, tenían que pasar por una serie de grandes trabajos o pruebas que iban desde lo más sencillo como entregar su collar de Cempasúchil al dios de los muertos, o bien, el vagar por la inmensa zona oscura caminando sobre serpientes que les mordían, y así hasta llegar a la prueba de atravesar la laguna o el río de la muerte.
El texto también señala que para ello, los que quedaban en vida preparaban al difunto con una serie de implementos que les ayudarían a llegar hasta el cielo, estando entre estas cosas el mencionado collar de flores, un perro itzcuintli que los auxiliaría en el recorrido y a atravesar el río.
Los familiares guardaban luto durante 80 días subsecuentes al deceso, no comiendo cierto tipo de alimentos no tomando el embriagante octil, sin cazar, ni pescar. Las mujeres no se cortaban el cabello en esos días y los hombres no podían colocar nuevas plumas en sus tocados.
En cambio debían llevar con frecuencia ofrendas al sitio donde reposaba el difunto, además, hacían sacrificios con su sangre pinchándose los lóbulos de las orejas y los muslos. Durante cuatro años estas ofrendas seguían haciéndose.
A la llegada de los españoles, éstos se encontraron con las costumbres y el culto de respeto a los muertos, y las vincularon a las costumbres y ritos religiosos de la vieja España, logrando así esta tradición de colocar ofrendas a los muertos.
Dentro del mestizaje, se incorpora el periodo de las celebraciones con días dedicados a los difuntos, de tal manera que cada 28 de octubre está dedicado a los asesinados y accidentados.
Asimismo, el 29 de octubre está dedicado a los ahogados; el 30 de octubre para las mujeres muertas en el parto; el 31 de octubre para los niños y adolescentes que ya murieron.
El 1 de noviembre es la celebración de Todos Santos, y el 2 de noviembre es un día dedicado a todos los Fieles Difuntos.
(Fuente Zocalo)