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Donald Trump revive los ‘campos de concentración’ para japoneses en Estados Unidos, tras Pearl Harbor

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Home Análisis y opinión

Donald Trump revive los ‘campos de concentración’ para japoneses en Estados Unidos, tras Pearl Harbor

by MACRONEWS
2017/02/13
in Análisis y opinión, EL BESTIARIO
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EL BESTIARIO

SANTIAGO J. SANTAMARÍA

La retórica sobre musulmanes y mexicanos hace recordar la última vez que los estadounidenses cayeron en la xenofobia colectiva; en 1942, más de 120.000 nipones americanos, fueron encarcelados al igual que ocurría con los judíos en Auschwitz-Birkenau, Treblinka o Dachau, en la Europa de Adolf Hitler; la revista Vanity Fair publicó un perfil psicológico del nuevo presidente republicano: “No sería un buen presidente, incapaz de entender genuinamente las necesidades de aquellos a los que gobierna, implacable con la oposición política y social, aunque muy mediático daría jugosos titulares a los mass media”; el primer ministro japonés Shinzo Abe visitó la base naval estadounidense en Hawái, que Japón atacó en diciembre de 1941, invitado por Barack Obama para realzar la alianza con Washington ante el ascenso chino y en vísperas de la llegada del magnate neoyorquino a la Casa Blanca, en apenas tres semanas; en la cumbre de este fin de semana, Donald presidente casi acaba con la mano de Shinzo al saludarle ‘protocolariamente’

Convencer a Donald Trump de la importancia de Japón como aliado, disipar posibles focos de tensión en las relaciones comerciales y de defensa y tratar de establecer un vínculo personal con el impredecible nuevo presidente de EE. UU. Son los objetivos con los que llega el primer ministro nipón, Shinzo Abe, a Washington estos días para su primera reunión oficial con el nuevo inquilino de la Casa Blanca. Abe ha puesto un especial empeño en establecer una relación fluida con Trump. Ya acudió a reunirse con él en Nueva York pocos días después del triunfo del republicano en las elecciones estadounidenses, y tan solo la jefa del Gobierno británico, Theresa May, ha conseguido adelantarle en ser la primera líder internacional a la que el presidente ha recibido tras su investidura. Será, eso sí, el primero invitado a Mar-a-Lago, el club privado de Trump en Florida y donde ambos juegan al golf este fin de semana.

El primer ministro se ha mostrado siempre conciliador hacia Trump: ha declarado una cuestión interna al veto migratorio de la Casa Blanca a siete países musulmanes, ha calificado al temperamental presidente de persona “fiable” y, a modo de ramo de olivo, llevará debajo del brazo un paquete de iniciativas de inversión niponas -algunas más novedosas, otras recicladas- que asegura que sustentarán 700.000 empleos en EE UU. La consideración de Abe hacia Trump puede resultar chocante dado que hasta ahora la situación no ha sido, precisamente, recíproca: el magnate ha opinado que Japón debe contribuir más para pagar los costes de su seguridad, ya que su Constitución pacifista impone serias limitaciones a las fuerzas de defensa niponas; ha acusado a Tokio de manipular la cotización del yen y de practicar una política de exportaciones perjudicial para EE UU, y ha defenestrado el TPP, el pacto comercial transpacífico con el que Abe quería impulsar la frágil economía de su país.

Pero en los cálculos del primer ministro hay un factor primordial: una China en auge y cada vez más enérgica en sus reclamaciones de soberanía, incluida la que concierne a las islas bajo administración nipona conocidas como Diaoyu en mandarín y Senkaku en japonés. A ojos de Abe, es vital que Pekín no perciba señales de flaqueza en la alianza entre Japón y EE UU, uno de los pilares del equilibrio regional. “Lo importante es demostrar a China que Japón y EE UU mantienen una relación estrecha y que no hay una separación que ella pueda aprovechar”, ha declarado el jefe de Gobierno a sus colaboradores, según publica el diario The Japan Times.

“Tal y como lo ve Abe, llevarse bien con Trump es cuestión de vida o muerte para Japón”, explica Céline Pajon, analista del Instituto Francés de Relaciones Internacionales. “Tokio está en primera línea de amenazas peligrosas e inmediatas, como Corea del Norte, y también afronta un mayor desafío de China, que quiere reivindicar sus intereses principales en Asia. En ambos casos, Japón es aún muy dependiente de su alianza con EE UU para su defensa y para ofrecer un elemento disuasorio creíble”.

