BESTIARIO SANTIAGO J. SANTAMARÍA
La organización terrorista admite que en estas décadas la sociedad vasca ha padecido un “sufrimiento desmedido”, antes de disolverse este próximo primer fin de semana de mayo… “Somos conscientes de que en este largo periodo hemos provocado mucho dolor, incluidos muchos daños que no tienen solución. Queremos mostrar respeto a los muertos, los heridos y las víctimas que han causado las acciones de ETA, en la medida que han resultado damnificados por el conflicto. Lo sentimos de veras…”. Durante cinco décadas, tiros en la nuca, coches bomba, estallido de explosivos en una supermercado repleto de ciudadanos en Barcelona, Cataluña, Hipercor, secuestros, impuestos revolucionarios, se justificaron para lograr la independencia de Euskadi, País Vasco, de España. El casi millar de asesinatos se cometieron tras morir el dictador Francisco Franco, en plena ‘Transición Democrática’. En 1980, el año más sangriento, la banda cometió 92 asesinatos, uno cada cuatro días, hubo 16.000 heridos y 42.000 sufrieron amenazas de muerte. El ‘procés’ de Barcelona y los ‘CDR’ de los antisistemas de la CUP –todos ellos con Seguridad Social de la Unión Europea- evocan tiempos pasados de necrofilia, inaugurados con otro nacionalismo, el español, de las huestes fascistas del Caudillo y su golpe de estado del 18 de julio de 1936, iniciador de la Guerra Civil Española…
La organización terrorista ETA, que causó la muerte a más de 850 personas en cinco décadas de asesinatos, secuestros y sabotajes, ha pedido perdón y ha reconocido el “daño causado en el transcurso de su trayectoria armada” en un comunicado difundido este viernes por el diario Gara y Berria. ETA puso fin a la actividad armada en 2011 y tiene previsto anunciar su disolución el primer fin de semana de mayo. En el texto, con un lenguaje alejado de sus tradicionales comunicados, la banda admite que en estas décadas de terrorismo “se ha padecido mucho”, un “sufrimiento desmedido” y reconoce su “responsabilidad directa” en ese dolor. “No debió producirse jamás ni prolongarse en el tiempo”. “Somos conscientes de que en este largo periodo hemos provocado mucho dolor, incluidos muchos daños que no tienen solución. Queremos mostrar respeto a los muertos, los heridos y las víctimas que han causado las acciones de ETA, en la medida que han resultado damnificados por el conflicto. Lo sentimos de veras”. No obstante, la banda sostiene que en “este conflicto político e histórico”, el sufrimiento imperaba antes de que naciera ETA, y ha continuado después de que ETA haya dejado de matar. “Las generaciones posteriores al bombardeo de Gernika heredamos aquella violencia y aquel lamento, y nos corresponde a nosotros y nosotras que las generaciones venideras recojan otro futuro”.
ETA, que se sitúa ahora junto a los terroristas a los que expulsó de la organización por seguir la denominada vía Nanclares, pide perdón también a las que denomina “víctimas ajenas al conflicto”, “consecuencia de errores” y a sus familias. El diario Gara ha publicado la declaración y una “nota explicativa” que pone en contexto su decisión, en la que se asegura: “En el transcurso de ese debate, la militancia de ETA ha considerado necesario mostrar empatía respecto al sufrimiento originado”, y expresa “su compromiso con la superación definitiva de las consecuencias del conflicto y con la no repetición”.
En ese intento por empatizar con las víctimas aseguran ser comprensivos con quienes “consideren y expresen que nuestra actuación ha sido inaceptable e injusta”, pues a nadie se le puede forzar a decir lo que no piensa o siente. Pero ETA sostiene que también ha habido otro tipo de agresiones. “Para otros muchos también han sido totalmente injustas, pese a utilizar el disfraz de la ley, las acciones de las fuerzas del Estado y de las fuerzas autonomistas que han actuado conjuntamente, y tampoco esos ciudadanos y ciudadanas merecen ser humillados”.
La banda recuerda el “sufrimiento desmedido” que se ha padecido en el País Vasco. “ETA reconoce la responsabilidad directa que ha adquirido en ese dolor, y desea manifestar que nada de ello debió producirse jamás o que no debió prolongarse tanto en el tiempo, pues hace ya mucho que el conflicto político e histórico debía contar con una solución democrática justa”, sostiene. ETA certificó su derrota el 8 de abril del 2017 ante las instituciones democráticas con la entrega en Bayona (Francia) a través de intermediarios del arsenal bajo su control. Desde su fundación en julio de 1959, han sido 52 años hasta que en octubre de 2011 declarase el cese definitivo de la actividad armada -la primera asunción de su fracaso-, 58 hasta hoy. Años de dolor e infamia que dejan detrás datos como estos para recordar.
Ni siquiera está completamente indubitado el número de asesinatos cometidos por ETA y grupos afines como los Comandos Autónomos: 955, según la Asociación de Víctimas del Terrorismo; 867, según un informe del Ararteko (Defensor del Pueblo vasco) sobre atención a las víctimas; 864, según la oficina de asistencia a las víctimas de la Audiencia Nacional; 858 para el Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo; 857 para la Fundación de Víctimas del Terrorismo; 853 considera Interior; 845 señala un estudio del Instituto de Historia Social Valentín de Foronda, de la UPV; 837 para el Gobierno vasco. Las discrepancias radican en la atribución o no a la banda de determinados crímenes (la AVT es la única, por ejemplo, que atribuye a ETA el incendio en 1979 del hotel Corona de Aragón de Zaragoza, con 83 muertos).
Parcelar esos datos arrojaría cifras diferentes según la fuente. Basten dos: de esos crímenes, 802 se cometieron tras morir Franco. En 1980, el año más sangriento, la banda cometió 92 asesinatos, uno cada cuatro días. El primer asesinato sin duda de ETA fue el del guardia civil José Pardines el 7 de junio de 1968 en Billabona (Gipuzkoa). Y la última vez que la banda mató fue el 16 de marzo de 2010, cuando por primera vez asesinó a un policía francés, Jean-Serge Nèrin, en un tiroteo. El último atentado mortal en España se cometió en Calviá (Mallorca) el 30 de julio de 2009: una bomba mató a los guardias civiles Carlos Sáenz de Tejada y Diego Salvá.
ETA ha tenido en su historia alrededor de 3.800 militantes, desde 1961, ha sumado unos 3.300 presos, hoy, apenas 20 terroristas activos
El documento del Ararteko, de junio de 2009, cifraba los heridos en unos 16.000. Unas 42.000 personas sufrían entonces amenazas. 3.421 víctimas han sido indemnizadas, incluyendo las de la kale borroka. La cuantía global de las indemnizaciones supera los 395,6 millones, según dicho estudio de la UPV. El número de atentados se sitúa en unos 3.600, según un informe del Gobierno vasco de 2013. El más grave fue el cometido en Hipercor en Barcelona el 19 de junio de 1987, con 21 muertos y 45 heridos. Las acciones de ‘kale borroka’ (lucha callejera) superan las 4.500. La Fiscalía de la Audiencia Nacional elaboró un informe en 2011 sobre crímenes sin resolver: existen 349 asesinatos sin autor conocido por resolución judicial cometidos entre 1978 (tras la amnistía) y 2009, relacionados con 271 causas judiciales. La cifra se mantiene hoy. Casi la mitad han prescrito. Con datos de esa fiscalía, el Observatorio contra la Impunidad presentó dicho año un informe que dejaba el número de asesinatos sin autor condenado en 314.
