Son dos años de un megaciclo electoral en Latinoamérica: empezó ayer en Chile, y antes de noviembre del próximo año, ocho países de la región habrán convocado a comicios; a estos se sumarán seis que harán lo mismo en los 12 meses siguientes a ese noviembre.
Sin duda, ello cambiará el panorama político porque entre esos 14 están cuatro de las cinco mayores economías: Brasil, México, Colombia y Venezuela. Todo eso equivale al 60% de las naciones (exceptuando al Caribe), lo que concita, o debiera provocar, el interés de una gran mayoría no solo en los círculos directamente involucrados.
El calendario adquiere especial relevancia por el momento: si bien es prematuro adelantar qué decidirán los votantes, es claro que los procesos se dan en un escenario complejo, marcado por una creciente caída de la confianza de los ciudadanos en sus sistemas y en medio de escándalos de corrupción extendidos desde el Río Bravo hasta la Patagonia.
Cabe recordar que algunos mandatarios debieron salir por bochornos insuperables. En total, más de 10 expresidentes han sido investigados o condenados por supuestos actos de corrupción, por lo que la desconfianza es el ingrediente principal de un ciclo que definirá el rumbo de todo un subcontinente en un breve periodo.
Además de esa temática debe considerarse el progresivo surgimiento de opciones populistas, pero también de las alternativas derechistas, las cuales se presentan como las más visibles en el espectro. En los últimos 24 meses las elecciones mostraron un quiebre de tendencia y un giro hacia opciones ubicadas más a la derecha (Macri en Argentina y Kuczynski en Perú son los ejemplos recurrentes).
Así, no se puede descartar que esta tendencia se mantenga; sin embargo, sugieren los especialistas latinoamericanos, la “gran incógnita” está dada por el destino de las dos principales economías: Brasil y México. Sobre nuestro país hay mucho qué decir, aun cuando faltan ocho meses para conocer al ganador.
Pero la desafección de la ciudadanía con sus representantes, el avance de opciones populistas o la simpatía que despiertan alternativas derechistas no son los únicos factores que deben considerarse en los análisis. Uno que juega y define es la débil institucionalidad.
Por otro lado, la inseguridad es, probablemente, el “tema país” que más nos incumbe: líderes sociales bajo amenaza, violencia política contra la mujer, organizadores en peligro constante o, peor aún, candidatos arriesgando la vida, son algunas de las acciones más preocupantes.
Es una secuencia interesante de hitos político-electorales donde México es protagonista.
Desorbitado
Cada año, cuando se conmemora la Revolución, portavoces de diversos ámbitos llaman al cambio: unos piden rebelarse contra los abusos y las injusticias, y otros a preferir la “evolución” y no la “revolución”. Pero todo queda en nada. La idea no permea porque la apatía y el desinterés son evidentes. En algunas ciudades han desaparecido los desfiles, los discursos y los actos oficiales. Parece retroceso.