 

La imagen de la cumbre Japón-EE UU, la cara de Shinzo Abe tras 17 segundos de apretón de manos con Donald Trump

Agarrar la mano con fuerza, atraerla hacia su cuerpo y agitar con decisión. Mucho rato. Los apretones de mano de Donald Trump tienen su propia seña de identidad y no suelen dejar indiferente al que los recibe. Shinzo Abe puede dar fe: el primer ministro japonés acudió a la Casa Blanca el 10 de febrero para intentar establecer vínculos con el nuevo presidente. El protocolario estrechamiento de manos entre los mandatarios terminó con el nipón poniendo una curiosa expresión, entre el alivio y el hartazgo. El momento fue recuperado en formato gif por la periodista de CNN Brenna Williams, que acompañaba su tuit del mensaje: “La expresión facial de Abe es…”. En menos de 17 horas, ha superado los 28.000 retuits. El momento también fue publicado, al completo, por la propia cuenta oficial del presidente de los Estados Unidos, y es todavía más tenso: puede verse cómo el apretón de manos, con continuos tirones, dura cerca de 17 segundos.

Muchos usuarios en Twitter han bromeado sobre el apretón y se han solidarizado con el japonés. El mensaje más repetido es “todos somos Shinzo Abe”. Habíamos visto los raros apretones de manos de Trump, pero nadie se había percatado en el primer ministro japonés Shinzo Abe. ¡Ha puesto los ojos en blanco! Abe no es el primero, ni el único, en recibir con sorpresa el curioso apretón de manos del presidente estadounidense. El diario The Washington Post, en un artículo titulado “Donald Trump y el arte de los apretones de mano super incómodos”, recopilaba en vídeo algunos de ellos, como el de Mike Pence la noche electoral o el del juez Neil Gorsuch. En el vídeo de su visita a Washington, Shinzo Abe resiste mejor los tironeos de Donald Trump que otras de las personas a las que ha estrechado la mano. Cuando terminó el incómodo apretón, el presidente estadounidense imitó el gesto de un lanzamiento de golf y dijo al nipón que tenía “fuertes manos”. Puede ver en you tube este largo apretón de manos…https://www.youtube.com/watch?v=ZIWNWxJZIDI

Cada vez que se eleva el tono contra los inmigrantes en Estados Unidos, o se hacen generalizaciones de brocha gorda, hay una comunidad que es la primera en levantar la mano. Los inmigrantes japoneses americanos sufrieron un nivel de xenofobia a principios del siglo pasado que acabó en uno de los episodios más vergonzosos del país: su encarcelamiento masivo. La retórica de la campaña republicana, donde los mexicanos son violadores y narcotraficantes y no hay musulmanes fiables, ha despertado los peores fantasmas en esta comunidad, que traza paralelismos inquietantes con su propia experiencia.

El 19 de febrero de 1942, diez semanas después del ataque japonés a la flota de Estados Unidos en Pearl Harbor, Hawai, el presidente Franklin D. Roosevelt firmó una orden ejecutiva que otorgaba poder al Ejército para mover a la fuerza a todos aquellos individuos que pudieran suponer un peligro de sabotaje o espionaje. En la práctica, lo que se hizo fue prohibir a decenas de miles de japoneses americanos vivir en la costa Oeste de Estados Unidos. En cuestión de semanas, fueron sacados de sus casas, llevados a centros de detención y de ahí a campos de concentración en lugares inhóspitos del interior.

 

Las imágenes en blanco y negro son de la II Guerra Mundial, pero no son judíos en Europa, sino japoneses americanos en California

Familias enteras fueron obligadas a meter su vida en una sola maleta, subir a autobuses y trenes e instalarse en barracones, en medio de ninguna parte, donde vivieron toda la guerra rodeados de alambres de espino y guardias armados. Las imágenes en blanco y negro son de la II Guerra Mundial, pero no son judíos en Europa, sino japoneses americanos en California. En los campos de concentración pasaron toda la guerra, con un coste humano brutal. El 70% de ellos eran ciudadanos norteamericanos. Muchos no hablaban japonés ni habían estado nunca en Japón. Ni uno solo fue procesado judicialmente.

Las razones para llegar a esta barbaridad están bien documentadas en un informe del Congreso de EE UU (Personal Justice Denied) redactado cuatro décadas después. No fue espontáneo. La costa Oeste en general, y California en particular, tenían una larga historia de racismo antiasático y especialmente antijaponés. Los inmigrantes japoneses tenían prohibido comprar tierra y expresamente vetado el acceso a la ciudadanía norteamericana. “La etnia japonesa se había convertido en un objetivo cómodo para los demagogos políticos”, decía el informe. Además, la prensa y algunos políticos se encargaron de alentar el miedo a una invasión inminente de la costa Oeste apoyada en quintacolumnistas locales.

Tras el ataque de San Bernardino en diciembre, en el que murieron a tiros 14 personas a manos de un paquistaní americano y su esposa, el candidato republicano Donald Trump se descolgó con la propuesta de prohibir la entrada a todos los musulmanes en EE UU. El ataque de San Bernardino, que el FBI considera un atentado terrorista inspirado por el Estado Islámico, llegaba poco después de la masacre de París.