Entre 1970 y 1997, la organización cometió 86 secuestros que le reportaron 38,5 millones de euros en rescates, según un estudio de los profesores Francisco Llera y Rafael Leonisio. Los dos secuestros más conocidos (el más largo, el de José Antonio Ortega Lara; el más dramático, el de Miguel Ángel Blanco), no tuvieron una motivación económica, sino de simple chantaje político. Unas 10.000 personas, sobre todo empresarios y profesionales, sufrieron la extorsión del impuesto revolucionario, aunque solo existen datos fiables desde 1993, apuntan los autores de ‘Misivas del terror’, el estudio más detallado al respecto. En conjunto, la extorsión produjo a la banda un rendimiento, a precios de 2002, de 3,8 millones de euros anuales entre 1993 y ese año y de 1,9 millones anuales de 2003 a 2008, según el profesor Mikel Buesa. El análisis macroeconómico más riguroso sobre el impacto del terrorismo en la economía vasca fue realizado en 2003 por los profesores Alberto Abadie y Javier Gardeazabal. Concluyen que tras el estallido de la violencia, el PIB per cápita de Euskadi cayó cerca de 10 puntos porcentuales en relación con una región sintética de control sin terrorismo. ETA ha tenido en su historia alrededor de 3.800 militantes.
Desde 1961, ha sumado unos 3.300 presos. En la actualidad son 343, según Etxerat, la asociación que agrupa a familiares de reclusos (265 en España, 75 en cárceles francesas y tres casos pendientes de extradición en Reino Unido, Portugal y Suiza). Unos 200 comandos fueron desarticulados desde que en 1973 cayesen los dos primeros. En la actualidad, ETA apenas cuenta con una veintena de terroristas activos.
Hipercor, el mayor crimen de ETA, el atentado de la banda, con 21 muertos y 45 heridos, hizo aflorar la decadencia del terrorismo
“Estaba en la carnicería del Hipercor sirviendo. Oí un ruido muy seco. Se abrió el suelo y del techo empezó a caer agua hirviendo. Mi recuerdo más vivo es el olor a carne quemada. El coche-bomba estalló en la planta inmediatamente inferior, a metro y medio de donde estaba. Subía humo del boquete y, aunque herido, pude salir”. Así recuerda Roberto Manrique el atentado de Hipercor de Barcelona, el mayor crimen de la historia de ETA, con 21 muertos y 45 heridos, tras la explosión de un Ford Sierra, cargado con 30 kilos de amonal y 100 litros de gasolina, cometido un viernes a las 16.30, del que se cumplieron 30 años.
Manrique, superviviente con secuelas, destaca que “lo mejor es que ETA no repetirá otro Hipercor porque se acabó”. Representante durante años de las víctimas del terrorismo en Cataluña, recuerda cómo hasta 2007, 20 años después del atentado, no fue el Gobierno a los actos conmemorativos. Alfredo Pérez Rubalcaba, exministro del Interior, que representó al Gobierno en 2007 señala: “El del Hipercor fue el atentado más sangriento y cruel de ETA y nos pareció necesario, en un aniversario tan emblemático, reparar a sus víctimas”. Este 30 aniversario Gobierno y Generalitat así como el Ayuntamiento de Barcelona organizaron sendos homenajes.
Según Rubalcaba, ministro del Interior con el cese definitivo de ETA, el crimen de Hipercor marcó un “punto de inflexión en la lucha antiterrorista” al “remover las conciencias y acelerara la unidad antiterrorista contra ETA con los pactos de Madrid y Ajuria Enea, referencias básicas hasta su final”. Cuando ETA atentó en el Hipercor, en 1987, tras diez años de democracia, dominaban el desconcierto y la desunión en el combate antiterrorista. “Las actuaciones ilegales contra ETA deslegitimaban la acción policial, Francia colaboraba por debajo de sus posibilidades con España y el nacionalismo democrático creía poco en las soluciones policiales y apostaba por la negociación política”, recordaba el exvicelehendakari Ramón Jáuregui, en el 25 aniversario.
El atentado de Hipercor alteró esta situación con los pactos de Madrid y Ajuria Enea, suscritos pocos meses después. “El atentado indiscriminado de Hipercor evidenció el totalitarismo de ETA ante la opinión pública vasca. El nacionalismo democrático empezó a calificarla de terrorista y participó, por vez primera, en un frente democrático con los no nacionalistas. Empezó el aislamiento de ETA y Batasuna”, señala José Luis Zubizarreta, asesor del lehendakari Ardanza (PNV), que concitó el Pacto de Ajuria Enea.
Txema Montero, eurodiputado, condenó el atentado, fue expulsado. Txomin Ziluaga exigió a ETA que “se tomara unas vacaciones”
Por vez primera, nacionalistas y no nacionalistas respaldaron la acción policial contra ETA y rechazaron que el final del terrorismo pasara por cesiones políticas a la banda. El pacto solo contemplaba un posible diálogo con ETA para el desarme y sus presos. Puso las bases del final de ETA, recalca Rubalcaba. El carácter unitario del Pacto de Ajuria Enea estimuló la movilización contra ETA. “Su unidad hizo que en su primera convocatoria, en 1989, pidiendo el cese de la violencia, lograra la mayor concentración, hasta entonces, contra ETA. La de 1997, por el secuestro de Miguel Ángel Blanco fue superior. Le quitó a Batasuna la calle y agravó su aislamiento social”, recuerda Zubizarreta. El respaldo social a las Fuerzas de Seguridad aumentó su eficacia. También influyó en que Francia permitiera la presencia policial española en su suelo lo que intensificó su eficacia. Cuatro años después era detenida la cúpula etarra en Bidart (Francia).
El atentado de Hipercor generó la primera gran crisis en la izquierda abertzale. El abogado Txema Montero, recién elegido eurodiputado por HB, condenó el atentado y fue expulsado. Txomin Ziluaga, líder del principal partido de la izquierda abertzale, exigió a ETA que “se tomara unas vacaciones”. Al poco fue expulsado con un centenar de militantes. ETA admitió que el Pacto de Ajuria Enea “estaba logrando atacarles con una violencia y unidad nunca vistas y obteniendo un reconocimiento social”.
ETA tardaría aún 25 años en declarar su cese definitivo. Pero la conmoción del atentado de Hipercor puso los cimientos de su final y marcó su decadencia. Los datos son elocuentes: De 1978 a 1987, el año de Hipercor, ETA asesinó a 497 personas; de 1988 a 1997, 196, un 60% menos. Los etarras participantes fueron detenidos a los tres meses. Su principal responsable, Santiago Arróspide, sigue en prisión. Rafael Caride, arrepentido, saldrá próximamente, tras casi 30 años. Josefa Ernaga salió hace dos, tras cumplir 27 años de cárcel, y Domingo Troitiño, tras cumplir 26.
“Diluir su verdadera responsabilidad, justificar el uso de la violencia para la imposición de su proyecto totalitario y manipular la historia”
Las víctimas de ETA son plurales. No puede ser de otra forma cuando la organización terrorista ha matado a lo largo de su historia a casi mil personas y amenazado y herido a miles de ciudadanos, de todas las ideologías y condiciones. Algunas dan valor a la declaración de ETA pidiendo perdón porque llevan años reclamando un gesto de este tipo. Para ellos, era ineludible. Otros consideran que es oportunista y con poco valor. La Asociación de Víctimas del Terrorismo (AVT) ha asegurado en una nota de prensa que “se trata de un paso más en la estrategia orquestada por ETA” desde el cese de la violencia de 2011 para “diluir su verdadera responsabilidad, justificar el uso de la violencia para la imposición de su proyecto totalitario y manipular la historia”. La organización lamenta que ETA “reconoce el daño causado” pero “en ningún momento hace autocrítica alguna justificando lo que hizo al referirse a las víctimas al mismo nivel que a los torturados”.
La presidenta de la Fundación Víctimas del Terrorismo y hermana del concejal asesinado por ETA Miguel Ángel Blanco, María del Mar Blanco, en la misma línea, ha asegurado en Los Desayunos de TVE que “el perdón tiene que ir acompañado de colaboración con la justicia”, que el comunicado es fruto de la derrota de la banda y que no le sirve un perdón que distingue entre las víctimas que “se merecían la bomba” y las que no, informa Europa Press.
