Los políticos satanizan el chisme y el rumor. Y de alguna manera tienen razón, porque el chisme y el rumor son elementos subversivos y desestabilizadores en la cultura política de nuestro medio, como es obvio.
El chismorreo, maledicente por naturaleza, el rumor insidioso y las versiones sesgadas, son parte de la cultura política tradicional de nuestro medio. Si se acaba el chisme, si se elimina el rumor o si se hacen a un lado las versiones oficiosas de cualquier acontecer se empobrecería a la vida pública; sé que quitaría el colorido local y el espíritu festivo a la política del patio.
Un amigo chetumaleño “de pura cepa”, nuestro siempre bien recordado Roberto Coral García, nos decía, en relación a que la vida y milagros de muchos políticos locales andan de boca en boca para jolgorio y asombro de la población: los chismes no matan, pero tampoco dejan vivir.
Cuando a Mario Villanueva le dio por comprar periódicos para evitar que hablaran mal de él, este columnista le dijo a uno de sus allegados que hubiera sido mejor comprar los cafés, porque allí era donde se daban vuelo las críticas al gobierno. Los periodistas imposibilitados de decir en sus medios la verdad de aquel sexenio, utilizaban la libérrima tribuna de los cafés para soltar todo lo que sabían, intuían o averiguaban. En los cafés se comentaban, como un secreto a voces, las tropelías, las andanzas y las malas compañías (las buenas, la verdad sea dicha, eran contadas) del exgobernador.
Los cafés, cuando la crítica en los medios se coarta o se limita, se convierten es espacios privilegiados de la libertad de expresión. Allí, adquiere concreción esa entelequia llamada opinión pública. Allí adquiere cuerpo la heterodoxia. Cuando desde el poder se pretende manipular la información, el sector más vivaz de la sociedad utiliza el rumor, el chisme y las versiones más fantasiosas como un medio eficaz y divertido de comunicación.
No importa que el rumor y el chisme estén alejados de la realidad. Tendrán su propio espacio siempre y cuando tengan verosimilitud o las autoridades carezcan de credibilidad.
No importa qué grados de verdad o qué dosis de mentira tenga el chisme o el rumor, lo que importa es cómo son contados. Su verosimilitud hace que permeen o no. Un boletín mal redactado siempre estará en desventaja frente a un rumor bien contado.
Los chismes y los rumores de café tienen, si acaso, una perversa ingenuidad. No matan; nada más atarantan.