¿Los cancunenses aprobamos la seguridad? Eso parece, según la encuesta del Gabinete de Comunicación Estratégica, publicada ayer en la portada de este diario, pues hemos calificado con siete, en la escala 1-10, la pregunta: “¿Qué tan satisfecho se siente usted…?”.
Es difícil aceptarlo en un contexto de balaceras y ejecuciones, cuando las autoridades revelan una creciente “guerra por la plaza” o todavía no se conoce el plan concreto e integral de los debutantes para contener la violencia de las últimas semanas.
Tal vez la explicación de esa generosa calificación se deba a la fecha del ejercicio, cuando evidentemente los enfrentamientos no eran noticia nacional, aunque ello no debe ser un consuelo para una ciudad que progresa en otros ámbitos, de acuerdo con esta misma investigación.
Más allá de intentar entender los motivos de tal “aprobación”, es una oportunidad para que todos los sectores involucrados en la materia discutan en serio qué hacer, para consolidar los avances y encarar con éxito los retos de una ciudad en constante transformación, aún con innumerables deficiencias.
Sería inaceptable el conformismo, por ejemplo, al contrastar este balance con los nacionales, ya que los factores son muy distintos. Si en el país la percepción de inseguridad alcanzó su nivel más alto en tres años (encuesta de Inegi divulgada ayer), nuestros servidores públicos no deberían sentirse complacidos por el porcentaje local obtenido.
Al profundizar en la observación de las cifras otorgadas a los ítems en la encuesta del GCE, nos percatamos de algo recurrente en esta ciudad: las paradojas tan arraigadas, casi únicas de Cancún, complejas por sus contradicciones. Porque dichos números, extrañamente, se refutan por sí solos.
Lo mismo pasó hace unos años, cuando según otra encuestadora los cancunenses resultamos ser los más infelices de México. De no creer, decían en otros estados, con tanto esparcimiento y recreación para disfrutar o relajarse.
Por todo ello no podemos irnos con la finta. La tarea de los nuevos servidores públicos es revisar meticulosamente el estado de las corporaciones, optar por la capacitación, incrementar la inversión y multiplicar la coordinación con los otros poderes.
Los ciudadanos, por su lado, deben fomentar la denuncia, colaborar en las tareas de vigilancia con sus pares y exigir mejores resultados a quien corresponda. Casos exitosos hay, como el de la supermanzana 27, donde los vecinos redujeron los índices delictivos al implementar el “ojo vigilante” como medida complementaria.
El nuevo ciclo político-administrativo en el municipio representa una coyuntura ideal para sumar esfuerzos y reconquistar algo de lo arrebatado. Si el presidente municipal y su equipo han propuesto Policía de Barrio u otras alternativas, toca fortalecerlas desde nuestras trincheras; de lo contrario, el fracaso es previsible.
Desorbitado
El Presidente Enrique Peña Nieto se reunió el miércoles con 33 representantes de iglesias evangélicas y cristianas en Los Pinos con el objetivo de dialogar sobre diversos temas de interés social, justo cuando están en boga las polémicas por los matrimonios del mismo sexo, la adopción homoparental y los libros de texto gratuitos distribuidos por la SEP en los que no se aborda la “diversidad sexual”.
Qué difícil es satisfacer a toda una nación –con sus líderes naturales e impuestos– cada vez más heterodoxa. El debate seguirá durante muchos años porque las realidades chocan en un mismo estado, entre éstos, y con tradiciones muy enraizadas de generaciones completas, traspasadas incluso a sangre y fuego.
Peor resulta esconder dichas circunstancias como, pareciera, pretenden los del gobierno: en los foros auspiciados no se considera incluir información en torno a la temática.