Carmen Gisasola, exmiembro de ETA de la corriente de los presos de la vía Nanclares, que se apartaron de la organización terrorista y pidieron perdón, opina que hay víctimas que “no van a entender este comunicado”. En declaraciones a Euskadi Irratia, Gisasola ha señalado que ETA “ha adoptado la fórmula del IRA, haciendo una diferencia entre los que han tomado parte en el conflicto y los que no”, y se ha preguntado dónde quedan víctimas como Yoyes, ex dirigente de ETA asesinada en 1986 después de acogerse a la reinserción, o el edil socialista Isaías Carrasco, asesinado por ETA en Mondragón en 2008.
ETA, un pasado incómodo y nebuloso que se explica mejor por novelas como ‘Patria’, de Fernando Aramburu, que por las hemerotecas
ETA empieza a desaparecer de la vida cotidiana de los españoles como la nieve desaparece de los montes en primavera, sin que nadie se percate de ello. “Un día llega, y la nieve ya no está”. El símil lo acuñó el expresidente de los socialistas vascos Jesús Egiguren en octubre de 2011, cuando la banda terrorista anunció el cese definitivo de la violencia. Seis años y medio después, a pocos meses de que la mayor maquinaria de dolor y muerte de Euskadi expida su propio certificado de defunción, la profecía de Egiguren parece cumplirse. Para el conjunto de la sociedad, ETA forma parte de un pasado incómodo y nebuloso que se explica mejor por novelas como ‘Patria’, de Fernando Aramburu, que por las hemerotecas. Sin embargo, en los tribunales, la nieve sucia de ETA todavía se acumula en forma de casos sin resolver –más de 300, la mayoría de los años ochenta– y se celebran juicios que apenas llaman la atención. Como el del asesinato del comandante del Ejército de Tierra Luciano Cortizo, ocurrido en León hace 22 años. Estos días la Audiencia Nacional ha condenado a su autor, Sergio Polo, a 110 años de prisión.
El Gobierno vasco pide a ETA “claridad” en el anuncio del fin de su “historia negra”… Esta es la explicación de la organización terrorista… “En estas décadas se ha padecido mucho en nuestro pueblo: muertos, heridos, torturados, secuestrados o personas que se han visto obligadas a huir al extranjero. Un sufrimiento desmedido. ETA reconoce la responsabilidad directa que ha adquirido en ese dolor, y desea manifestar que nada de todo ello debió producirse jamás o que no debió prolongarse tanto en el tiempo, pues hace ya mucho que este conflicto político e histórico debía contar con una solución democrática justa. De hecho, el sufrimiento imperaba antes de que naciera ETA, y ha continuado después de que ETA haya abandonado la lucha armada. Las generaciones posteriores al bombardeo de Gernika heredamos aquella violencia y aquel lamento, y nos corresponde a nosotros y nosotras que las generaciones venideras recojan otro futuro. Somos conscientes de que en este largo periodo de lucha armada hemos provocado mucho dolor, incluidos muchos daños que no tienen solución. Queremos mostrar respeto a los muertos, los heridos y las víctimas que han causado las acciones de ETA, en la medida que han resultado damnificados por el conflicto. Lo sentimos de veras”.
“Dando una solución democrática al conflicto político se podrá apagar definitivamente las llamas de Gernika”, suena a broma macabra
“A consecuencia de errores o de decisiones erróneas, ETA ha provocado también víctimas que no tenían una participación directa en el conflicto, tanto en Euskal Herria como fuera de ella. Sabemos que, obligados por las necesidades de todo tipo de la lucha armada, nuestra actuación ha perjudicado a ciudadanos y ciudadanas sin responsabilidad alguna. También hemos provocado graves daños que no tienen vuelta atrás. A estas personas y a sus familiares les pedimos perdón. Estas palabras no solucionarán lo sucedido, ni mitigarán tanto dolor. Lo decimos con respeto, sin querer provocar de nuevo aflicción alguna. Entendemos que muchos consideren y expresen que nuestra actuación ha sido inaceptable e injusta, y lo respetamos, pues a nadie se le puede forzar a decir lo que no piensa o siente. Para otros muchos también han sido totalmente injustas, pese a utilizar el disfraz de la ley, las acciones de las fuerzas del Estado y de las fuerzas autonomistas que han actuado conjuntamente, y tampoco esos ciudadanos y ciudadanas merecen ser humillados. De lo contrario, deberíamos interpretar que ha existido un daño justo que merece aplauso. ETA, en cambio, tiene otra posición: ojalá nada de eso hubiese ocurrido, ojalá la libertad y la paz hubiesen echado raíces en Euskal Herria hace mucho tiempo.
Nadie puede cambiar el pasado, pero una de las cosas más perjudiciales que se podría hacer ahora sería intentar desfigurarlo u ocultar determinados episodios. Reconozcamos, todos, la responsabilidad contraída y el daño causado. Pese a no tener ni el mismo punto de vista ni los mismos sentimientos, todos deberíamos reconocer, con respeto, el sufrimiento padecido por los demás. Eso es lo que quiere expresar ETA. Precisamente de cara al futuro, la reconciliación es una de las tareas a llevar a cabo en Euskal Herria, algo que en su medida se está produciendo con honestidad entre la ciudadanía. Es un ejercicio necesario para conocer la verdad de modo constructivo, cerrar heridas y construir garantías para que ese sufrimiento no vuelva a suceder. Dando una solución democrática al conflicto político se podrá construir la paz y lograr la libertad en Euskal Herria. Para apagar definitivamente las llamas de Gernika…”. La verdad es que esto suena a broma macabra. Hubo muchos momentos y oportunidades para haber puesto punto final a esta historia de necrofilia. Aspiraban con su ‘lucha armada’ o ‘terrorismo’ el imponer un estado socialista e independiente de España. No lo lograron. Al margen de presiones policiales y judiciales, por una sencilla razón: la sociedad vasca les dio la espalda. Los que vivimos esas décadas de ‘levantamiento armado’ es imposible olvidar aunque nos persigue la necesidad del perdón a las víctimas en una comunidad rota por culpa del puto fanatismo político.
‘Viviendo entre los etarras’, la crónica de un periodista de El Correo, Íñigo Domínguez, publicada en Jot Down Magazine
Como director de la Delegación en Eibar del periódico El Diario Vasco, desde donde se cubría las noticias de buena parte de Guipúzcoa –Bajo Deba, Alto Deba y Costa Urola- y de la provincia de Vizcaya, fui testigo de muchos de los atentados del trienio del plomo entre 1979 y 1981. Meses atrás leí una crónica de Íñigo Domínguez titulado ‘Viviendo entre los etarras’, en la revista cultural Jot Down Magazine. Compañero del periódico vasco El Correo, narra el papel que jugamos los periodistas en aquella situación de ‘guerra’ en el País Vasco. Me parecen muy ilustrativas las vivencias de Íñigo Domínguez que no son muy diferentes a las que sufrimos en aquellos momentos. Cada uno pudiera aportar sus pinceladas…, simples pinceladas.
“Recuerdo de pequeño un miedo de otra época, el pánico nuclear, aunque siendo niño era como un juego. Te daban tebeos de Protección Civil con dibujos que explicaban qué era un hongo atómico y cómo debía ser un refugio, aunque por supuesto no conocía a nadie que tuviera uno. Viví en Caracas en los noventa y era considerada una de las ciudades más peligrosas del mundo. También las he pasado putas alguna vez en la montaña, porque hacía alpinismo. Es donde conocí el sentido de la expresión cagarse de miedo. También estuve una vez en un curso de exorcistas. Pero si lo pienso bien donde más miedo he pasado yo ha sido en Bilbao, cuando vivía allí. Tenía miedo de que me mataran.
