El humor y su manifestación fisiológica, la risa, alivian tensiones en situaciones comprometidas y producen muchos beneficios al organismo.
Dice el dúo Faemino y Cansado en el folleto de ¡Como en casa, ni hablar! que les gustaría que la gente riera al menos veintitrés veces, y que al salir del teatro fueran mejores personas y encontraran el sentido de la vida. El primer deseo lo cumplen de sobra. Muchos empiezan a desternillarse en cuanto los humoristas pisan el escenario. A otros, en cambio, el espectáculo no les hace ninguna gracia. O incluso lo pasan mal, como le ocurre a una mujer que no para de mirar elmirar el móvil a cada instante, a la espera de que se acabe ya de una vez la tortura. ¿Por qué algo divertido para unos no lo es para otros? “Creo que el humor es una forma de ver la vida y un mecanismo de defensa. Y no está claro en qué radica”, opina Javier Cansado. Y añade: “Yo siempre digo que mis hijos son gente divertida, pero no humoristas. Yo te puedo enseñar a catar un vino, pero no te puedo enseñar el sentido del humor”. La risa es un comportamiento ampliamente analizado por la comunidad científica desde hace décadas. El humor, en cambio, revela mucho más acerca de cómo pensamos, sentimos y nos relacionamos con los demás. Es un estado de ánimo, y por tanto, difícil de medir.
Baile de neuronas
Gracias a las modernas técnicas de neuroimagen, sabemos que el humor se origina en un área denominada central de detección de errores. Está localizada casi en el centro del cerebro, justo encima del cuerpo calloso que conecta los hemisferios izquierdo y derecho. Desde esta posición, puede supervisar el resto de regiones, cada una de las cuales está especializada en una actividad, como pueden ser la visión o el lenguaje. Cuando nos cuentan un chiste, las ondas sonoras de las palabras viajan en forma de impulsos eléctricos al cerebro: “¿cómo se esconde un elefante en un cerezo?”. El hemisferio izquierdo empieza a ordenar la información mientras intenta acertar el final lógico de la historia. Por otra parte, se activa una pequeña zona en el hemisferio derecho que nos permite imaginar la narración desde una perspectiva absurda. También necesitamos las áreas implicadas en el procesamiento del lenguaje y la memoria a corto plazo. Entonces llega la resolución del chiste: “se pinta las uñas de rojo”. Esa incongruencia, ese final inesperado rompe con nuestras expectativas. La central de errores es la encargada de sincronizar lo lógico y lo ilógico de la narración, según explica Natalia López Moratalla, catedrática de Bioquímica y Biología Molecular de la Universidad de Navarra. Pero una cosa es que una chanza nos sorprenda y otra muy distinta que nos parezca divertida. Al lograr detectar el error, el cerebro obtiene una recompensa a través de la liberación de dopamina, la conocida como hormona de la felicidad. Entonces es cuando se desencadena la risa. “El sentido del humor requiere una mente ágil y flexible, ya que los procesos de entender el chiste, encontrarlo divertido y reírse se sincronizan muy rápido”, asegura la experta.
El humor, por tanto, activa sentimientos positivos, pero no elimina necesariamente los negativos. De hecho, en circunstancias trágicas, como un funeral, a veces somos incapaces de reprimir la risa. Aunque pueda parecer una grosería, no es más que una manera de abordar emociones encontradas. Incluso nos puede ayudar a conectar con los demás en momentos de tensión. La investigadora Lisa Rosenberg, del Rush University Medical Center de Chicago, ha estudiado cómo ayuda el humor en trabajos que requieren tomar decisiones rápidas y precisas. En uno de sus estudios pidió a setenta profesionales del servicio de urgencias en un hospital que describieran cómo aflojaban la tensión en su día a día. Y hacer ocurrencias macabras sobre los pacientes demostró ser muy útil. “El acto de bromear nos da un descanso mental y aumenta nuestra objetividad ante una situación de estrés abrumador”, concluía Rosenberg en su estudio. Aunque algunas personas piensan que el humor negro pone de relieve lo peor del comportamiento humano, nos fascina hacer gracias de mal gusto. No hay más que ver lo poco que tardamos en inventar chascarrillos cuando ocurre una tragedia colectiva.
¿Chistes sobre el 11-S?
