El mundo conmemorará mañana 19 la “Hora del Planeta”, una iniciativa impulsada por el World Wide Fund for Nature que consiste en un apagón eléctrico voluntario durante una hora en hogares, empresas e instituciones. Con esta acción simbólica se pretende propiciar conciencia, ahorrar y aminorar la contaminación lumínica.
En 1972, científicos, académicos, políticos y ciudadanos agrupados en el “Club de Roma” publicaron el informe “Los límites del crecimiento sobre el predicamento de la humanidad”, donde expusieron la realidad de que el planeta es espacialmente limitado, los recursos escasean y, por ende, los humanos no cabemos. De seguir nuestra tendencia a la expansión poblacional –pronosticaban entonces–, decaerá antes de lo previsto (en menos de 100 años). “No habrá manera de salvarnos”, se lee en el informe difundido en internet. Las primeras señales de ese colapso son ya evidentes.
La mayoría de los ciudadanos no está colaborando y padecemos las consecuencias de la depredación rapaz que pone en riesgo la existencia de especies y humanos. No es drama ni ficción: es la situación en África y regiones de Latinoamérica.
Según el informe del Fondo de Población de las Naciones Unidas presentado en la Cumbre de Johannesburgo (2002) las proyecciones para 2025 ascenderán a unos 9.300 millones de personas, creciendo a razón de 75 millones por año, pues actualmente somos unos 7.4 billones. Si hoy la humanidad utiliza el equivalente de 1.4 planetas cada año (a la Tierra le toma un año y medio regenerar lo que consumimos), necesitaríamos varios mundos para cubrir la demanda. Descabellado. Imposible.
Esto, peor aun, si es que la cuidáramos. Pero no lo hacemos. Por un lado, se arrojan 2.2 billones de toneladas de plásticos al mar cada año en el mundo, mientras que solo tres de cada 10 mexicanos separamos residuos. Por otro lado, destruimos más de 20 millones de hectáreas de bosques y selvas al año en todo el orbe, provocando la pérdida de más del 40% de la superficie verde en solo cuatro décadas, mientras que nos tomó 55 años causar la extinción de los predadores del océano, produciendo un desequilibrio del ecosistema marino.
Por si fuera poco, hemos puesto en riesgo de extinción a más del 40% de las especies, y los desastres naturales se han triplicado cobrando más de 60 mil muertes al año. En tan solo 34 años hemos transformado las áreas verdes del planeta en desiertos.
Es irrefutable: todo lo que hacemos no solo afecta a la superficie, sino que repercute directamente en nuestra salud, los alimentos, la seguridad y la calidad de vida. Nuestros impactos –positivos o negativos- comienzan desde que despertamos hasta que dormimos, y trascienden de manera inimaginable.
Ni todo el dinero ni toda la tecnología revivirán al último árbol talado, ni recuperarán al río cuando esté seco, ni levantarán de la muerte a todas las especies aniquiladas.
Planteemos un objetivo simple: el próximo 22 de abril se conmemorará el 46 aniversario del “Día Internacional de la Madre Tierra”. Entre mañana y el 22 del próximo mes cada uno puede aportar en esta gran tarea de la humanidad. Una pequeña acción, convertida en hábito, podría marcar la diferencia.
Desorbitado
Nos olvidamos de lo sucedido en Malecón Tajamar. Y tal como se advirtió en este espacio, el polémico caso fue utilizado por aquellos políticos que buscan un cargo en la próxima elección. Algunos de los que enarbolaron mañosamente la noble causa, están sonando en las negociaciones electorales. Por cierto, hay una devastación en Isla Blanca y pocos se han percatado.