Cuando alguien te puede querer matar sin conocerte, sin haber hecho nada, es una sensación muy desconcertante. En mi caso, porque me dieron trabajo en un periódico, El Correo, que para estos chicos de ETA era parte del bando enemigo. No se preocupen, no voy a hablar del ‘conflicto’, quería describir cómo te funciona la cabeza cuando tienes miedo. Cuando sales de casa cada mañana y automáticamente enciendes todas las alarmas. Miras a derecha e izquierda, te aseguras de que no haya nadie extraño. Te haces especialista en mirar con el rabillo del ojo, a esas sombras que se mueven a tus espaldas. Una amiga que hacía meditación, rollos budistas y cosas así, me contaba que con la práctica llegabas a desdoblarte, a verte a ti mismo desde fuera, y que el punto exacto era detrás de ti, a la altura de nuca. Pues bien, en el País Vasco muchos lo lograban a pelo, sin meditación, que para eso algunos eran de Bilbao. Te veías siempre desde atrás. Tu nuca te llegaba a obsesionar, sentías una sensación constante, porque es donde disparaban. Tu nuca era lo que veías mientras caminabas por la calle, como con una cámara que te siguiera, y es lo último que vería tu asesino, si un día llegaba, antes de pegarte un tiro”.
“José Luis López de Lacalle, un columnista de El Mundo, cinco años en la cárcel con Franco y tuvo que seguir aguantando fascistas en su pueblo”
“Se te ocurrían más cosas raras, razonabas de forma muy particular. Por ejemplo, llovía y decías: ‘Ah, mejor, porque el asesino no se querrá mojar, es un incordio, esperará a otro día que haga bueno, hoy puedo estar más tranquilo’. Empezabas a hacer memoria para recordar si había habido atentados en días de lluvia y lo valorabas como un factor de disminución de riesgo. Pero siempre recordaré la imagen del cadáver de José Luis López de Lacalle, cubierto con una sábana, con el paraguas abierto al lado. Fue el 7 de mayo de 2000, en Andoain. Era un columnista de El Mundo. Había pasado cinco años en la cárcel con Franco y luego aún tuvo que seguir aguantando fascistas en su pueblo.
Lo peor era coger el coche. Aunque peor era a veces tener que caminar por la calle y usar los transportes públicos, mezclarse entre la gente. Eras más vulnerable, porque entre la gente podía esconderse alguno de ellos, así que el coche era el mal menor. Cada mañana tenías que llevar a cabo un ritual incomodísimo: mirar debajo del coche. Porque no es tan sencillo, te tienes que despatarrar por el suelo o hacer un ejercicio de contorsión una vez sentado al volante. Yo tampoco entiendo de coches y la parte de abajo me parecía siempre un amasijo extraño de hierrajos. ¿Cómo narices iba yo a distinguir una bomba? No, no, te decían, si la hay la ves de inmediato, canta mucho. Yo miraba y remiraba y al final me decía: ‘Bueno, parece que hoy no hay nada’.
Estabas seguro, pero en el momento de girar la llave cada mañana siempre te quedaba un hilo de duda, por la posibilidad de haber mirado mal, de que hubieran inventado un nuevo tipo de explosivo que se veía menos, lo que fuera. Nunca estabas seguro. En ese instante te pasaba por la cabeza, pero casi como de lejos, la idea de que quizá en el siguiente instante fueras a morir, y pensabas a toda velocidad una secuencia de reflexiones fugaces de lo más inconexo, irracional y a veces simplemente estúpido: ¿Qué me voy a perder?-¿Cómo ha sido mi vida?-No me he despedido de nadie-Me gustaría volver a ver a no sé quién- En el fondo da igual todo-Joder, hoy no me viene bien que tengo que ir al médico-Qué chorradas digo-Si da igual todo-No, cojo el autobús-Es que llego tarde-A la mierda. Clic. Al segundo siguiente oías el motor y ya se te olvidaba. Volvías a pensar en tus cosas. Pero sin ningún énfasis existencial especial, era la normalidad. Un delirio. Luego leías, por ejemplo en febrero de 2002, que un chico casi de tu edad y de Bilbao había recorrido diez kilómetros con una bomba lapa pegada en su coche, sin enterarse, hasta que estalló y le dejó sin una pierna. Era Eduardo Madina, militante socialista, que hacía prácticas en una empresa y era jugador de voleibol”.
“Como andabas con cuidado —y aquí aparece una frase mítica de la época—: algo habrá hecho. Tenías miedo de que te vieran tener miedo”
“Arrancar el coche, además, tenía también su responsabilidad con los que te rodeaban. No quiero ni pensar lo que debía de ser para quien llevara los niños al colegio. Yo, tras asegurarme de que no había bomba, esperaba por si acaso a que no pasara nadie, no fuera que sí que hubiera y la jodiéramos y encima matara a una pobre señora que iba a por el pan. Bueno, yo no, la matarían esos hijos de puta, pero qué me costaba a mí estar atento, etcétera. Insisto, un delirio. Cogías costumbres que luego ya no te abandonan, como dónde sentarte en un restaurante y olisquear el correo y los paquetes, a ver si olían a almendras amargas. Decían que ese era el aroma del explosivo, aunque nunca he logrado saber cómo huelen las dichosas almendras, y encima amargas. Todavía lo hago por deformación y mi mujer me mira como si estuviera loco.
Pero lo más demencial era que el mero hecho de mirar debajo del coche era en sí otro factor de riesgo. Es decir, si alguien te veía mirar debajo del coche se quedaría con la mosca detrás de la oreja: ‘Uy, ¿por qué mira este debajo del coche?’. De inmediato comprendería lo que pasaba y pensaría que yo era algo. Algo, es decir: policía, magistrado, político, profesor, periodista, electricista, lo que fuera pero, en resumen, amenazado. Formabas parte de una subespecie o grupo social perseguido. Si te iba bien el vecino podría pensar que pobrecillo y ahí se quedaba la cosa. Pero si era alguien de los otros, y de los malos, podías darte por jodido. Se quedaría con el toque, podía comentarlo, se acabaría sabiendo en el barrio, la voz quizá llegaría a oídos de alguno de estos cabrones y a lo mejor te echaban el ojo. Es decir, se daba la diabólica paradoja de que podías no estar amenazado y de que nadie supiera quién eras, pero el solo hecho de tomar precauciones podía llegar a convertirte en sospechoso. Como andabas con cuidado —y aquí aparece una de las frases míticas de la época—, pensaban: algo habrá hecho. Tenías miedo de que te vieran tener miedo.
Para mirar debajo del coche simulabas que se te caían las llaves, pero claro, que se te cayeran todos los puñeteros días era inverosímil. Por la noche, cuando volvía del periódico o de tomarme unas copas, solía buscar sitio para aparcar en calles poco frecuentadas, para que al día siguiente fuera más fácil mirar. Pero es que en mi barrio lo de aparcar era un drama y si tenías la suerte de encontrar un sitio no podías hacerle ascos. Más de una noche he estado ahí parado con el coche, en medio de la calle y cayéndome de sueño, pensando qué hacer: ¿aparco o no aparco? A tomar por culo, y aparcabas. Al día siguiente volvías a coger el coche, pasaba mucha gente por allí y te maldecías: ‘Joder, tenía que haber aparcado en otro sitio’. Y vuelta a empezar. Lo que más me fastidiaba, de todos modos, era que el trabajo, donde te pasabas horas, se había llegado a convertir en el lugar más confortable, porque era seguro, había controles, vigilantes, cámaras, te sentías a salvo. Como en casa. Lo malo era ir de uno a otro sitio, los desplazamientos, de casa al trabajo y del trabajo a casa. Era como correr de refugio en refugio”.
