¿Por qué o en qué habría de fallar Mauricio Góngora?
No vemos obstáculo alguno, al menos de parte de su partido, de sus dirigencias y de su gente, que remotamente lo vayan a orillar a hacerlo.
La mayor parte ya está hecha, a su justo modo y medida, por lo que todo lo que venga de ahora en adelante ya depende de él. Y en eso, Mauricio no debe fallar.
Ya logró lo que quería, lo que buscaba y para lo que tanto se preparó: Obtener la mano en el proceso interno imponiéndose al “delfín” del gobernador, conseguir el reconocimiento de las jerarquías y de la militancia partidista, lograr los consensos entre los que se quedaron en el camino y maniobrar, con la ayuda de invaluables aliados –como la del propio Borge–, para apagar algunos conatos de incendios que, por suerte para él, no pasaron de ser fogatas de mera calefacción electoral.
Mauricio ya es el candidato del PRI al Gobierno, merced a su propio trabajo, sí, pero también al de muchas personas más, así como a las decisiones y a los sacrificios de otras. Eso, y la imagen de prospecto unificador e incluyente construida en los meses de precampaña, le auguran buenos resultados en una jornada electoral que, sin embargo, bien sabe no será precisamente un tendido de dulce miel sobre crujientes hojuelas.
Ayer, en su apoteósica toma de protesta –como sólo el PRI sabe hacerlo– ante miles de delegados y simpatizantes, llegados unos por voluntad propia y otros cortésmente invitados con todas las facilidades, Mauricio se presentó como un hombre de trabajo, un simple ciudadano, un quintanarroense más, de los miles que, dijo, “hombro con hombro avanzamos por Quintana Roo”.
Habló de propuestas para mantener lo bien hecho y atender lo que falta por hacer en caso de resultar gobernador, comprometiéndose ante esa multitud con cinco palabras que encierran desde ahorita la más grande responsabilidad que va a llevar a cuestas: “No les voy a fallar”.
Y de eso se trata Mauricio: De que no le falles a ellos… ni a nadie.
De que les cumplas sin errores no nada más a esos fieles seguidores que anticipándose a tu posible triunfo te alabaron y te vitorearon festivamente, magnificando su algarabía ante una protocolaria oficialización de candidatura, sino que les cumplas, también sin equivocaciones, a esos quintanarroenses, miles también, que por una u otra razón no festejaron ayer tu asunción.
Porque muchos trabajaron pese a ser domingo y festivo por ser una entidad turística; muchos quizá no tuvieron los medios o recursos para desplazarse a lo largo del estado; muchos quizá –hay que reconocerlo– no fueron por ser simpatizantes de otros proyectos políticos y otros tantos más, simplemente, por ser parte de ese creciente colectivo tan indiferente hoy en día a la política, a los partidos y a sus representantes.
A todos esos, Mauricio, son a los que tienes ahora que convencer. Ahí está la verdadera y más fuerte tarea. No nada más a los que aplauden, gritan, lloran de emoción y se toman selfies contigo, cual si fueras la estrella del momento.
No les falles a los que te han apoyado, por supuesto. Se lo merecen pues han invertido trabajo en ello y hay muchas, demasiadas diríamos, esperanzas en torno a tu proyecto.
Pero tampoco les falles a quienes no creen en ti, en lo que intentas convencerlos de hacerlo en la campaña que habrás de iniciar, ni a quienes no quieren saber nada de ti ni de ningún otro candidato perfumado de política. Y si no los convences, de menos confiamos en que habrán de reconocerte en buena lid como un rival digno, de estatura y de honor.
Porque como bien dijiste: “Lo que está en juego es Quintana Roo”. Y en Quintana Roo, todos juegan, todos son importantes y todos cuentan.