Las explosiones indiscriminadas de Bruselas este marzo, también ejecutadas por yihadistas, no han hecho más que reafirmar la posición de Trump, que ahora la ha tomado con los refugiados sirios, por considerar que entre ellos se esconden terroristas. Pero además han metido en la idea también a su principal rival, Ted Cruz, que tras la matanza de Bruselas dijo que había que “patrullar” los “barrios musulmanes” de Estados Unidos.

La conexión con los sucesos de la II Guerra Mundial era tan evidente que le preguntaron al propio Trump por la experiencia de los japoneses americanos y los campos de concentración. “Tendría que estar allí para saberlo y dar una respuesta”, dijo a preguntas de la revista Time. “No me gusta nada el concepto, pero tendría que estar allí”, dijo, sin terminar de rechazarlo inequívocamente.

 

Tenía 11 años cuando oyó hablar de Pearl Harbor. Antes de tres meses, sus padres tuvieron que deshacerse de su tienda de alimentación latina

“Cuando veo lo que están diciendo de los musulmanes… no está bien”, responde Bill Shishima, ciudadano norteamericano hijo de inmigrantes japoneses. Nació en el centro de Los Ángeles, donde estaba la mayoría de la comunidad japonesa de la ciudad, el lugar que hoy se conoce como Little Tokyo. Tenía 11 años cuando oyó hablar de Pearl Harbor. Antes de tres meses, sus padres tuvieron que deshacerse de su tienda de alimentación latina, su camión, sus electrodomésticos. “Ni siquiera podíamos llevar nuestras mascotas”. Con lo que pudieron llevar en una maleta pasaron toda la guerra en un campo de concentración en Heart Mountain, Wyoming. Shishima es hoy voluntario del Museo Japonés Americano de Los Ángeles, que recuerda aquellos sucesos.

“Aunque éramos ciudadanos americanos, nos dimos cuenta de que la Constitución y los derechos civiles son muy frágiles. Nos encarcelaron por la histeria de la guerra, por prejuicios. Ningún político nos defendió. Fuimos encarcelados porque nos parecíamos al enemigo. Tenemos que estar atentos y cuidar nuestra libertad y las de los demás”, dice Shishima. “No puedes caracterizar de malos a todos los musulmanes. De ninguna manera”.

Antes de ser enemigos, los japoneses fueron inmigrantes. Parte de la xenofobia contra ellos venía de que empezaron a ser una seria competencia para los agricultores locales. Lilly Anne Welty Tamai, historiadora del Museo Japonés Americano de Los Ángeles, explica que “los periódicos de Hearst y organizaciones antiasiáticas que montaban titulares sensacionalistas y presentaban a los japoneses como un problema”. “Creo que la experiencia de los japoneses se refleja en los tiempos actuales”, cuando “existe una retórica de ellos y nosotros, cuando se habla de encerrar a tales individuos o restringir la inmigración”.

Manzanar, California, es un lugar perdido entre las montañas de Sierra Nevada y el desierto de Death Valley. Aquí estuvo uno de los campos de concentración más grandes, que llegó a albergar a 10.000 personas. Hoy es un Parque Histórico de Estados Unidos poco señalizado y del que suelen pasar de largo los turistas. El único edificio que queda en pie alberga una extraordinaria exposición sobre lo que allí ocurrió, con cientos de imágenes, testimonios y objetos originales. Es un lugar inhóspito, desértico, helador en invierno. El viento es constante y llena el aire de polvo.

 

“¡No dejemos que Trump repita el pasado con los musulmanes o con los mexicanos! Nos merecemos algo mejor. América se merece algo mejor”

La jefa de Interpretación del museo de Manzanar, Alisa Lynch, cree que la lección de este lugar es que “ningún estereotipo representa a todo el mundo” y que, en la retórica de buscar enemigos “puedes cambiar a los japoneses por cualquier otro grupo”. Lynch es empleada federal y prefiere no dar su opinión personal sobre los paralelismos con la actual situación política. Pero señala: “Deberías echar un vistazo al libro de visitas”. Al final de la exposición, hay un libro blanco donde los visitantes pueden escribir sus impresiones sobre Manzanar. Las referencias a Donald Trump son abundantes. La gente ve este lugar, aprende esta historia y piensa en Trump.

