MINI-DESTRIPACUENTOS
Por Antonio Callejo
Aracataca no es un pueblecito cualquiera. Sus orígenes están relacionados con una cruenta lucha esclavista, enmarcado también por la guerra civil. Tuvo su esplendor comercial justo cuando Gabo pasó allí su niñez, al cuidado de sus abuelos.
La extensiva operación de una empresa trasnacional que comerciaba con productos del campo, generó un fenómeno migratorio importante. Había numerosos extranjeros. Norteamericanos, españoles, jamaicanos, y otros grupos provenientes de otras regiones colombianas, animaban la vida cotidiana de este municipio costeño y bailador de cumbias.
Había, como ocurre en todos los sitios que concentran tanta mano de obra, una gran variedad de prostíbulos, cantinas, y por tanto músicos, vagos, vendedores ambulantes.
Las riñas a machetazos eran comunes. Los muertos que chorreaban su sangre en la tierra de sus calles, también.
Era frecuente la visita de circos, gitanos, soldados, en una comunidad que no podía ocultar su alegría caribeña, entre olores profundos de café, guayabas y tabacos de la mejor calidad del mundo, y al alcance democrático de todos.
Gabriel García Márquez se bebió Aracataca, salió a recorrer el mundo como reportero, y regresó para redondear su conocimiento de la condición humana.
Creo que Cancún se parece mucho.
Y también que podría dar un premio Nobel cuando alguno de sus cientos de narradores logre entender a esta hermosa pero también sufrida ciudad. Para contar la historia de sus vivos, de sus muertos, y no sólo nos conformemos con la simplona tarea de contar cadáveres.