Al menos tres chetumaleños con sus respectivas familias me han comentado recientemente aquello que llaman “aprovechar Cancún” y “hacer vida familiar o social en Chetumal”. Sobre todo, lo expresan por estas fechas, cuando se acerca la Navidad, se analizan los objetivos logrados durante el año o incluso los festivales musicales (del Caribe y de Jazz), los cuales reafirman el arraigo de las regiones de Quintana Roo, entre otros motivos.
Son semanas nostálgicas para muchos que viven en dos ciudades porque así lo exigen las dinámicas laboral y familiar: de los que suelen trabajar de lunes a viernes en Cancún y se van el fin de semana a disfrutar con la familia y los verdaderos amigos a Chetumal o Mérida, principalmente. Hay casos a la inversa, aunque menos. Es cuestión de pertenencia, de arraigo y, en el sentido más amplio, de identidad.
Volvamos a la idea original. Con “aprovechar Cancún” se refieren a las oportunidades de trabajo, a la cantidad de actividades gubernamentales y a la competencia profesional propia del destino. Ya lo dijo hace algunas semanas Enrique González Contreras, el coordinador estatal del empleo, cuando sugirió a los profesionistas desempleados de la capital migrar hacia la zona norte para conseguir una chance más allá del ámbito burocrático, sin el ánimo de menospreciar la vocación productiva de la zona sur.
Además, aprovechar Cancún implica disfrutar las bellezas naturales y artificiales, la recreación nocturna, la cercanía de otros destinos igualmente atractivos como Playa del Carmen, Puerto Morelos, Tulum o Isla Mujeres. En Chetumal, atractivos también hay, pero la zona norte se ha sabido “vender” como un todo.
Con “hacer vida familiar y social”, queda claro: durante la semana laboral desarrollan sus tareas y el fin de semana viajan para estar con sus parientes y amigos de la infancia, de la vida, en quienes confían, con quienes comparten sueños y con quienes se identifican. En ésas, sus ciudades de origen, son los hombres de carne y hueso, no los servidores públicos serios ni los empresarios afanosos, como tienden a comportarse en Benito Juárez.
La pregunta es: ¿Afecta o no en la identidad de Quintana Roo esta situación tan sui géneris de vivir (pertenecer) a dos ciudades? Algunos opinan que sí. Pienso que no. Por el contrario, enriquecen con su experiencia, sus quehaceres y sus costumbres el imaginario colectivo de un estado en cuya pluriculturalidad se basa la identidad.
Hace dos semanas, durante un evento de chefs en Chetumal, uno de los participantes recomendaba a los chetumaleños incorporar a los menús de casa la comida beliceña y centroamericana por una cuestión de proximidad geográfica y de “identidad gastronómica”; incluso, les dijo, deben tomar en cuenta más los ingredientes de abajo (en referencia a Centroamérica), que los de arriba (en alusión a Yucatán).
En fin, si hay habitantes de más de 100 nacionalidades en la entidad, muchos concentrados en Cancún, los de otras ciudades y estados vecinos no debieran atentar contra la identidad, entendida como el conjunto de rasgos o características que permiten distinguirla de otras en un conjunto. Porque algo está claro: no dejan de querer y agradecer a Cancún cuando viajan a su cuna cada que vez que pueden.
Lo malo sería -como dice un amigo extranjero- “no ser de aquí ni de allá”. Si no tenemos arraigo, por sentir que no pertenecemos a nada o a ninguna parte, todo se vuelve ajeno y, progresivamente, se pierde el interés en todo.
Frente a esas realidades, no queda más que respetar esa dinámica socio-laboral que de alguna manera engrandece la identidad, fortalecer a los grupos que pugnan por el arraigo más amplio y, por supuesto, entender que nuestra identidad es múltiple y diversa. Y en este sentido, casi todos tienen cabida. Esto último, es lo más noble de Quintana Roo.