“Fulanito ha aparecido en las listas, decían como si le hubieran diagnosticado un cáncer. Ocurría cuando desmantelaban un comando”
“Cuento todo esto pero en realidad entonces hablaba poco de ello, lo tenías interiorizado, asumido, estas preocupaciones no se compartían mucho. Hablabas de vez en cuando con los colegas, pero lo evitabas para no aumentar las preocupaciones. Y no se confundan, yo era el último mono, con un riesgo muy marginal. Y en una ciudad grande, en un pueblo pequeño lo llevabas claro. Y tenía veintipico años, era más alocado, era soltero. Me comería el coco una millonésima parte de lo que lo hacía alguien con familia, con niños, con nietos, un policía, la mujer de un guardia civil, un magistrado, un militante del PP o del PSOE o alguien que hubiera aparecido en las listas. Aparecer en las listas. Era otra expresión de esos años: ‘Fulanito ha aparecido en las listas’, te decían con gravedad, como si le hubieran diagnosticado un cáncer. Ocurría cuando desmantelaban un comando o detenían a un etarra con papeles encima con listas de objetivos. A veces eran simples enumeraciones de nombres, pero allí podías estar tú, sin saber por qué. A veces sacaban los funcionarios mecánicamente de los nombramientos del BOE. Que yo sepa yo no aparecí en ninguna lista, aunque me citaron en algún libro como responsable de la ‘criminalización de la juventud vasca’ por un artículo que hice, siendo becario, sobre la ‘kale borroka’. Sí aparecieron en las listas compañeros míos. Sí mataron e intentaron matar a compañeros míos. Todos mis directores han ido siempre con escolta y con amenazas muy serias de atentado. Ser director de un periódico a mí ya me parece una locura. Con escolta, no quiero ni pensarlo.
Quien iba con escolta era una especie de apestado. Si te cruzabas con uno por la calle notabas cómo la gente se apartaba disimuladamente, no sea que le cayera a él un tiro. Acercarse a estas personas era como ponerse a tiro, físicamente, entrar en una zona de riesgo. Si comías con alguien amenazado, con la escolta apostada en la puerta del restaurante, no podías dejar de pensar, con un egoísmo instintivo, que si pasaba algo a ti te pillaría en medio. Luego te alejabas de ese campo magnético infernal con un alivio culpable, sintiéndote un cobarde, y dejabas ahí solo al ser humano que vivía dentro, siempre así, cada día. Profundamente solo, pero sin poder estar solo ni un minuto. Una pesadilla. No solo eso, es que encima se les miraba mal. Yo he visto cómo se dejaba de invitar a un familiar con escolta a un bautizo porque parte de los parientes, abertzales, no quería esa gente con pistola por allí, estropeando la fiesta. El propio escolta, de por sí anónimo, era otro ser despersonalizado en la imaginación colectiva. Y también morían, como en Vitoria, el 22 de febrero de 2000, con la bomba que mató a Fernando Buesa y su escolta, el ertzaina Jorge Díez”.
El lehendakari Juan José Ibarretxe: ‘Los medios de comunicación no siempre aciertan a presentar sus respectivos relatos informativos”
“Años después, en junio de 2008, pusieron una bomba en la rotativa de mi periódico. Esta fue la reacción de solidaridad del lehendakari, Juan José Ibarretxe, del PNV: ‘Los medios de comunicación no siempre aciertan a presentar sus respectivos relatos informativos. Pero sean cuales sean las valoraciones que todos tengamos sobre la veracidad con que se presentan las noticias, los que creemos en la democracia estaremos siempre radicalmente en contra de quienes utilizan la violencia’. Con amigos como estos quién quiere enemigos. Pero este tipo de estupideces entonces salían gratis, y hablamos de 2008, antes de ayer. El PNV también ordenó a sus afiliados, por carta, ahí está escrito, que no compraran mi periódico, El Correo, ni insertaran publicidad, porque éramos el enemigo. Era septiembre de 1996, yo acababa de llegar a Bilbao y creía haber aterrizado en Corea del Norte. Son cosas que hoy parecen inconcebibles. Lo malo es que entonces ya lo eran, pero no recuerdo especiales muestras de solidaridad. Mucha gente sensata del PNV luego, obviamente, hacía lo que le daba la gana y te contaba su contrariedad, pero en privado. Entrabas en un despacho oficial y tenían el diario escondido en el cartapacio de la mesa. Pero luego había orden en todas las instituciones de colgarte el teléfono, incluidas las oficinas de prensa. Fueron, en la jerga de entonces de la redacción, los meses del boicot. Pero lo cierto es que subieron las ventas, se les pasó la tontería y aquí no ha pasado nada.
Fue justo en esa época, meses después, en julio de 1997, cuando llegó uno de los momentos de mayor angustia con el secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco, de veintinueve años, concejal del PP en Ermua. Significaba que podían matar a cualquiera con un mínimo de valor simbólico. A eso quedabas reducido, a una especie de logotipo con piernas. Bastaba tener relación, por débil que fuera, con alguna de las manías de los etarras. Miguel Ángel Blanco, otro chico más o menos de mi edad, era un chaval que se había metido a concejal en un pueblo. Tocaba la batería en un grupo. Le secuestraron cuando bajaba del tren para ir a trabajar. Nosotros pensábamos lo mismo: si quieren matar a un periodista, para lanzar un mensaje —quedabas cosificado como papel de avisos—, a lo mejor no van contra uno de los jefes, que llevan escolta y son más difíciles. No, vendrán a por uno de nosotros. Esta era otra constatación esencial: iban a lo fácil. Si te vigilaban y veían que lo tuyo presentaba alguna dificultad, porque a lo mejor tomabas precauciones, pasaban a otro. Cuántas veces he imaginado yo a mis hipotéticos perseguidores para intentar meterme en su cabeza y prevenir tácticamente sus movimientos. Otro delirio: ¿si yo me quisiera matar a mí mismo, cómo lo haría? Pensabas dónde podía ser más fácil, a qué hora del día, de qué manera. Era un juego diabólico. A veces incluso pasabas el rato, sin darte cuenta, planeando tu propio atentado”.
“El País Vasco era un régimen perfectamente mafioso, y sé de lo que hablo porque vivo en Italia y sé un poco de la Mafia”
“Era una atmósfera de terror sutil y cotidiano muy difícil de explicar, que a mí me parece un material dramático de primer orden y, sin embargo, he visto utilizar poquísimo en España en películas o libros. Habrá algunos casos que no conozco y hay excepciones, como los magníficos cuentos de Fernando Aramburu, pero creo que aún no se ha contado bien. Y se debe contar bien, porque si no es como si no hubiera pasado. El humor ha estado bien, los ocho apellidos vascos y demás, para aliviar la tensión acumulada, pero hay que ir más allá, porque no solo era ridículo, por encima de todo era trágico. Aún hoy, cuando voy al País Vasco, me asombra cómo se la cogen algunos con papel de fumar para hablar de los años del terror, el uso políticamente correcto de una semántica rebuscadísima para no ofender a unos pero tampoco a otros, las presuntas dificultades retóricas para contar lo que ha ocurrido, cuando todo está bastante claro.
El País Vasco era un régimen perfectamente mafioso, y sé de lo que hablo porque vivo en Italia y sé un poco de la Mafia. Todo el mundo tendía al anonimato, a la neutralidad, a no destacar, a que se supiera lo menos posible de ti, de lo que pensabas. Para señalarse, bastaba eso, decir lo que pensabas. Así que la gente procuraba no pensar demasiado. Suicidarse era fácil: bastaba hablar en voz alta contra ETA, en el bar y no digamos ya en la tele. Pero casi todos hablaban en voz baja, o no hablaban. Por eso había poquísimos famosos vascos que hablaran del tema. En eso no tenían opinión. Reinaba un gran silencio. Hoy puede chocar, y no estoy tan seguro, y espero que algún día lo haga, pero se miraba para otro lado mientras mataban gente en la calle todos los días. Qué sé yo, los jugadores del Athletic de Bilbao o de la Real Sociedad, ídolos de los niños, con su prestigio social para las obras benéficas y la defensa de los valores, condenaban la violencia en el fútbol, pero lo otro no, era política. Les comprendo, si uno hubiera abierto la boca le habrían hecho la vida imposible. Era mejor no meterse en líos. O pagar en silencio el impuesto revolucionario, para que no te quemaran el negocio.
