Cachimba deambulaba sola cuando llegó a Chichén Itzá para convertirse, junto con otros perros rescatados, en guardiana de la majestuosa ciudad sagrada de los mayas en el sureste de México. Estos animales mestizos han arribado espontáneamente al lugar, donde está el templo piramidal de Kukulkán, a veces mal heridos, enfermos o desnutridos.
La mayoría quedó a su suerte durante la pandemia de covid-19, cuenta María Guadalupe Espinosa, directora de la zona arqueológica, en el estado de Yucatán, donde reciben alimento, vacunas, “mucho cariño y respeto”. Ya son 20 perros “guardianes”, pero Cachimba, de pelo negro, es la “reina” pues llegó hace 10 años a la ciudadela, cuya pirámide sagrada fue declarada una de las siete “Nuevas Maravillas del Mundo” en 2007.
La manada es “parte de la esencia del sitio”, dice Alejandro Sarsuey, guía turístico de 29 años, y es la única autorizada para escalar los edificios por su bajo peso. Su principal misión es evitar el deterioro de las estructuras, que en algunos casos datan de los años 500 a 800, al cuidar por ejemplo que no haya animales muertos.
“Tienen el privilegio de subir a lugares donde ya no tenemos acceso. Me da un poquito de celos, pero es bonito verlos disfrutando del paisaje, de las ruinas, tomando el sol”, confiesa la turista mexicana Carla Centeno, de 32 años. El lugar preferido de Cachimba es el templo de Kukulkán, de 30 metros de altura y desde donde suele ver la puesta del sol, comenta el vigilante José Antonio Keb Cetina, a quien el jadeante animal acompaña en sus rondas.
Siente especial cariño por los guardianes, pues fueron su “único consuelo” en medio de la soledad y las “malas noticias” de la pandemia. Los responsables de la ciudadela creen incluso que hay una “conexión mística” entre estos perros y los antiguos mayas. “Muchos creen que están acá por casualidad, pero yo no creo (…), ellos tienen una función. Así como (los humanos) tenemos un mandado en este mundo”, a ellos también “los pusieron acá” con un propósito, sostiene Keb Cetina.
Agence France-Presse
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N. de la R. La presencia de perros en zonas arqueológicas como Chichén Itzá, aunque no es inédita, ha sido objeto de particular interés debido a su convivencia armónica con el entorno patrimonial. La manada mencionada en el texto forma parte de un fenómeno creciente de fauna urbana que encuentra refugio en espacios patrimoniales, en parte debido al abandono provocado por la pandemia de COVID-19. De acuerdo con el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), se han implementado medidas en diversos sitios arqueológicos de México para cuidar tanto del patrimonio como de los animales que cohabitan en ellos, priorizando campañas de esterilización, vacunación y cuidado ético (fuente: INAH, www.gob.mx/inah).
La pirámide de Kukulkán, también conocida como El Castillo, tiene una estructura escalonada que refleja precisas alineaciones astronómicas. Fue nombrada una de las Nuevas Siete Maravillas del Mundo en una votación internacional organizada por la fundación New7Wonders en 2007. Esta designación ha incrementado significativamente el turismo en la zona, con un promedio de más de 2 millones de visitantes anuales, lo que subraya la importancia de contar con estrategias de conservación tanto del entorno como de la experiencia cultural (fuente: Secretaría de Turismo de México, 2023).
La creencia en una conexión mística entre perros y el mundo espiritual tiene raíces en la cosmovisión mesoamericana. En la cultura maya, los tzul, palabra utilizada para perro en idioma maya yucateco, eran considerados guías del alma en el inframundo, particularmente representados en códices como el de Madrid. Esta asociación se extiende a otras culturas prehispánicas, como los mexicas, quienes atribuían al xoloitzcuintle un rol psicopompo, es decir, acompañante del alma en su tránsito tras la muerte.
El caso de Cachimba y sus compañeros no es solo una curiosidad anecdótica, sino que ha motivado propuestas para reconocer formalmente su rol dentro del patrimonio cultural vivo del sitio. En redes sociales y medios locales se han iniciado campañas para su adopción responsable, apadrinamiento y visibilización como parte del “paisaje afectivo” de Chichén Itzá, reflejando una tendencia global hacia el reconocimiento del valor emocional de los animales en espacios patrimoniales.
Fuente: Excelsior