“Con el estado de cosas actual en nuestro país, esto podría volver a pasar”, escribió alguien el domingo de Pascua. “Nuestro país está hoy en la misma senda. Aceptad a todos y no generalicéis ni difundáis estereotipos. ¿Haría lo mismo Trump con musulmanes y mexicanos?”, escribió alguien que firma como Peter el pasado 26 de marzo. “Es de locos que esto pudiera pasar. ¡No voten por Donald Trump! Aprendamos de nuestra historia”, dice alguien en otra página. El “no” está tachado después. En otra esquina del libro se lee: “Esto es lo que ocurriría si llega Trump. Aprendamos del pasado y tratemos a todos como debe ser”. En un margen alguien ha escrito: “Donald Trump debería ver este lugar”. Y debajo otro ha puesto: “¡Sí!”. El 6 de marzo alguien que firma como Anon dice: “¡No dejemos que Trump repita el pasado con los musulmanes o con los mexicanos! Nos merecemos algo mejor. América se merece algo mejor”. Al día siguiente, alguien añadió al comentario: “¡Amén!”.

“El Gobierno nos negó nuestros derechos constitucionales por la histeria de la guerra y la debilidad de los políticos”, asegura por teléfono el congresista Mike Honda (demócrata por San José, California). Honda era un bebé de un año cuando su familia, que vivía en Sacramento, fue internada en el campo de concentración de Amache, Colorado. Hoy, a los 74 años, hace oír su voz contra el racismo y las generalizaciones de brocha gorda como las que llevaron al ambiente antijaponés en California que arruinó la vida de sus padres. Dos hermanos pequeños de Honda nacieron en el campo de concentración.

 

El próximo 30 de abril, la asociación Manzanar Committee recordará a los japoneses americanos víctimas de los campos de concentración

“Cuando este país tiene una retórica como esa, como congresista siempre voy a levantar la voz y asegurarme de que los derechos constitucionales se defienden”, continúa Honda. “Las razones por las que pasa algo como esto son racismo, histeria de guerra y liderazgo político fallido. Es algo que no voy a permitir que suceda mientras esté en el Congreso. Si eres inmigrante, con documentos o sin ellos, de Siria, de Afganistán o de Irak, tienes garantizada la protección de la Constitución”. Honda ve paralelismos evidentes con la situación actual, incluida la justificación de la guerra: “En este caso es el terrorismo”. ¿Puede volver a pasar? “Claro que pude pasar otra vez. Si hablan de ello, puede pasar. Por eso el Congreso y el Senado siempre tienen que ser fuertes. Debemos tener huevos para defender a la gente (Mike Honda habla español)”.

El pasado 30 de abril, la asociación Manzanar Committee recordó a los japoneses americanos víctimas de los campos de concentración con un peregrinaje al campo de Manzanar que se repite cada año. Desde los atentados del 11 de septiembre de 2001, en sus marchas suele haber musulmanes. Juntos recuerdan que racismo, ignorancia, demagogia y miedo al enemigo forman un cóctel peligroso. Y que utilizar ese cóctel políticamente es echar a rodar una bola que nunca se sabe dónde acaba.

El empresario neoyorquino pasará a la historia como la peor versión de la campaña electoral de 2016. Todavía se necesitarán varias generaciones para superar aquel trago amargo de convertirse en víctima del 11-S y mostrarse vulnerable. No hay que olvidar que, hasta ese día y desde la Segunda Guerra Mundial, los mares y Dios habían hecho inviolable el territorio estadounidense. La esencia de Estados Unidos se encuentra en el espíritu de la Declaración de Independencia de las 13 colonias. Desde el primer momento la superpotencia mundial tuvo dos caras. Una representa su mejor espíritu, un lugar abierto de grandes pensadores, los mayores y mejores representantes de la Ilustración: los padres fundadores -Thomas Jefferson, Benjamin Franklin o John Adams- y todos aquellos que lograron que “We the people…” siga siendo, a pesar de todo, la mejor prueba del éxito de la democracia. La otra es la de ese país que comulga con el Tea Party, que sigue pensando que todo lo que no sea blanco es su enemigo natural y que, cada vez que se abren las puertas, la vida estadounidense corre peligro como ocurrió tras el derrumbe de las Torres Gemelas.

 

Veneró el heroísmo de los rescatistas de las Torres Gemelas, pero se equivocó y en lugar de decir nine eleven dijo “7-Eleven” (autoservicio)

Los discursos de Donald Trump se vuelven noticia cuando critica a alguna persona, país o grupo étnico con su estilo desvergonzado y poco diplomático. El pasado 18 de abril, sin embargo, cambió su tono usual para venerar el heroísmo de los rescatistas de los ataques del 11 de septiembre. Pero se equivocó y en lugar de decir nine eleven (como se refieren en Estados Unidos a los atentados, porque se antepone el mes -nine- al día -eleven-), dijo “7-Eleven” (el nombre de las tiendas de autoservicio). El favorito de los republicanos representa los miedos ocultos de una sociedad que, a pesar de la promulgación de la Ley de Derechos Civiles en 1964 -después de correr mucha sangre-, sigue presenciado asesinatos de personas indefensas cada vez que un policía les dispara por la espalda. Lo que nos demuestra que una cosa es escribir grandes leyes y otra, muy diferente, lograr que las sociedades las incorporen y vivan con ellas sin dar marcha atrás.

