Uno de los elementos que permitió al PRI mantener el poder durante casi un siglo es que facilitaba la circulación de élites así como cierto ascenso social a través de la distribución de cargos públicos. Obreros podían convertirse en líderes de sus sindicatos, caciques rurales en presidentes municipales, maestros en diputados entre otros muchos ejemplos. Quién ingresaba al partido tenía posibilidades para ocupar un mejor lugar en la escala social.
También se cuidaba de que no hubiera un grupo dentro de la élite que detentará el poder durante demasiado tiempo. El Porfiriato había enseñado la dura lección de que si los mismos personajes se mantenían en la cúpula durante largos periodos todos se veían perjudicados. Una de las múltiples causas de la Revolución Mexicana fue precisamente la falta de circulación de élites por décadas.
También lo fue la escasez de movilidad social. Una clase media que empezaba a crecer y que no tenía espacios también se sumó a la lucha armada, cansada de esperar. El PRI de hace algunas décadas recordaba claramente esa lección y daba oportunidades a la clase media dentro de la burocracia, era un peso para el erario, pero se distribuía parte del presupuesto.
Ahora ese presupuesto es desviado creativamente y se acumula en manos de unos pocos en la cima de la pirámide gubernamental, solo aumentando el poder de un reducido número de personas, causando daño a toda la estructura social.
Por eso me sorprende tanto la falta de cuadros nuevos en los partidos políticos quintanarroenses, es más alarmante la permanencia de tantos personajes con una imagen pública bastante desgastada, incluso con fuertes cuestionamientos sociales por su desempeño como funcionarios. Otros son descaradamente parientes o amigos de personajes encumbrados, sin ningún otro mérito. Es una élite cerrada, que cada vez se aísla más y que sus propuestas están disminuyendo con el paso del tiempo. Las personas no circulan, pero tampoco las ideas, las soluciones, ni las oportunidades. Y como en el Porfiriato, también se fortalece la impunidad.
La sociedad en respuesta rechaza más los procesos políticos, se resisten a participar en las jornadas electorales, mítines, foros entre otras fórmulas que poseía el sistema para establecer un vínculo entre gobernantes y gobernados. En la superficie eso ayuda a la elite pero en fondo es un sutil acto de rebeldía y una abierta descalificación y pérdida de legitimidad.
Es un juego peligroso el de nuestra élite dirigente, a la sociedad la atrasa y a ellos los pone en situaciones cercanas a perder su tan querido poder. El número de políticos descontentos genera liderazgos que fragmentan el sistema y en la clase media empiezan a gestarse pequeños movimientos de oposición. Para que este escenario no se agrave y cause más daños será necesario que la élite política se dé cuenta del grave error en el que está incurriendo y recuerde la lección histórica. O mantenerse en esta actitud y prepararse para ser desplazada en un futuro cercano, probablemente con altos costos para todos.