En junio se llevarán elecciones para renovar a 13 gobernadores en todo el país y a centenas de autoridades municipales y diputados locales; sin embargo, la ciudadanía permanece ausente de los pactos y de los acuerdos cupulares para designar candidaturas. Si los partidos y los candidatos no logran motivar a la gente, nuestra democracia seguirá siendo asunto de unos cuantos.
La democracia no se agota en las elecciones, como muchos suponen. La democracia es mucho más grande en sus objetivos, tales como la elevación de la calidad de vida de las mayorías.
El artículo tercero de la Constitución señala que la democracia no sólo es un régimen jurídico y un sistema político sino un sistema de vida que debe promover el mejoramiento económico, social y cultural del pueblo.
Es decir, que si no se combate la desigualdad, no con medidas clientelares, sino con programas que generen empleos, mayor cobertura educativa y de salud, y con políticas incluyentes, la democracia no es real.
Las elecciones son un escaparate de la vida política. Sirven de mucho y son vitales porque son el medio para elegir a los integrantes de las dos Cámaras del Congreso de la Unión, a los legisladores locales y a los titulares de los poderes ejecutivos, tanto de la nación como de las entidades federativas.
En pleno siglo XXI, ¿podemos decir que vivimos en un sistema democrático pleno?
La respuesta está en la realidad. La realidad es dura y no admite maquillajes. Más allá de las palabras están los hechos.
Existen todavía hechos que laceran la vida democrática y que lastiman la conciencia de muchos mexicanos.
El clientelismo electoral es una realidad en todas sus modalidades, entre ellas la compra de votos. La abstención también es un hecho motivado por desinterés y por falta de cultura cívica, entre otros factores.
La pobreza de nuestra democracia tiene que ver con la anemia de los procesos electorales.
Quizá una característica de las pasadas elecciones federales fue el mensaje de hartazgo y de cansancio que dio la ciudadanía a los partidos políticos. La partidocracia ya dio todo de sí, ya se agotó, ya no es un factor de cambio sino de retroceso.
Una de las lecciones de las elecciones federales del año pasado del año pasado es que un sector importante de la ciudadanía exige nuevas reglas del juego democrático.
En los hechos la recomposición de fuerzas no se produjo de manera significativa.
Muchos ciudadanos todavía no asumen que en sus manos está el poder.