Trump eligió México y a los mexicanos por una razón elemental y es que Barack Obama debe sus dos estancias en el Despacho Oval al voto latino. El magnate republicano consiguió que miles de hispanos con derecho a voto corrieran a inscribirse para poder expulsarlo en noviembre de la carrera presidencial, pero de nada sirvió. Nunca hubiera creído que el magnate llegara a ocupar la Casa Blanca porque EE UU es, sobre todo, un país con una pragmática decisión de defender sus intereses y no se imagina al especulador inmobiliario de Manhattan como su líder. Máxime cuando se ha olvidado que la segunda ciudad del planeta con más hispanohablantes se los Ángeles.

 

No lejano a Patrick Bateman, el yuppie neoyorquino, de la perturbadora película ‘American Psycho’, convertido en un asesino en serie

El ‘melting pot’, aquel crisol de razas y culturas, similar al que existen en nuestro Cancún y Solidaridad, con el que se constituyó el imperio del Norte, está en riesgo. Y los demonios familiares cabalgan, aíslan y siembran una cosecha de odio que, sin duda alguna, traerá consigo terribles consecuencias. Esperemos que la más terrible de todas no termine por fortalecer aún más al Tea Party y a lo peor del ‘American Psycho’. Perturbadora y evocadora película dirigida por Mary Harron y protagonizada por Christian Bale. Patrick Bateman era un ejemplo claro del yuppie neoyorquino. Su vida no parecía excitarle demasiado hasta que descubre su gusto por la sangre. Entonces, todo cambia: Patrick se convierte en un asesino en serie y nadie sospecha de él debido a su estatus social.

‘American Psycho’, estrenada en el 2000, está basada en la novela homónima de Bret Easton Ellis. Trata la mente de un asesino para llegar a comprender sus motivos. La trama se inicia en un restaurante de alta cocina con ricos hombres de negocios de Wall Street. Discuten la envidia de un socio de éxito llamado Paul Allen antes de comprar un costoso almuerzo. Tarde en la noche, los cuatro van a un club, donde Patrick revela su naturaleza psicopática a una camarera cuando ella se niega a aceptar su billete de bebidas. En el apartamento de Bateman, se describe, en detalle, su rutina diaria por la mañana, que incluye el ejercicio, una alimentación sana y un extenso ritual de limpieza corporal. Después de una comida en un restaurante con su novia Evelyn Williams, Courtney Rawlinson y su novio Luis Carruthers, en la que Patrick deja entrever al espectador que está teniendo un romance con Courtney. Patrick más tarde lleva a Courtney drogada a cenar a un lugar llamado Barcadia, a pesar de que la convence de que es Dorsia, un restaurante más exclusivo en el que fue incapaz de conseguir una reserva. A la mañana siguiente, Patrick y sus compañeros hacen ostentación de sus tarjetas de presentación en un alarde de vanidad absoluta, aunque, a pesar de los intentos de Bateman, es cautivado por la tarjeta de Paul Allen, interpretado por el actor de moda actual, Jared Leto. Después de esto, asesina a un hombre sin hogar y a su perro en un callejón.

En una fiesta de Navidad, Patrick hace planes para cenar con Paul, quien al principio había confundido a Patrick con un socio similar llamado Marcus. En la cena, sin saberlo, Paul enoja aún más a Bateman por criticar el restaurante, que Patrick eligió para no ser vistos juntos, y se jactaba de que él podría haberlos metido en Dorsia. Bateman consigue emborrachar a Paul y lo lleva de regreso a su apartamento. Mientras suena Huey Lewis and the News y su “Hip to Be Square”, Patrick ataca a Paul y lo asesina con un hacha…

 

Un estudio indaga en la salud mental de los presidentes de EE UU y los resultados son desalentadores, pueden aplicarse a los candidatos

Depresión, ansiedad, desorden bipolar, narcisismo… Son enfermedades y trastornos de la personalidad que cualquiera puede padecer a lo largo de su vida. Incluidos los presidentes de gobierno (o los candidatos al cargo). Y prueba de ello son las conclusiones a las que llega el psiquiatra Jonathan Davidson y su equipo tras la elaboración de un estudio para la Duke University Medical Center (Carolina del Norte, EE UU), en el que analizan la salud mental de los 37 primeros presidentes (1776-1974) de los Estados Unidos y en el que determinan que la mitad de ellos padecía alguna anomalía mental. Así, James Madison, John Quincy Adams, Franklin Pierce, Abraham Lincoln y Calvin Coolidge sufrieron depresión. Mientras que Thomas Jefferson y Theodore Roosevelt mostraban signos de ansiedad y desorden bipolar, respectivamente.

