La historia de la muerte del Buda es especialmente valiosa para el ser humano ya que marca un momento trascendente en el tiempo del cual además tenemos una cuidadosa narración. El evento del parinirvana del Buda –la extinción que es la liberación hacia la eternidad– es la suprema enseñanza de lo que puede ser la muerte si una persona ha alcanzado el estado de conciencia de despertar –el estado búdico. La riqueza de este evento yace también en que fue documentado por los bhikkus (los monjes que conformaban la sangha del Buda) y tenemos por ello una descripción de las últimas impresiones del Buda, las cuales constituyen un tesoro de sabiduría única, ya que son palabras que nacen de una experiencia no de una conjetura intelectual.
La historia narrada en el Mahā-parinibbāna Sutta, el sutra del Gran Nirvana o la Gran Extinción, cuenta que el Buda, después de haber convertido a un último asceta a su doctrina, en una arboleda cerca de Kusinārā, y habiendo determinado acceder a la muerte –voluntariamente comiendo antes carne contaminada, reunió a sus discípulos y les encomendó refugiarse en las tres gemas: el Buda, el Dharma y la Sangha. Ante la tristeza y el desconsuelo de los monjes más cercanos, entre ellos el fiel Ananda, les dijo: «puede que algunos de ustedes piensen: ‘Ha finalizado la palabra del Maestro; no tenemos ya al Maestro’. Pero no, Ananda, esto no debería entenderse así. Porque aquello que he proclamado y dado a conocer como el Dharma y la Disciplina, esto será su Maestro cuando me haya ido».
Luego la escritura dice que el Buda declaró que todos los monjes ahí presentes alcanzarían la iluminación, habiendo conocido el camino y la práctica. Antes de entrar al estado de absorción meditativa (dhyana, jhana), sabemos por el Mahā-parinibbāna Sutta que las últimas palabras del Buda, el Tathagata, «aquel que se ha ido así a la felicidad», fueron:
handa’dāni bhikkhave āmantayāmi vo, vayadhammā saṅkhārā appamādena sampādethā ti
[Una primera traducción de esta palabras del pali es: Discípulos, esto les digo: Todas las cosas condicionadas están sujetas a desaparecer –busquen constantemente su liberación].
Luego el sutra describe cómo, ante la duda de Ananda sobre si el Buda había perecido, uno de los monjes le contestó que el Buda no había perecido sino que había logrado «la cesasión de la percepción y las sensaciones», habiendo entrado a los cuatro dhyanas corpóreos y a los cuatrodhyanas incorpóreos (arupa), habiendo cruzado «la esfera del espacio infinito, la esfera de la conciencia infinita, la esfera de la vacuidad, la esfera en la que se percibe y no se percibe y la esfera de la cesación de la percepción y la sensación». Lo que nos dice esto es que el Buda practicó en la muerte la misma meditación que le había servido como base para alcanzar la sabiduría(prajna) siendo la sabiduría lo que le permitió alcanzar la liberación, más allá del éxtasis meditativo, bajo el árbol de Bodhi 45 años antes.
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De esta forma, con esta sublime técnica de desprendimiento, el Buda abandonó lúcidamente la existencia como la conocemos y el ciclo de muerte y renacimiento –la rueda del samsara, que era parte de las creencias difundidas por todo el continente indo. Esta extinción puede confundirse con el no-ser, con un nihilismo, especialmente porque el Buda enseñó una doctrina que negaba la existencia e inmortalidad del alma individual (atman), sin embargo, la tradición budista, específicamente el Mahayana, mantiene que el Buda existe infinitamente, siendo idéntico al dharmakaya, el cuerpo de lo absoluto o cuerpo de la verdad, que suele identificarse con la vacuidad. Este es el aspecto más polémico y esotérico del budismo, pero podemos decir que este paso del parinirvana no es la divinización de un individuo sino la integración totalizadora en la mente absoluta no diferenciada [rigpa, en tibetano] que es igual al espacio y que es de hecho la naturaleza o base de todas las cosas. Siddartha Gautama extingue todas las formaciones que habían echado a andar sus actos y deja de existir como individuo, pero Buda, la mente despierta, existe para siempre en todas las cosas.
Ahora regresemos a las últimas palabras del Buda, en las cuales creemos que se sintetiza el grueso de la doctrina. Fundamentalmente el Buda enseñó que el mundo era impermanente (anicca), que el yo fijo era inexistente (anatta) y que la existencia era sufrimiento (dukkha) o insatisfacción (las tres marcas de la existencia). Estas tres ideas están de alguna manera implicadas en sus últimas palabras. Nos dice Dharmacari Jayarava: «podemos traducir vayadhammā saṅkhārā como: ‘todas las cosas son perecederas’ o también ‘todas las experiencias son decepcionantes'». Así tenemos claramente la idea de la impermanencia, que es lo que produce decepción, insatisfacción o sufrimiento, lo cual es la idea central que se expone también en las cuatro nobles verdades (la gran epifanía del Buda bajo el árbol de la iluminación). Sencillamente, ya que las cosas está destinadas inexorablemente a morir, enfermarse o desintegrarse, el desearlas y apegarse a ellas conduce al sufrimiento. Esto último incluye al yo fijo y estable, el cual está destinado a morir y por ello –al identificarnos con él e incluso considerarlo inmortal– la mayor parte del sufrimiento ocurre. Sufrimos porque nos critican o porque alguien nos hace sentir placer; sufrimos porque creemos que somos ese yo estable con un nombre y una forma sólida e inevitablemente enfermamos, nuestra juventud se desvanece y moriremos. El budismo enseña algo que nos puede parecer radical, no somos ese yo atrapado en un cuerpo que todo lo ve a través de sí mismo, somos el proceso entero de la naturaleza, siempre cambiante, la totalidad de la existencia sin una sustancia e identidad: aquello que existe, existe sin un yo, no se necesita de un yo para que se tengan experiencias; la felicidad o el amor son impersonales.
