No solo los ojos son ‘el espejo del alma’, también la piel tiene la virtud de reflejar lo que sucede en nuestro interior, sacando a relucir de diversas formas aquellas emociones que por lo que sea, nos cuesta exteriorizar.
En este post vamos a ver por qué en caso de percibir algún cambio significativo en la piel debemos, no sólo tratar la zona afectada con productos indicados para ello como pueden ser cremas o lociones, sino además revisar qué está sucediendo en nuestro interior.
Es fundamental el autoanálisis para saber qué es lo que sientes y por qué lo sientes ya que únicamente así podrás conocer el verdadero origen o causa de esta alteración cutánea.
Es sabido por muchos especialistas que cuando estamos en el período embrionario, la piel en esta fase inicial, tiene una relación muy cercana al sistema nervioso. Muchas células que forman parte
del sistema nervioso se encuentran también en la piel, por eso la piel manifiesta lo que ocurre en nuestro sistema nervioso.
Pero la piel no sólo reacciona con nuestras emociones, lo hace también con todo lo que sucede en nuestro organismo. Por ejemplo, se vuelve amarillenta cuando hay un problema hepático, o grisácea cuando hay un problema renal o contaminamos nuestro organismo con malos hábitos como el tabaco.
Tampoco se expresa únicamente cambiando de tonalidad, tal vez alguno de vosotros ha experimentado alguna vez un brote de caspa o dermatitis y el dermatólogo os ha dicho que es debido al estrés.
Si bien el estrés en sí no presenta un problema, ya que es normal tener cierto grado de estrés en determinados momentos, el estrés prolongado sí debilita y resiente nuestro organismo, causando
quizá crisis o trastornos de ansiedad que afectan la digestión e impiden la buena asimilación de alimentos, lo cual repercute también en la asimilación de nutrientes y por tanto, en nuestra piel.
Además, la tensión nerviosa hace que nuestro cuerpo libere adrenalina y ésta actúa frente a las glándulas sebáceas captando de forma excesiva hormonas que se encuentran en la sangre y produciendo una mayor cantidad de sebo.
Esto genera una cadena. Por ejemplo, un adolescente que padezca acné puede convertirse en una persona introvertida, tímida y con problemas de autoestima. Así mismo, si ese estado de tensión e
inseguridad se prolonga en el tiempo puede producirse una alteración inmunológica que, a veces, acompañado de una falta de vitaminas, provocará un empeoramiento cutáneo.
Por eso, si tu piel ha experimentado algún cambio, si has seguido el tratamiento que te ha indicado el dermatólogo y aún así no has logrado mejoría, ve más allá de lo obvio y lo
visible.
Analiza y lleva un registro de cuando empezó a manifestarse y en qué momentos empeora. En qué partes del cuerpo aparece, en qué estación del año y en qué momento emocional de tu vida.
Generalmente la manifestación de síntomas físicos del organismo está relacionado con la contención de nuestros sentimientos. Éstos deben salir por algún lado y qué mejor que la piel para expresarlos.
Identifica cuáles pueden ser las causas del problema. Qué emociones te están afectando.
Con frecuencia los sentimientos de inseguridad, miedo y frustración, la baja autoestima, la timidez y la ansiedad, así como la tendencia al perfeccionismo, a la autoexigencia y a esperar demasiado de los demás, son algunos de los sentimientos que más comúnmente tienden a desencadenar en manifestaciones físicas como son las alteraciones de la piel.
Analízate, detecta el problema de raíz y actúa para solucionarlo. Conócete bien. Acepta la realidad y enfréntate a ella. Llora si tienes que llorar. Si algo te afecta, reconócelo. Evita sentimientos negativos. Concéntrate en las virtudes tuyas y de los demás.
No te amargues ni te apresures a sentirte ofendido ante lo que hacen o dicen los demás. Todos fallamos, somos imperfectos y seguro que no es tan grave. No ‘terribilices’ las cosas. Conversa
contigo mismo. Pregúntate: ¿Por qué estoy así?
La sociedad nos ha enseñado a retraer los sentimientos: No lloramos para no parecer débiles, no decimos ‘te quiero’ para no parecer ridículos y no reímos demasiado para no parecer tontos.
Si no eres capaz de identificar el problema y sientes que necesitas exteriorizarlo, el hablar de ello con alguien de confianza puede ayudarte, así como la ayuda de un psicólogo profesional y experimentado o un médico naturópata.
Para colmo, el ritmo vertiginoso del día a día no nos facilita el detenernos a observarnos. Si tomáramos más tiempo para observar nuestros sentimientos y nuestras emociones, nuestra vida mejoraría en gran manera.
Hay tratamientos naturales realmente efectivos que, si se llevan a cabo, pueden ayudar muchísimo, mejorando e incluso erradicando el problema.
Por supuesto, es fundamental cuidar la piel con productos suaves, naturales, sin ingredientes químicos que puedan empeorar los síntomas, así como también cuidar nuestra alimentación y horas de sueño.
Pero recuerda, si nada te ha dado resultado, la raíz del problema está en el interior. Tu piel lo que hace es exteriorizarlo por ti.
Fuente:SaludFacilisima