Los investigadores llegaron a esta conclusión tras revisar exhaustivamente las fuentes biográficas de los líderes mencionados, e incluso detectaron que ciertas enfermedades físicas tenían un impacto sobre la salud mental de los presidentes, como los episodios de apnea del sueño (patología que se asocia con una disminución de las funciones cognitivas) que sufría el 27º presidente de los Estados Unidos, William Howard Taft (1857-1930).

Parece, por tanto, que ejercer la presidencia de un país no inmuniza frente a las enfermedades mentales, cosa que ya imaginábamos. La cuestión realmente interesante pasa por indagar si la ansiedad, la depresión, un grado extremo de narcisismo o cualquier otra patología psicológica son compatibles con el ejercicio de las funciones que exige un cargo como el de Presidente del Gobierno, ya sea porque se desencadene durante su ejercicio o venga de antes.

 

“Donald no es un psicópata, es un buen vendedor, y si es elegido lo veremos moderarse y limar lo más folclórico de su comportamiento”

En las últimas semanas, no son pocos los medios de comunicación americanos que han hecho referencia a la personalidad narcisista (admiración excesiva que alguien siente por sí mismo) del candidato por el partido republicano a las elecciones americanas, Donald Trump. La revista Vanity Fair le hizo incluso un perfil psicológico donde varios psiquiatras confirmaron su aparente trastorno. Así las cosas, nos preguntamos: ¿es posible conciliar el correcto desempeño de un cargo político, en este caso, el de Presidente del Gobierno, con un perfil psicológico como el del magnate americano? El Doctor en Psicología y subdirector docente de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la Universidad Oberta de Catalunya (UOC) Manuel Armayones no tiene ninguna duda al respecto: “Un presidente del Gobierno con una tendencia demasiado marcada hacia el narcisismo es incapaz de entender genuinamente las necesidades de aquellos a los que gobierna. Probablemente será implacable con la oposición política y social. Posiblemente será muy mediático y dará jugosos titulares, pero no será un buen presidente del gobierno”.

Este narcisismo, que según Armayones debería frenar al millonario en su carrera hacia la Casa Blanca, parece que lejos de dificultar su avance, le está ayudando a ganar votos. ¿A qué responde este apoyo del electorado americano? Expertos como José Luis Álvarez, profesor de liderazgo de INSEAD, una escuela de negocios y un centro de investigación con campus en Europa, en Fontainebleau (cerca de París), Francia, en Asia, en Singapur y en Medio Oriente, en Abu Dhabi, y autor de ‘Los presidentes españoles’ (LID Editorial), achaca a sus extraordinarias dotes de vendedor el apoyo que Trump está obteniendo entre gran parte del pueblo americano. “Su personalidad refuerza un mensaje muy estratégico, con eco en los sectores de la clase media blanca que ha perdido su posición y nivel de vida. Trump no es un psicópata, es un buen vendedor, y si es elegido candidato lo veremos moderarse y limar lo más folclórico de su comportamiento. En mi opinión, Trump simplemente juega a presentarse como un ‘no-político’ y usa su marca personal para ello”, analiza el experto.

 

“La política es escenario apetitoso para el narciso. Seguramente todos los presidentes mexicanos y españoles han tenido momentos narcisistas”

Atendiendo al discurrir de la campaña americana y a cómo alguien del perfil de Donald Trump suma votos a medida que recorre Estado tras Estado, cabe plantearse si esto ocurre a pesar de su personalidad narcisista o gracias a ella. Armayones opina que aunque no debería ser necesario comportarse de ese modo para dirigir un país, “hay determinados cargos que exigen soportar una gran presión por parte de los medios de comunicación, los rivales o las redes sociales. Y Donald Trump hace frente a estos ataques respondiendo con socarronería e incluso, a veces, con agresividad”. En este caso, un toque narcisista se convierte en virtud, como sostiene José Luis Álvarez: “Junto con la asertividad y la autoconfianza, son necesarios para sostener un proyecto persona o político”. Si es cualidad o trastorno de la personalidad, solo lo puede valorar el especialista tras un trato continuado con el paciente.

Ojo: incluso, aunque se detecte, no tiene por qué invalidar una carrera política. Porque el problema, como recuerda Armayones, no es la patología (depresión, altos niveles de ansiedad, una cardiopatía, un párkinson o diabetes, enfermedades que en muchos casos también implican altos niveles de ansiedad y sufrimiento), sino hasta qué punto dicho cuadro puede afectar al desempeño de las obligaciones que comporta. “Del mismo modo que existen incompatibilidades entre determinados trastornos y ciertas profesiones, también debería haberlas entre aquellos cargos públicos cuyo ejercicio implique tomar decisiones en ausencia de condicionantes y algunas patologías psicológicas”. Se abre el debate.