La frase handa’dāni bhikkhave āmantayāmi vo, vayadhammā saṅkhārā appamādena sampādethā ti tiene sus dificultades de traducción siendo que no existen términos equivalentes en idiomas como el español o el inglés para algunas de estas palabras. Dharmacari Jayarava hace una traducción más extensa, incorporando definiciones alternativas de algunos términos:
Todas las cosas compuestas, todas las experiencias (mentales y físicas), todos los fenómenos por su propia naturaleza se corrompen y mueren y son insatisfactorios: es a través de no obsesionarse, no infatuarse y no embriagarse con los objetos de los sentidos que se alcanza el despertar, o se obtiene la liberación.
Esta definición cubre un amplio ámbitos de posibles interpretaciones y, aunque es más extensa que las palabras del Buda, es consistente con las enseñanzas fundamentales del Dharma budista, por lo cual la podemos considerar como una buena definición funcional para captar el mensaje que probablemente el Buda quiso dejar a sus discípulos. Yace aquí también, de manera apropiada para el momento, el núcleo de un dharma que podemos llamar un poco posmodernamente: la alquimia budista.
Vayadhammā es una palabra compuesta por vaya «decadencia», «pérdida», pero que según Jayarava también remite a «querer» y «dhammā» , «dharma» en pali, en este caso con la acepción de «fenómeno» o «fenómenos». Saṅkhārā es otro término complejo que generalmente se traduce como «compuesto» o «fabricación», y que tiene una conexión con el karma en otros sutras, esto es, los compuestos que se producen por las voliciones mentales, por la intención que es lo que genera karma, una acción que tiene consecuencias. La «alquimia budista», sugerimos, yace en disolver los saṅkhārās, que son las formaciones kármicas, los compuestos que se registran como los atavismos físicos y mentales, aplicando la sabiduría de que el mundo es impermanente, lo cual se aplica a través de la ecuanimidad, es decir, de la no reactividad ante las cosas. Enseña el budismo que si no se persiguen los estímulos que generan los objetos sensoriales entonces no se produce karma, esto es básicamente el origen del concepto de no apego. El término en sánscrito upādāna, que se traduce como «apegarse» o «aferrarse», también significa «causa material, combustible o fuente que mantiene energizado un proceso».Ya que las cosas son insustanciales e impermanentes es ignorante apegarse a ellas, y es esta ignorancia la que produce el karma, concatena toda una serie causas y efectos y brinda el combustible mental para que sigan existiendo y rodando en el samsara.
Para realizar esta alquimia se debe practicar un cierto estado de conciencia que impida un apego a los fenómenos, lo cual hace también que no se inscriban en el cuerpo como impurezas. La palabra clave que utiliza el Buda en su discurso final es appamada, la cual tiene un significado similar a lo que hoy conocemos como mindfulness (sati en sánscrito), aunque con algunas diferencias. Jayarava dice que se trata de un estado de vigilancia, alerta, diligencia y mesura. «Appamada es sinónimo de ‘vigilar las puertas de los sentidos’, pero también de una mente concentrada a partir de la cual puede surgir la sabiduría. Nos permite entrar en los estados sucesivos —pāmojja, pīti,passambhati, sukha, samādhi, dhammā pātubhavā– que llevan de una forma progresiva a la liberación».
Podemos añadir que este estado de conciencia vigilante no debe forzarse y experimentarse como una cerrazón o como un estado de alta presión interna, sino al contrario, como una lúcida y relajada fluidez que es también una atención plena que observa todas las cosas que ocurren en el presente y por lo tanto, en el mantener este estado de observación, no forma apego a los fenómenos, ni los persigue con aversión o avidez. Tenemos aquí prácticamente la definición de lo que es el estado de la budeidad en su estar en el mundo. Dice Roberto Calasso en su libro Ardor que lo que define al estado de buddhi es «La primacía de despertar sobre cualquier otra actividad mental… Simplemente estar despierto. Eso es lo que permite que cualquiera se vuelva ‘más divino, más calmado, más ardiente’, en otras palabras más rico en tapas«. Tenemos entonces un estado que nos puede parecer paradójico, que es una calma vigilante, una calma ardiente, una conciencia de la vigilia que es constante, incluso en el sueño, un contínuum de la observación, siempre igualmente atento, un estar totalmente despierto al mundo. Esto es lo que define al Buda, «aquel que ha despertado», «aquel que ha conquistado el estado inmortal».
Fuente: Pijama Surf