Scott Weems, autor del libro Ja. La ciencia de cuándo reímos y por qué, reflexiona sobre las bromas que circularon a cuenta de los atentados de las Torres Gemelas de Nueva York: “El aspecto realmente importante es que revelan nuestros auténticos sentimientos acerca del incidente. Hay cólera, naturalmente, pero también frustración y, esporádicamente, irreverencia. […] Reflejaban lo que la gente quería decir: ‘No me digáis cómo tengo que sentirme. Soy capaz de reconocer una tragedia cuando la veo sin que me lo recuerden las veinticuatro horas del día en las noticias’”. El humor y su manifestación más corriente, la risa, no solo son útiles como mecanismo de defensa psicológica, sino que también aportan beneficios a nuestro organismo. En primer lugar, porque troncharse es un ejercicio aeróbico: cien carcajadas equivalen más o menos a entre diez y quince minutos de bicicleta estática. También es saludable porque “produce la aceleración del ritmo cardíaco y un aporte de oxígeno al cerebro”, afirma Moratalla. “Las personas con humor –continúa– tienen un sistema inmune más sano, sufren un 40 % menos infartos y viven cuatro años y medio más de media”. La base de esta teoría la encontramos en estudios como el que se efectuó hace algunos años en la Universidad de Maryland, en EE. UU. Los médicos recomiendan hacer ejercicio de manera regular, porque dilata los vasos sanguíneos, lo cual a su vez mejora la irrigación del cuerpo y vuelve más estable la circulación. O sea, el mismo efecto que provoca la risa. Para demostrarlo, los investigadores hicieron que veinte voluntarios presenciaran la escena inicial de una película estresante como Salvar al soldado Ryan y una comedia tontorrona como Vaya par de idiotas.
Después de ver la primera, catorce personas experimentaron una reducción en el calibre de las arterias. En cambio, tras contemplar los gags de Vaya par de idiotas, todos mostraron una mejora del flujo sanguíneo de más del 20 %. Por eso, muchos científicos recomiendan reírse un mínimo de quince minutos al día. Esta actividad también parece servir como analgésico, según un equipo del Allegheny College, en Pensilvania. Los científicos averiguaron que el sufrimiento por una descarga eléctrica es menor si antes se ha visto una comedia. Es más, según otro trabajo dirigido por el profesor Lee Berk, de la Universidad de Loma Linda, en California, el efecto calmante es visible con solo anunciar a los sujetos de estudio que van a disfrutar de un vídeo cómico. La explicación se encuentra en que la risa estimula la producción de endorfinas, consideradas como una especie de morfina natural del organismo.
“Está claro que tanto la risa como el humor no curan por sí solos, pero son beneficiosos para enfermedades en las que el umbral del dolor está por los suelos, como la fibromialgia, y también en trastornos del ánimo o cuadros ansiosos y depresivos”, asegura el doctor Manuel Arias Gómez, coordinador del Grupo de Humanidades de la Sociedad Española de Neurología (SEN). Por eso, la llamada risoterapia se emplea como complemento para algunos tratamientos. Y cada vez son más los hospitales que cuentan con voluntarios, normalmente artistas –payasos, magos, cuentacuentos, músicos, actores…–, que dan calidez al frío entorno sanitario. Los Doctores Sonrisa de la Fundación Theodora, los Pallapupas, los Payasos sin Fronteras y los profesionales de Sonrisa Médica son solo algunos ejemplos de esta tendencia en nuestro país.
Begoña Carbelo, doctora en Psicología, lleva años investigando la relación entre salud y humor y su aprovechamiento por el personal sanitario. “Creo que todavía no se valora la posibilidad de ayudar a los pacientes mediante estados emocionales que les permitan desviar la atención de su situación”. Esta profesora del Centro Universitario de Ciencias de la Salud San Rafael-Nebrija, en Madrid, defiende que cada vez se hacen más necesarios proyectos de este tipo, y reivindica que se les dé la entidad que merecen. “Está demostrado que funcionan: los pacientes se animan y evolucionan más favorablemente. Y no solo en el ámbito infantil: también surte efecto con adultos y ancianos”. Y es que el humor es, junto con el deporte, una buena alimentación y unos hábitos de vida saludables, la mejor medicina que existe.
Fuente: MuyInteresante