La reliquia, en realidad una mano y sin el meñique, que Franco tenía en su mesilla de noche y que, tras su fallecimiento, su viuda devolvió (debió de ser lo único) a sus legítimas propietarias, las monjas carmelitas del convento de la Merced de Ronda…
Tras años de instrucción y semanas de juicio oral, este miércoles se produjo un hecho histórico que muchos apostaron que jamás ocurriría: la declaración de la infanta Cristina como acusada de cooperadora necesaria de dos delitos fiscales. Supone una nueva prueba de que en España se puede hacer justicia sin limitaciones y despeja los fantasmas a propósito de las injerencias del poder político o institucional sobre el judicial. El impacto brutal de ver a un antiguo miembro de la familia real en el banquillo trasciende su relevancia judicial. Es una llamada de atención sobre la degradación moral que ha sufrido este país europeo en los últimos años. Al tiempo, desde un ángulo más optimista, prueba también cuánto se ha avanzado hacia un sistema de justicia para todos.
No es momento de opinar sobre la culpabilidad o no de Cristina de Borbón. Son las tres magistradas de la Audiencia de Palma, las que deben juzgar los hechos y dictar la sentencia que consideren oportuna. En cualquier caso, la Infanta tiene la misma presunción de inocencia que los otros acusados. Su declaración, muy preparada con los abogados, se centró en intentar demostrar que no tenía participación alguna en la gestión de la sociedad aizoon, de la que era propietaria al 50% con Iñaki Urdangarin, y que todo lo que firmaba lo hacía por confianza en su marido…
La corrupción política y económica en España y en otros países democráticos como es nuestro México es una gangrena que se extiende cada día más por un cuerpo que ya empieza a parecer el de un cadáver, tanta es la parte de él corrompida. Como en la novela de Albert Camus “La peste” o en los relatos bíblicos y medievales de las enfermedades malditas y contagiosas, la putrefacción de la vida española es tal que o la sociedad actúa de una vez (en las últimas elecciones lo hizo sólo a medias), o todos los españoles acaben recluidos en un lazareto, pues nadie va a querer tener contacto físico con nosotros. Lo ha dicho la propia Esperanza Aguirre al anunciar su dimisión a medias (lo hizo de presidenta del partido gubernamental PP en Madrid, pero no de jefa de la oposición en el Ayuntamiento de la capital; los ‘liberales’ es lo que tienen: unos principios que son flexibles): “La corrupción nos va a terminar matando”.
El problema es que le va a terminar matando a todos los ibéricos, no sólo a ella y a sus compañero, incluido el presidente en funciones Mariano Rajoy. Y lo malo es que quizá es hasta justo que así suceda, pues el consentimiento y la comprensión de los españoles con la corrupción;“Si no se lo llevan estos se lo van a llevar los otros”, “Yo haría lo mismo si pudiera, son tan culpables como la corrupción en sí. En la película “Molokai”, aquella historia épico-religiosa sobre la vida del Padre Damián, el santo de los leprosos, que conmovió a todos los españoles y latinoamericanos en los años 50 y 60, a los enfermos se los confinaba en una isla para que no tuvieran contacto con los demás, pues se pensaba que la lepra era extremadamente contagiosa. Hoy ya se sabe que apenas lo es, al revés que la corrupción moral, que, si no se trata a tiempo. Puede afectar a todo un país -que es lo que ha ocurrido en el de los ‘indignados’ de la Puerta del Sol de Madrid y el de su partido Podemos que se alía con los ‘recortadores’ de derechos sociales del PP para impedir que España tenga un gobierno de centro izquierda liderado por Pedro Sánchez del PSOE y Albert Rivera de Ciudadanos- curiosamente el único de toda Europa que tiene una leprosería en activo mientras que la corrupción moral sigue sin centros de tratamiento.
Antes de que Einstein en 1916 demostrara teóricamente la existencia de las ondas gravitacionales, producto del choque de dos agujeros negros que tuvo su origen a miles de millones de años luz, y la ciencia fuera capaz de detectarlas, algunos seres privilegiados de nuestro planeta ya las habían incorporado a su espíritu. La infinita armonía de ese sonido del espacio puede que estuviera inserta en los golpes de cincel de Fidias, en el ritmo de un verso de Ovidio, en la Venus de Botticelli saliendo del mar, en la inspiración de Mozart al componer su concierto de clarinete, en la garganta de Louis Armstrong, en el “Satisfaction” de Mick Jagger y sus Rolling Stones, que actuarán el 25 de marzo en La Habana, donde fueron proscritos por Fidel Castro y los barbudos de la Sierra Maestra, en plena “Guerra Fría”, junto a los Beatles, “Son productos del capitalismo y del imperialismo yanqui”, reflexionaban en la Cuba revolucionaria. “Son comunistas, masones, judíos y maricones”, deliraba el ministro de Información y Turismo, Manuel Fraga Iribarne, uno de los ‘intelectuales’ del franquismo.
El alucinante cataclismo que produjeron en un punto del universo dos galaxias al devorarse, después de miles de millones de años luz, tal vez ha terminado vibrando en las cuerdas del arpa con que una chica angelical ameniza una cena de mafiosos en un restaurante con tres estrellas Michelin caídas también del espacio. Puede que algún día la física cuántica demuestre que el alma de las personas y de los animales también obedece a la fórmula E=mc2 de Einstein como resultado de aquella explosión. ¿Qué es el espíritu sino una contracción del tiempo y el espacio? Las almas que pueblan esta mota de polvo cósmico que es la Tierra forman un solo cuerpo místico, cuya materia al transformarse en energía engendra el bien y el mal, el paraíso y el infierno, la inteligencia clara y el fanatismo. Todos estamos sin saberlo en un agujero negro. La rea real no se ha enterado. Confiaba ciegamente en su marido, como la folklórica Isabel Pantoja, quien ha logrado salir de la cárcel, precisamente estos días, con titulares de prensa rebosantes de corrupción. Hay quien se queja en España de que no hay dinero para la investigación en las universidades. Todo se ha gastado en investigar a los otros “chorizos” -ladrones-, también de auténtica pata negra ibérica.











