Qué drama el de Europa. La imagen del niño sirio Aylan Kurdi ha dado la vuelta al mundo, aunque apenas simboliza la tragedia, que no es nueva y es mucho peor. Cuentan a miles de muertos en las costas europeas que huyen de la violencia, el hambre y los desplazamientos en Medio Oriente. El éxodo es comparable ya al de la segunda Guerra Mundial. Otros tantos no logran salir.
No todos los que llegan son bienvenidos, como intentan presentarlo ahora: en algunos países padecen discriminación, xenofobia, persecución religiosa o exclusión socioeconómica. En el llamado viejo continente pareciera que, pese a todo, no están preparados para recibir ahora y en estas circunstancias a tantos refugiados o asilados, como se les acoge en uno u otro país.
Guardando las proporciones de la catástrofe y las condiciones de vida ofrecida a los migrantes, ¿qué pasa en Quintana Roo? En la zona norte recalan con frecuencia cubanos que buscan una vida mejor porque en la isla el sistema los sigue privando, aun cuando se tiende a la apertura.
En la zona sur, miles cruzan la franja limítrofe rumbo a Estados Unidos, aunque las autoridades migratorias aseguran que un alto porcentaje de indocumentados está prefiriendo los polos de desarrollo nacionales -como nuestro estado- para probar suerte. Entre el “blindaje” de la frontera norte y la inseguridad en otras regiones de la república, la entidad se ostenta como una opción viable por cercana y semejante.
Aquí habitan inmigrantes de casi 100 nacionalidades, y contando. Muchos viven mejor que en su lugar de origen. Son bien aceptados, se integran a las dinámicas y fortalecen la identidad, basada ésta principalmente en lo cosmopolita y pluricultural que es. ¿Y los que no llegan? ¿O llegan en pésimas condiciones, son retenidos, violentados y deportados, retornados o repatriados? Definitivamente, a pocos les importa.
La foto de Aylan nos dolió, pero también debe martirizarnos las condiciones por las que huyen. Eso sigue intacto, o recrudeciéndose debido al escarnio mundial, que enerva a sus dictadores, líderes fundamentalistas o jefes matones de tribus. Igual deberíamos conmovernos en Quintana Roo, donde se recibe a antillanos, centroamericanos o sudamericanos por miles cada año, muchos de los cuales escapan de catástrofes y horrores igual de vergonzosos que los de Asia o África.
En principio debemos tener claro que los migrantes no solo son extranjeros, también mexicanos con los mismos derechos y las mismas obligaciones, por lo que reducir la problemática a un asunto fronterizo como se pretende en ocasiones es tan absurdo como discriminatorio.
A lo que voy: en México convivimos con casos tan trágicos como los suscitados en Europa, pero no siempre nos conmueven. Peor aún, transcurren inadvertidos o los ignoramos porque se nos ha hecho común (y por común, muy normal), pero nos escandaliza lo de otras latitudes. No se minimiza lo del niño sirio, pero se critica la sensibilidad para reconocer la crisis doméstica, la que debemos resolver porque nos golpea sin cesar.
Ahí están los ejemplos de la bebé quemada en agua hirviendo como castigo, en Chihuahua; los menores que asesinaron al niño de 6 “jugando al secuestro”, también en ese estado; la niña ahogada por su padrastro en Michoacán, o los menores traídos por sus familiares al Caribe mexicano con diversos fines (incluidos los sexuales) como se ha denunciado.
Tras la divulgación de la fotografía de Aylan se habla del fracaso de la humanidad. ¿En serio? Si así es, fracasamos hace tiempo. En México se documentan barbaries casi todos los días, aun cuando la mayoría las desconozca o prefiera no conocerlas.
Si aún no fracasamos aquí, no esperemos de brazos cruzados.