El año pasado en Bilbao, en la presentación de mi libro sobre la Mafia, me preguntaron exactamente eso: que si no he pasado miedo con eso de hablar de la Mafia. Contesté esto que he dicho ahora, que en realidad yo había pasado más miedo cuando vivía en Bilbao. Se produjo ese silencio de ‘uyuyuy lo que ha dicho’. Todavía hoy, era 2014. Y al salir una señora, una conocida, va y me dice con retintín que no sabía que yo había pasado tanto miedo cuando vivía en Bilbao. No te jode, pensé, es que algunos no os enterabais de nada. O no se querían enterar. Quien tenía una profesión segura, militaba en un partido seguro, tenía opiniones seguras, vivía muy ajeno a estas paranoias. Son ya célebres las palabras de Ibarretxe ante la cama de un hombre que se había salvado de milagro de un tiro a bocajarro en la cara: ‘Hombre, que en el País Vasco se vive muy bien’. Se lo decía, para quitarle hierro al asunto, al hijo del herido, que vivía fuera y se quejaba de la situación. Era septiembre de 2000. El hombre que yacía a dos metros con el rostro destrozado era José Ramón Recalde, profesor universitario, que con Franco pasó un año en la cárcel y fue torturado. Luego, en democracia, también le tocó seguir soportando fachas”.
“Idealmente, cuando mataran a todos, como Pol Pot, con los cuatro que quedaran aquello iba a ser el puto paraíso en la tierra”
“Realmente a muchos en el País Vasco, viviendo tan bien, ni se les pasaba por la cabeza que les pudiera tocar a ellos, porque tenían una especie de inmunidad. Solo se arriesgaban con la lotería de que te pillara un bombazo pasando por allí, pero paciencia, las probabilidades eran bajas, y de todos modos sería una trágica fatalidad. Habría sido sin querer. De ahí el desconcierto de algunos cuando en agosto de 2000 ETA asesinó a Jose María Korta, presidente de la patronal guipuzcoana y de ideología abertzale. ‘ETA ha matado a uno de los nuestros’, dijo entre lágrimas de rabia el diputado general de Guipúzcoa, Román Sudupe, del PNV. Pasaba el tiempo y cada vez la línea roja de seguridad era más pequeña. Quedaba más gente fuera que dentro. En enero de 2001 mataron, por ejemplo, a un cocinero, Ramón Díaz. Cocinaba en la comandancia de Marina de San Sebastián.
Que te odiara gente que ni te conocía a mí se me hacía rarísimo. No tenía ningún sentido. A mí lo abstracto es que me da dolores de cabeza: te veían desprovisto de humanidad, como un símbolo o una categoría a eliminar. En ese sentido era una especie de genocidio, pero muy curioso, porque era contra su propia raza y su propio pueblo. Los documentos y comunicados de ETA son una cosa de tratado de psiquiatría. Doctrinas majaras como la de ‘socializar el sufrimiento’. Por lo visto, idealmente, cuando mataran a todos, como Pol Pot, con los cuatro que quedaran aquello iba a ser el puto paraíso en la tierra. Si en Euskadi ya vivíamos bien no quiero ni imaginar lo que iba a ser para entonces, un musical de Broadway con boinas y camisas de cuadros de leñador.
¿Por qué? No había una respuesta comprensible. Y con las que te daban ellos te meabas de risa. La represión. Uf, vivían reprimidísimos ellos. Los que les jaleaban podían pasear felices por la calle, estaban tranquilos. En cuanto a los que no se querían enterar, también ellos te desprendían de tu humanidad por no ponerse en el lugar de su vecino. No era su problema. Por eso sigo pensando que la sociedad vasca, con toda su salud económica y su bienestar, es una sociedad muy enferma. Lo primero es reconocerlo, como en alcohólicos anónimos. Muchos no veían la carne que sufre, solo construcciones mentales”.
‘Patria’, una novela literaria dramática, escrita por Fernando Aramburu, una historia imprescindible, extremadamente valiente y conmovedora
El libro ‘Patria’ está ambientado en una localidad rural del País Vasco en la provincia de Guipúzcoa (España), considerada la ‘Euskadi profunda’ donde el entorno de ETA y la izquierda abertzale imponen un régimen totalitario de represión. La narración abarca los años de plomo desde el postfranquismo hasta 2011, cuando ETA anunció el cese definitivo de su actividad armada. Pocos años después del asesinato del Txato, empresario de una pequeña localidad rural de Guipúzcoa, ETA anuncia el enésimo ‘alto el fuego’ (año 2011). Bittori, la viuda del Txato, ha estado visitando su tumba en Polloe. Tras la noticia, decide visitarle una vez más y decirle que piensa volver al pueblo, del que tuvo que exiliarse junto con su familia por el clima de tensión política que se vivía en un pueblo regido por la represión abertzale. Sin embargo, y a pesar de regresar a escondidas, la vuelta de Bittori altera la falsa paz entre aquellos que en su día fueron vecinos e incluso amigos hasta que las circunstancias provocaron que su familia fuese acosada. A lo largo de la novela, Bittori tratará de encontrar respuestas.
Las críticas de la novela fueron en su mayoría positivas. José-Carlos Mainer, desde el diario EL PAÍS, valoró la manera en la que Aramburu ha retratado “las dos caras de la sociedad vasca”. Javier Alfonso, del periódico digital Valencia Plaza, en su reseña calificó la obra de “ficción bien construida” y añadió: “el novelista no relata un asesinato, sino que retrata a la sociedad vasca de los últimos treinta años” y alabó a Aramburu, de quien dice que “relató la historia como si la hubiese vivido de primera mano”. También valoró positivamente a los personajes. César Coca, de El Correo, afirma que “Aramburu reparte protagonismo y dolor, y muestra el dolor que, más allá de sus causas y la consideración moral que pueda suscitar, alcanza a todos”.
‘El fin de ETA’: el documental del socialista Jesús Eguiguren y el abertzale Arnaldo Otegi, como artífices del fin de la violencia en Euskadi
Estamos en septiembre del 2016. En uno de sus domingos se celebrarán las elecciones vascas, y eso en una ciudad con San Sebastián se nota, aunque el lujo y el glamour del festival de cine tapen casi todo. Por las calles se cruzan los carteles de la nueva película de Bayona con los de Otegi lehendakari, y la gente lo mismo se mete en el cine a ver un thriller que después se va a un mitin de Pili Zabala. El Zinemaldia también ha reservado un espacio para la situación política en Euskadi. Se trata de la sección Zinemira, dedicada al cine del País Vasco, y en la que se ha presentado ‘El fin de ETA’, dirigido por Justin Webster y con guion de los periodistas Luis Rodríguez Aizpeolea y José María Izquierdo, que explica que todavía “no acaba de entender por qué hay un silencio sobre esta etapa”. Un documental que busca a los verdaderos artífices del fin de la violencia en Euskadi. El 20 de octubre de 2011, ETA anunciaba el cese de su actividad tras más de 40 años en los que dejaron un rastro de 829 personas asesinadas. La obra va dedicada a ellas, les da voz, pero es una voz secundaria que no quita importancia a los protagonistas del filme. Las dos personas que, sin decir nada a nadie, decidieron que había que acabar con las muertes.
En el año 2000 el socialista Jesús Eguiguren y el entonces dirigente de Batasuna, Arnaldo Otegi, se reunieron en un caserío de Txillarre. El anfitrión era Peio Rubio, que se encargó de mantenerles alimentados mientras intentaban ponerse de acuerdo. No había condiciones pactadas, y de hecho hiela la sangre escuchar a Eguiguren contar que una de las cosas que quedaron claras era que ese encuentro no hacía que Otegi no pudiera ser detenido, ni que él mismo pudiera ser asesinado. Hiela la sangre escuchar a Eguiguren contar que una de las cosas que quedaron claras era que ese encuentro no hacía que Otegi no pudiera ser detenido, ni que él mismo pudiera ser asesinado.
