Es tan simplista e incompleta la opinión según la cual el encarecimiento de la divisa estadounidense frente al peso mexicana es necesariamente mala en todos los sentidos como la que afirma que un peso barato para los estadounidenses significa sólo grandes beneficios de mercado para un estado eminentemente turístico como Quintana Roo, tema que vuelve a la palestra tras el anuncio de Agustín Carstens Carstens de su salida en poco más de medio año del banco central mexicano, que ayer mismo precipitó una devaluación de nuestra moneda.Cerca de su récord en muchos años, tras el anuncio del mundialmente respetado economista el billete verde alcanzó ayer 21.05 pesos al menudeo. Para empezar, si bien no se espera una importante apreciación de la moneda mexicana, para la industria turística la brusca caída no beneficiará al turismo en absolutamente nada, pues las visitas a Quintana Roo para la inminente temporada alta están totalmente vendidas a través de mayoristas en ventas pactadas hace varias semanas, al correspondiente tipo de cambio. Se espera que en el corto-mediano paso el precio del dólar se estabilice, lo que no significará necesariamente una baja, sino que el tipo de cambio en no mucho tiempo se empatará con su comportamiento normal, el que veíamos antes del anuncio de Agustín Carstens. Incluso se espera un marginal beneficio-país para cuando éste viaje a tierras helvéticas para ocupar la Gerencia General del Banco Internacional de Pagos, entidad financiera de gran prestigio internacional, acaecimiento que mal o bien enviará el mensaje opuesto al hoy vigente: cierta confianza en el manejo y desempeño de la política económica de Enrique Peña Nieto, de estricto continuismo del neoliberal Consenso de Washington, dictado por el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial como decálogo para los países emergentes que adoptaron el neoliberalismo, como lo hizo México hace casi siete lustros.
Aparte de lo anterior, decíamos, el beneficio de un peso barato para la economía de las entidades federativas y localidades turísticas al volverse los destinos más competitivos es fuertemente contrarrestado por la afectación al consumo interno y la dinámica económica de las comunidades. La comprobación de esto es la preocupación expresada por la empresaria gastronómica cancunense Kit Bing Wong, que hace pocos días admitió que los menús de los restaurantes tuvieron que reimprimirse con alzas en los precios al consumidor por la elevación de los costos en insumos y servicios que los emprendedores ya no están en condiciones de absorber para mantenerse competitivos, y señaló como principal causa el encarecimiento de la divisa de referencia internacional.
Mientras los beneficiarios de un peso barato por el incremento de operaciones turísticas al mayoreo signadas en dólares pudieran beneficiar sólo marginalmente a las grandes cadenas hoteleras y prestadores de servicios relacionados, igualmente corporativos en su mayoría, ni siquiera los visitantes a los grandes centros de hospedaje dejarían una derrama significativa para las economías domésticas, pues sus consumos se centran en los grandes centros de hospedaje, muchos de ellos que operan bajo el esquema de todo incluido y otros que hasta a sus clientes extranjeros de clase media los cercan para que hagan sus consumos en comercios corporativos y transnacionales que mantienen precios en dólares.
Cierto: es posible que la depreciación del precio impacte de alguna manera en la creación y sostenimiento de puestos de trabajo, pero los sueldos de los empleados del turismo son tan bajos que ante el encarecimiento de los productos y servicios destinados a la clase trabajadora sólo significarán alguna derrama para la economía informal, dejando la demanda agregada cada vez más deprimida.
De lo que puede hacer un gobierno estatal como el de Carlos Joaquín González para contrarrestar esta perversa dinámica –o más bien parálisis– platicaremos en las próximas semanas.
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