Aunque la sociedad americana no es la mexicana o la española y las diferencias entre ellas son palpables, la esencia del ser humano, independientemente de su pasaporte, no deja de ser la misma. Pero, ¿tanto como para que si un Donald Trump mexicano o español se presentara a las próximas elecciones los resultados dieran a este candidato ficticio el apoyo de la mayoría? El profesor de liderazgo de INSEAD, José Luis Álvarez, responde con otra pregunta: “¿Por qué no? ¿Son los mexicanos o los españoles más sutiles psicológicamente que los norteamericanos?”.

Según Álvarez, ya hemos sido gobernados por presidentes con rasgos narcisistas. “La actividad política es un escenario muy apetitoso para el narciso. Seguramente todos los presidentes mexicanos y españoles han tenido momentos narcisistas. Pero, probablemente, aquellos que han gozado de mayorías absolutas son los que han contado con mejores oportunidades para ello”, asegura el experto.

 

En Pearl Harbor, Abe Shinzo, como Baracak Obama en Hiroshima, no preveía pedir perdón, según los medios de comunicación de Tokyo

Lo que más temo que unos canallas o bravucones como Donald Trump desencadenaran un ‘yihadismo latino’. En varios suburbios de Europa, por ejemplo Saint-Denis en París,  Francia, todo comenzó con el miserable de Jean-Marie Le Pen, un político de extrema derecha, presidente del Frente Nacional desde su fundación en 1972 hasta el 2011. Su faceta más conocida, su negación a admitir inmigración de fuera de Europa. Este cosechador de odios y miserias humanas parece el clon del olvidadizo descendiente de escoceses y alemanes, que aspira, con un apoyo mayoritario de los republicanos a suceder al negro demócrata Barak Obama en la Casa Blanca. “No podemos admitir que después de un negro nos gobierne una mujer, Hillary Clinton”, la última de las muchas barrabasadas de ‘Donald’.

El primer ministro japonés, Shinzo Abe, visitó este martes Pearl Harbor, la base naval estadounidense en Hawái que Japón atacó en diciembre de 1941, precipitando la entrada de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial. La visita de Abe, que estará acompañado del presidente Barack Obama, tiene un alto contenido simbólico. El pasado mayo, Obama visitó Hiroshima, la ciudad japonesa donde EE UU lanzó la primera bomba atómica en agosto de 1944. En Pearl Harbor, Abe, como Obama en Hiroshima, no prevé pedir perdón.

Para Obama, que ha hecho de la memoria histórica y de la admisión de los errores estadounidenses una herramienta en su política exterior, recibir a Abe en su Hawái natal es un colofón a una presidencia que agota sus últimos días. El presidente saliente ha intento durante estos ocho años redirigir hacia Asia las prioridades geoestratégicas de la primera potencia, y en este esfuerzo la alianza con Japón es la piedra angular. El significado de la visita va más allá del deber de memoria. Para Abe, es un gesto que consolida la alianza de casi siete décadas con Estados Unidos ante el ascenso de China.

 

El 7 de diciembre de 1941, 353 aviones japoneses atacaron la principal base de EE UU en el Pacífico, murieron más de 2.400 estadounidenses

Abe fue el primer jefe de Gobierno extranjero en reunirse con Donald Trump tras la victoria en las elecciones del 8 de noviembre. El 20 de enero, EE UU tendrá a un presidente que llega el poder con la bandera del nacionalismo y que ha puesto en duda algunas de las alianzas. “Sabéis que tenemos un tratado con Japón, y si Japón es atacado, nosotros tenemos que usar toda la fuerza y el poder de Estados Unidos”, dijo Trump durante la campaña electoral. “Si nosotros somos atacados, Japón no tiene que hacer nada. Pueden quedarse en casa viendo un televisor Sony, ¿de acuerdo?”. Tras la visita de Obama a Hiroshima, el entonces candidato Trump escribió en la red social Twitter: “¿Alguna vez habla el presidente Obama del alevoso ataque a Pearl Harbor mientras está en Japón? Miles de vidas americanas perdidas”.

Abe no será el primer primer ministro japonés en visitar Pearl Harbor, pero sí el primero en hacerlo de forma pública y oficial y con parada en el memorial. En 1951, su antecesor Shigeru Yoshida visitó la base. En los últimos días se han documentado otras dos visitas en la misma década de los primeros ministros Ichiro Hatoyama y Nobusuke Kishi. Kishi es el abuelo de Abe. En los tres casos fueron visitas poco publicitadas.