Dos personas que no tenían nada que ver, pero que estaban obligadas a entenderse. Ambos hablan a cámara en ‘El fin de ETA’ y desvelan el contenido de sus reuniones y la evolución de las mismas. Mientras ellos cuentan las interioridades de esos encuentros de los que, en un comienzo, nadie tenía constancia, el filme muestra el contexto social y político que ocurría alrededor. Los atentados, las muertes, los cambios de Gobierno y las declaraciones políticas que giraban en torno a ellos y les ponían en una situación cada vez más difícil. Eguiguren es el centro de todo, una personalidad que, a pesar de ser esencial en el proceso de paz, no ha sido reconocida por ello. “Eso es una injusticia de la sociedad y más aún del Partido Socialista”, dice a EL ESPAÑOL el guionista del filme, José María Izquierdo, desde una cafetería a escasos metros de la sede del Festival de San Sebastián, donde han presentado su obra.
Personalidades extranjeras como Tony Blair, Brian Currin, Gerry Kelly o Martin Griffiths, reactivaron el proceso de paz
El guionista -y periodista- destaca que ya hubo intentos anteriores de hablar con ETA. Incluso el Gobierno de Aznar se reunió con la banda, pero fueron estas conversaciones las que llevaron al final que todos conocemos. “Lo que acaba en 2011 tiene mucho que ver con lo comenzó en 2000. Sin esta primera parte la segunda no se hubiera dado igual, porque yo creo que aun así, ETA estaba condenada al fracaso”, explica sobre una negociación en la que “no se cedió en nada”, tal como también apunta Alfredo Pérez Rubalcaba en el documental. “Ni siquiera se han acercado a los presos. Yo estoy a favor del traslado de presos y absolutamente en contra de cualquier amnistía, deben cumplir sus penas. Aznar acercó presos y no pasó nada, porque con el alejamiento castigas al entorno. Cuando había crímenes tenía sentido, ahora ninguno, es pura venganza”, zanja.
Un retrato a la evolución del proceso para conseguir la paz. Una paz que muchos quisieron atribuirse y usar políticamente. Diez años en los que se pasó de la clandestinidad a la oficialidad, cuando el entonces presidente José Luis Rodríguez Zapatero anunció en el congreso su intención de dialogar. Todos los grupos menos el Partido Popular dieron su apoyo para entablar relaciones. El documental da voz también a Jaime Mayor Oreja, que años después sigue defendiendo la postura tomada entonces. “El PP se opuso a la negociación porque no lo consiguieron ellos y por una utilización política, sin ninguna duda. Yo en eso temo ser muy duro, pero creo que la postura del PP en ese sentido es indecente y hacen un uso partidista de las víctimas. Ver a Rajoy decir que se ha traicionado a los muertos me parece una canallada”, declara rotundo José María Izquierdo.
La película destaca, también, la labor de mediación protagonizada por el PNV, personalizada en Josu Jon Imaz e Iñigo Urkullu. Fue la incorporación a las negociaciones de Francisco Javier López Peña, Thierry, representante del ala más dura de ETA, la que desbarata todo lo avanzado. En diciembre de 2006, varias bombas estallan en la Terminal 4 de Barajas. Sólo un mes después de que Zapatero mostrara en el Congreso su optimismo por el estado de las negociaciones, ETA volvía a las andadas y mataba a dos personas en el aeropuerto de Madrid. El dolor y la sensación de decepción pudieron con todos. Tuvieron que ser personalidades extranjeras como Tony Blair y mediadores internacionales Brian Currin, Gerry Kelly o Martin Griffiths, que también fueron testigos de esas conversaciones, los que reactivaran el proceso de paz. Currin, Kelly y Griffiths hablan en ‘El fin de ETA’ y ofrecen una mirada analítica a lo ocurrido. Destacan el valor del Gobierno del momento por volver a intentarlo tras el atentado, pero también de la izquierda abertzale al romper con la banda terrorista y seguir apostando por la negociación.
Un documental necesario, que repasa esos diez años que cambiaron la historia más negra de España. Una década en la que entre reuniones secretas, pasos en falso y momentos de tensión se consiguió la paz, aunque todavía quedan “muchos años para el final definitivo, hasta que no acabe el dolor de las víctimas, ETA estará en nuestro imaginario”, dice Izquierdo. Cree llegará un futuro en el que se pase página, un “futuro de convivencia”.
Yo, con mis sesenta y un años a cuestas he sufrido en carnes propias a España y a sus tres nacionalismos, el castellano, el vasco y el catalán, supremacismo ‘Celtiberia Show’. Han intentado sucesivamente imponer sus identidades y excluir a los disidentes. Su fracaso, víctima de sus excesos, permite vislumbrar un país más abierto a la vez que plural… Meses atrás comenzó un nuevo fracaso, el del ‘procés’ independentista catalán en los escenarios próximos a las Ramblas de Barcelona, tomadas días atrás por los terroristas yihadistas. “Ellos no son los enemigos, los culpables de los males de Cataluña son los españoles…”. El nacional-catolicismo, convertido en ideología oficial del franquismo, intentó la asimilación cultural, lingüística e ideológica de los españoles. Para ello se valió de un relato histórico-imperial sobre la grandeza de la nación; de una identidad primordial, la castellana, que asimiló a la española, expulsando a otras posibles identificaciones; unas instituciones políticas y culturales autoritarias y represivas; y de una lengua, el castellano, que intentó imponer como única. En su apogeo, suprimió las instituciones históricas de vascos y catalanes, prohibió y persiguió sus lenguas y consideró como inferiores a los que ostentaban otras identidades
“Los españoles han sufrido tres nacionalismos. Dos de ellos, el castellano y el vasco, ya han fracasado. El tercero, el catalán, lo está haciendo a la vista de todos. A pesar de que sus portadores consideren sus diferencias irreconciliables, lo cierto es que los tres han cometido errores y excesos muy similares: aupados en relatos históricos artificiales o deformados, en manos de sus elementos más fanatizados, ante la inexistencia de frenos eficaces en la sociedad civil y valiéndose de la instrumentalización de las instituciones en apoyo de sus fines, han construido proyectos supremacistas basados en una pretendida superioridad cultural y moral. El resultado ha sido intolerancia con la diversidad, acoso a la pluralidad, exclusión de los diferentes y, en distintos grados, coacción y violencia contra los disidentes…”, escribe el columnista español José Ignacio Torreblanca. Es Profesor Titular de Ciencia Política en la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED) en Madrid, donde enseña Fundamentos de Ciencia Política, Sistema Político de la Unión Europea y Democracia y legitimidad en la Unión Europea. También es Doctor Miembro del Instituto Juan March de Estudios e Investigaciones. Ha sido becario del Programa Fulbright, Profesor en la George Washington University en Washington D.C., así como investigador en el Instituto Universitario Europeo de Florencia. Sus últimos libros en español son ‘Asaltar los cielos’ (2015), ‘¿Quién gobierna en Europa?: reconstruir la democracia, recuperar a la ciudadanía’ (2014) y ‘La fragmentación del poder europeo’ (2011). En inglés, ha sido coautor de ‘The Eurosceptic surge and how to respond to it’ y ‘What is political union? …”.
El nacional-catolicismo ha abrazado la nación política democrática, descentralizada y europeísta consagrada en la Constitución del 78
El primero de los nacionalismos al que hace mención José Ignacio Torreblanca es un viejo conocido. El nacional-catolicismo, convertido en ideología oficial del franquismo, intentó la asimilación cultural, lingüística e ideológica de los españoles. Para ello se valió de un relato histórico-imperial sobre la grandeza de la nación; de una identidad primordial, la castellana, que asimiló a la española, expulsando a otras posibles identificaciones; unas instituciones políticas y culturales autoritarias y represivas; y de una lengua, el castellano, que intentó imponer como única. En su apogeo, suprimió las instituciones históricas de vascos y catalanes, prohibió y persiguió sus lenguas y consideró como inferiores a los que ostentaban otras identidades.
