Un político piensa en términos de la próxima elección. El estadista piensa en la próxima generación. El político es capaz de mentir con tal de llegar a su máxima aspiración.
El estadista tiene el valor de decir la verdad, por más cruda que sea, con tal de que el pueblo se concientice. Los políticos buscan la popularidad, buscan ser queridos. Los estadistas suelen ser necesitados por los pueblos.
Los estadistas tienen el valor de solicitar el esfuerzo personal de cada uno de los ciudadanos para construir un gran estado. Los políticos son capaces de dividir con tal de llegar al poder.
Los estadistas tienen la capacidad de multiplicar los apoyos para lograr el triunfo del pueblo. Los políticos luchan en contra de sus adversarios con tal de llegar al poder. Los estadistas tienen la capacidad de convertir a sus enemigos en amigos. Los políticos buscan la gloria personal.
Los estadistas buscan la gloria del pueblo. Los políticos usan su fuerza personal y la de sus seguidores para triunfar. Los estadistas usan su fuerza personal, la de sus seguidores y la de sus enemigos para el triunfo del pueblo
Entre otras cosas para ser un estadista, se exige visión a futuro y desprendimiento de las ambiciones personales y tener la grandeza para concertar grandes acuerdos aunque sean ideas de otros y principalmente, tener el don de la ubicuidad para comprender y asimilar que estuvieron demasiado tiempo en el poder y que ya es hora de permitir el recambio generacional.
Es la hora de que los políticos se aparten y dejen paso a los estadistas, Muchas veces hemos comentado aquella famosa reflexión, según la cual la diferencia entre un político y un estadista es que el político piensa en las próximas elecciones y el estadista en las próximas generaciones. Tal vez el problema de Quintana Roo es que tenemos una generación de políticos en estado puro, entre los cuales hay muy pocos estadistas, hombres de Estado que se eleven un poco por encima de las pequeñas miserias partidistas, que dejen de enredarse en lo cotidiano para pensar en el medio y largo plazo. Si tuviéramos estadistas no nos veríamos como nos vemos, presos de conciencia.
Un verdadero estadista se diferencia sobremanera de un político común. Es capaz de conducir a su pueblo y, desde luego, trasciende las fronteras de su país. Posee una mirada excepcionalmente lúcida a largo plazo y le otorga a la época que vive su propio sello.
Un genuino estadista, sin duda, difícilmente cuente con el beneplácito de mediocres, timoratos y oportunistas: el pan de cada día en la cotidianidad política.
Un estadista indefectiblemente pasa a la historia. Sin embargo, aquello no le asegura loores ni aplausos en su tiempo; y quizás tampoco obtenga una aceptación óptima en las encuestas.
Los estadistas son sumamente escasos en el devenir histórico universal.
Un estadista se anticipa al futuro. No confunde el concepto de plan estratégico con medidas netamente tácticas o electoreras.