Le dice al pan, pan y al vino, vino. Es un hombre que no simula ni disimula. Es decir, no se anda con rodeos. Y esto no es muy común en la política.
Cuando algo no le gusta lo expresa sin tapujos. Sin dobles sentidos y sin utilizar emisarios. Por eso su estilo no se presta a equívocos.
Con él nadie se puede equivocar. Cuando alguien lo ataca sin razón él responde y dice lo que piensa.
Es un político con sentido común, algo ya muy escaso en la política.
Conoce no a casi todos sino a todos los actores de la vida política, económica, social y cultural de la entidad. Tiene una memoria privilegiada. Sabe de las virtudes y cualidades de cada quien, pero también conoce de que píe cojean. Sabe con que mano cachan. Sabe de las fortalezas pero también de las debilidades de los personajes de la vida pública de la entidad. Por eso cuando expresa alguna opinión heterodoxa sobre alguien es porque tiene en la mano “los pelos de la burra”.
No habla al tanteo. Habla con conocimiento de causa. Conoce a lidercillos y liderzuelos, algunos que se hacen pasar por “periodistas”.
Pero no es un hombre de rencores ni de revanchismos y menos de utilizar el poder para mezquindades. No es una persona malintencionada. Si lo fuera no se referiría con nombres y apellidos a sus críticos sino simplemente utilizaría los mecanismos del poder para responderles.
Borge conoce a sus amigos y conoce las deslealtades de algunos que se dicen sus “amigos”. Y los tolera. No se sirve del poder para perjudicarlos.
Borge no enmascara sus sentimientos, y quizá sea éste uno de sus defectos. No finge estar a gusto cuando no lo está, ni tampoco oculta su alegría.
Le gusta la polémica y da la cara, no utiliza mensajeros o testaferros.
Trabaja de cara a la opinión pública. Dice lo que piensa y actúa en consecuencia.
Es un gobernador joven con una inteligencia fuera de lo común. Es tolerante y respetuoso con todos, y en la arena política actúa de frente, no oculta sus cartas porque siempre le apuesta a ganar sin trampas.
Su estilo directo y sin ambages le da un aire fresco a la política nacional, donde muchas veces el disimulo es lo que predomina.
Roberto Borge no es timorato. Y esto en un ambiente de dobleces llama la atención. Hay que agradecerle su estilo directo.