Por fortuna, el empeño de construir España desde el nacionalismo castellano fracasó. Y aunque los rescoldos de ese nacionalismo se aviven ocasionalmente y se hagan sentir en la negación que la extrema derecha y sus seguidores mediáticos hacen de la pluralidad de lenguas e identificaciones que constituye España, la mayoría de los castellanoparlantes parecen estar vacunados contra el nacional-catolicismo, han abrazado la nación política democrática y descentralizada consagrada en la Constitución del 78 y sustituido o diluido el etnicismo castellano por un sano europeísmo con el cual también se sienten identificados tanto política como culturalmente.
La justificación del terrorismo que la izquierda abertzale derivó de la fusión de nacionalismo y marxismo-leninismo revolucionario
El segundo de los nacionalismos españoles, el vasco, también se encuentra en fase de sano repliegue. Aunque su demanda de recuperación de los derechos, instituciones, autogobierno y lengua suprimidos por el franquismo estaba más que legitimada histórica, cultural y políticamente, el nacionalismo vasco fue usurpado por la confluencia de dos fuerzas que lo hicieron degenerar hasta convertirlo en una ideología excluyente y chovinista. Por un lado, su legitimidad se vio erosionada por el supremacismo racista subyacente en los postulados de Sabino Arana, del que emanaba un desprecio hacia los otros pueblos de España y un complejo de superioridad moral y cultural que en poco se diferenciaba del nacional-catolicismo franquista.
Por otro, y de forma más grave, el nacionalismo vasco quedó tocado moralmente por la justificación del terrorismo que la izquierda abertzale derivó de la fusión de nacionalismo y marxismo-leninismo revolucionario. Convertido en un pretendido movimiento de liberación nacional que se valía de la violencia terrorista y el asesinato político, esa degeneración nacionalista, por suerte superada hoy, logró la cruel paradoja de convertir esa versión extrema del nacionalismo vasco en una amenaza para la democracia, vida y libertades de los españoles. De ahí el repliegue hacia posiciones que, hoy, sin renunciar a la independencia como objetivo político, rechazan la violencia como medio para la consecución de un Estado vasco y aceptan el método democrático como única fuente legitimadora de la acción política.
El nacionalismo catalán, supremacismo de tintes etnicistas y racistas: “los españoles, vagos, atrasados y fascistas, nos roban y oprimen”
Nuestro tercer nacionalismo español, el catalán, tampoco es ajeno a esta dinámica de auge y caída. Forjado sobre un relato histórico que ensalza la trayectoria de un pueblo noble y sabio a la vez que trabajador y honrado, dotado de una supuesta tradición democrática anclada en el medioevo pero suprimida a sangre y fuego, y amante de la libertad y el autogobierno, el nacionalismo catalán ha estado a punto de construir el nacionalismo perfecto. Y no solo por razones sentimentales, sino de eficacia: el éxito económico catalán se ha sumado a la generosa y ejemplar labor de integración cultural y lingüística de los inmigrantes, que lejos de diluir la identidad catalana la ha reforzado. Pocas identidades nacionales han sido tan abiertas e incluyentes y a la vez tan exitosas a la hora de construir un modelo de integración.
Ese éxito sin paliativos ha desencadenado una tentación ruinosa: la de, víctima de la soberbia, jugarse la convivencia y el éxito económico para dotarse de un Estado propio sobre el que construir, por fin, una nación política. Y ahí es donde el nacionalismo catalán se ha resquebrajado. Como ocurrió con los otros dos nacionalismos, algunos han concluido que el fin superior de culminar el proyecto nacional justificaba retorcer los medios para lograrlo. Y pertrechados de la certeza de la superioridad moral de su causa están destruyendo o dispuestos a destruir todo lo bueno y sano que ese nacionalismo había alumbrado, poniendo en entredicho una convivencia ejemplar, sembrando la división entre catalanes buenos y malos y de primera y de segunda, instrumentalizando las instituciones, convirtiendo la lengua de todos en una lengua nacional, subvirtiendo la pluralidad de los medios públicos y aceptando como natural un discurso supremacista de tintes etnicistas y racistas (los españoles, vagos, atrasados y fascistas, nos roban y oprimen).
Hace un par de semanas visité La Habana para preparar la presentación de un libro de cuentos sobre la capital cubana, en tiempos del ‘Período Especial’, cuando “Cuba era el único país del mundo donde los ciudadanos soñaban con ser gordos”. La reunión, en los jardines del Hotel Nacional, en pleno Vedado. Cuando nos dirigíamos a cenar al ‘Gato Tuerto’ y verle actuar a la eterna vedette Juan Bacallao, nos topamos con una bandera independentista catalana, colocada en una oficina de algún empresario supremacista. Éste delira con haber abierto el primer ‘consulado’ de la Cataluña independiente en La Habana, Cuba. Este desconoce que en Miami, los únicos que recibieron a Carles Puigdemont y a sus acólitos, monaguillos, fueron tres congresistas republicanos anticastristas, de la línea dura del Partido Republicano, partidarios de reforzar al ejército norteamericano. Se trata de los congresistas por Florida, Mario Diaz-Balart, Lleana Ros-Lehtinen y Carlos Curbelo. La agenda de Puigdemont en su viaje a Estados Unidos persiguió el objetivo del independentismo liberal de derecha, que considera que la independencia de Cataluña tendrá viabilidad si logra apoyos en el país de Abraham Lincoln, en la comunidad judía internacional, apostando por un modelo socio-económico netamente liberal para atraer inversiones.
Las noticias de la ‘Celtiberia Show’ se quedan en la mera anécdota de lo cutre, para regocijo de la plebe, sin superar la barrera mental de lo ‘friki’ y sin el análisis que nos proponía el periodista Luis Carandell en la revista ‘Triunfo’ que perturbaba a personajes del anterior régimen de Francisco Franco, no diferentes de Carles Puigdemont. El ‘seny’, el sentido común catalán esperemos se imponga en la Barcelona multicultural… “Murió el poeta lejos del hogar. Le cubre el polvo de un país vecino. Al alejarse le vieron llorar. Caminante no hay camino, se hace camino al andar…, golpe a golpe, verso a verso…”, recuerda estos días Joan Manuel Serrat al que acusan de ‘españolista’ y ‘anticatalanista’ al igual que a Antonio Machado.
Lo que más temo es que España se llene de otros procés –imperios falangistas, repúblicas comunistas, comunas anarquistas…–. Deseo no tener que vivir más fiebres de supremacías castellanas, vascas, catalanas… “El nacionalismo se cura viajando”. Se equivocaron los escritores vascos Pío Baroja y Miguel de Unamuno. Sus optimistas mensajes no sirven ya, al menos, en los perturbadores tiempos populistas del siglo XXI de Donald Trump y Vladímir Putin, y de su ‘agente de inteligencia, Mark Zuckerberg, el presidente de Facebook. Deberíamos saber qué informaciones recoge sus redes sociales, a quien se las envía y si ha pedido autorización al usuario para hacerlo. “Pienso que todo el mundo debería poder controlar la forma en que sus datos son utilizados”, replicó Mark Zuckerberg ante el Senado de los Estados Unidos. Suben las acciones de Facebook.
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*Quisiera dedicar esta columna a mi amiga periodista Ana Aizpiri Leyaristi, a quien arrebataron a su hermano Sebastián Azipiri por ‘la liberación del País Vasco’. Me visitó en la ciudad de La Habana, Cuba, cuando editábamos las revistas Mar Caribe, Récord y Habanera.