¿Y qué implica tener calidad de vida? Esta semana, Gabinete de Comunicación Estratégica publicó gratuitamente el estudio anual de lo que opinan habitantes de 60 municipios y 16 delegaciones del Distrito Federal acerca de su entorno. Con base en más de 30 mil entrevistas telefónicas efectuadas a residentes adultos entre el 16 de junio y el 7 de julio, Cancún es la sexta en calidad de vida. La primera es Mérida, Yucatán, y la última Chilpancingo, Guerrero.
De acuerdo con la empresa de consultoría, los cancunenses evalúan bien los servicios públicos, el desempeño de sus gobernantes directos, la vivienda, la movilidad, las escuelas, las bellezas naturales y los centros de diversión. “Mejor incluso que el año pasado, cuando apareció en el 11 del ranking”, precisó el presidente municipal, Paul Carrillo de Cáceres, tras divulgarse la publicación.
Cada vez que aparecen noticias como estas recuerdo aquel primer “Ranking de la Felicidad en México 2012″, elaborado por la asociación civil “Imagina México”, la cual calificó a la ciudad como “la más triste del país”. Se habló entonces de una gran paradoja: ¿Cómo un lugar con índices de satisfacción tan bajos, puede hacer tan feliz la estadía de millones de visitantes?
Pudo haber imprecisiones, faltó rigor o la metodología fue inadecuada, porque seguimos viendo que este polo de desarrollo ofrece a miles oportunidades inexistentes en sus lugares de origen, reflejadas en los indicadores económicos y sociales más generales. Un dato del análisis de Gabinete da más certezas: el estudio tiene una confianza del 95 por ciento y el margen de error es mínimo.
¿Es cuestión meramente de “percepción”? ¿Efectivamente se consolidaron avances, logros y progreso durante el último tiempo? Cuando los consultores de esta agencia invitan a lectores, analistas, funcionarios, académicos y empresarios a explorar el material de las ediciones recientes, no solo pretenden que se comprueben las estadísticas, sino también contribuir al enriquecimiento del debate público, a que empleen esta información para diseñar políticas en rubros estratégicos y a que se fijen prioridades, pues naturalmente con ello se evidencian carencias, rezagos y riesgos, que los hay, más en una ciudad que crece sin freno.
Así, facilitan la reflexión, la toma de conciencia y la crítica, pero además el reconocimiento: porque en el “vivir bien” del imaginario colectivo, pesan otros factores, aunados a los 350 mil metros cuadrados de vialidades rehabilitadas; los 180 pozos de absorción construidos; las 100 mil lámparas de alumbrado renovadas; los 50 mil metros cuadrados construidos de banquetas; los 30 mil metros lineales de guarniciones; las 10 canchas de “Futbol 7” con pasto sintético, así como los 40 y tantos gimnasios al aire libre de la presente administración municipal.
Pesan otros factores -decía-, porque los cancunenses perciben una ciudad que se consolida con rapidez, que ofrece ahora mucho más que playas bonitas, que las deficiencias se están atendiendo y que, por lo tanto, vale la pena quedarse. Vale la pena vivir en una ciudad que cada año obtiene resultados óptimos. He ahí la clave.
Paul Carrillo hace bien con presumir. Sus acciones han permitido acceder a mejores niveles; como ocurrió con algunos alcaldes, de ciertos partidos, en otros tiempos. Negarlo sería un error. Está en su derecho, y cae en un momento inmejorable para su gobierno: después de que se elevara la calificación crediticia del municipio, a días de rendir su segundo informe de labores y cuando se le nombra entre los candidateables del PRI a la gubernatura.
Detrás del nuevo rostro de Cancún no solo están las acciones atinadas de servidores públicos y los esfuerzos de atrevidos inversionistas, también la voluntad de los habitantes en tener un mejor hogar y reconocerlo así. Es logro de todos los cancunenses.