La visita de Yoshida, sólo seis años después del fin de la guerra, fue incómoda, según relató en sus memorias, ‘From Pearl Harbor to Vietnam’ (De Pearl Harbor a Vietnam), el almirante Arthur Radford, encargado de recibirlo en Hawái. Radford cuenta que buena parte de la visita a sus oficinas en Pearl Harbor la dedicaron a hablar de Mackie, el perro del almirante. “Años más tarde”, escribe Radford, “en una conversación con la señora Radford, el primer ministro explicó lo mal que se sintió al llegar a mis cuarteles aquella mañana y descubrir que visitaba Pearl Harbor. El chófer civil que le había traído parecía decidido a ofrecerle una descripción detallada de lo que ocurrió aquel fatídico día de diciembre. El señor Yoshida dijo que se sintió incómodo mientras entraba en mi oficina y estuvo contento de que el perro le permitiese entablar una conversación que sacase Pearl Harbor de su cabeza”.

 

Como en el 11-S, en Pearl Harbor los fallos burocráticos facilitaron que algunos avisos sobre lo que se avecinaba pasasen por alto

Sin que mediase un ultimátum ni declaración de guerra previa, el 7 de diciembre de 1941, poco antes de las ocho de la mañana, hora local, los 353 aviones japoneses empezaron a llegar a la base y a abrir fuego contra los barcos y aviones estacionados en Pearl Harbor, la principal base de EE UU en el Pacífico. Murieron más de 2.400 estadounidenses. El presidente Franklin Roosevelt dijo que el 7 de diciembre de 1941 sería “una fecha que vivirá en la infamia”. La frase dejó huella. En su versión original del discurso estaba previsto que dijese “una fecha que vivirá en la historia mundial”. EE UU descubrió que era vulnerable, en un golpe a la psyche nacional que se ha comparado con el de los atentados del 11 de septiembre de 2001. Como en el 11-S, en Pearl Harbor los fallos burocráticos facilitaron que algunos avisos sobre lo que se avecinaba pasasen por alto.

Pearl Harbour sacó definitivamente a EE UU del aislacionismo y creó las condiciones para convertir a este país de dimensiones continentales y protegido por dos océanos en la primera potencia mundial. Sin Pearl Harbor quizá los aliados no habrían ganado la Segunda Guerra Mundial, EE UU no habría sido hegemónico en el resto del siglo XX y el orden mundial liberal -sustentado en instituciones multilaterales pero con la supremacía de EE UU y sus aliados- no habría sido el que todavía es hoy.

La entrada de EE UU en la guerra culminó con las bombas de Hiroshima y Nagasaki y la capitulación japonesa. Siendo incomparables en las características del objetivo y la muerte que causaron, Pearl Harbor y Hiroshima definen la memoria de la guerra en EE UU y en Japón, y en el mundo. Lejos de la incomodidad que mostraba Yoshida en 1951, tanto Obama hace un año en Hiroshima como Abe este martes en Pearl Harbor buscan rendir homenaje a las víctimas de ambos bandos en la guerra.

En 2015, Abe habló ante el Congreso de EE UU después de visitar el Memorial de la Segunda Guerra Mundial en Washington. “La historia es dura”, dijo. “Lo que se ha hecho no puede deshacerse. Con un profundo arrepentimiento en mi corazón permanecí allí durante un tiempo rezando en silencio. Mis queridos amigos, en nombre de Japón y el pueblo japonés, ofrezco mi profundo respeto y mis condolencias eternas a las almas de todos los americanos que se perdieron durante la Segunda Guerra Mundial”.

“Venimos aquí para reflexionar sobre la fuerza terrible desatada en un pasado no tan distante”, dijo Obama en Hiroshima. “Venimos a llorar a los muertos, incluidos más de 100.000 hombres, mujeres y niños japoneses, miles de coreanos y unas decenas de prisioneros americanos. Sus almas nos hablan. Nos piden que miremos adentro, que recordemos quiénes somos y en qué podemos convertirnos”.

Donald Trump revive los ‘campos de concentración’ para japoneses en Estados Unidos, tras Pearl Harbor. La retórica sobre musulmanes y mexicanos hace recordar la última vez que los estadounidenses cayeron en la xenofobia colectiva; en 1942, más de 120.000 nipones americanos, fueron encarcelados al igual que ocurría con los judíos en Auschwitz-Birkenau, Treblinka o Dachau, en la Europa de Adolf Hitler; la revista Vanity Fair publicó un perfil psicológico del nuevo presidente republicano: “No sería un buen presidente, incapaz de entender genuinamente las necesidades de aquellos a los que gobierna, implacable con la oposición política y social, aunque muy mediático daría jugosos titulares a los mass media”; el primer ministro japonés Shinzo Abe visitó la base naval estadounidense en Hawái, que Japón atacó en diciembre de 1941, invitado por Barack Obama para realzar la alianza con Washington ante el ascenso chino y en vísperas de la llegada del magnate neoyorquino a la Casa Blanca, en apenas tres semanas; en la cumbre de este fin de semana, Donald presidente casi acaba con la mano de Shinzo al saludarle ‘protocolariamente’

@SantiGurtubay

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