EL BESTIARIO SANTIAGO J. SANTAMARÍA
Los alemanes pudieran lavarse las manos como los romanos y acabe con una dura y larga condena en la Prisión de Estremera, a 70 kilómetros de Madrid, la ‘cárcel 5 estrellas’. Mientras tanto, en Andalucía y en miles de pueblos ibéricos se conmemoró la Semana Santa convertida en un imán turístico por la vitalidad de sus tradiciones culturales, ‘pasando’ la ciudadanía, cada día más, del ‘procés’. El nacionalcatolicismo del franquismo ha quedado ya, afortunadamente, demasiado lejos, por mucho que algunos nacionalistas, sigan defendiendo lo contrario. Los griegos llamaban hybris a la falta de control sobre los propios impulsos y al dejarse dominar por las pasiones. “A quien los dioses quieren destruir, primero lo vuelven loco”. Piensen en Carles Puigdemont
“España es otro país”, titulaba EL PAÍS su editorial del Viernes Santo, a la vez que en su portada impresa y online aparecían otros perturbadores mensajes, afortunadamente ninguno a cinco columnas, sino a apenas una o dos columnas, pues cada día que transcurre de esta llamémosle también‘Pasión’ de Cataluña, el interés de la opinión pública es cada día menor, por empacho de rancias ideas de siglo pasados que tantos muertos provocaron en la historia de Europa, se baraja la cifra de 50 millones: “Suspendida la Barcelona World Race de vela por la inestabilidad política catalana”, “Interior envía más escoltas a Cataluña para proteger a jueces y a políticos”… Me llama la atención, de manera especial, un reportaje “La División Azul y la Barcelona gris de la que nadie quiere acordarse”. Lo firma Jacinto Antón, “un periodista español, licenciado en Periodismo y también en Interpretación por el Instituto del Teatro de Barcelona; trabajó un tiempo en el Teatre Lliure como ayudante de dirección de Lluís Pasqual. Publicó el libro, ‘Pilotos, caimanes y otras aventuras extraordinarias’, en el que se recopilan sus crónicas de Cataluña…”, explica Wikipedia.
La Semana Santa ya está de nuevo aquí y España se llena de procesiones. Es el momento de las cofradías y de los costaleros, de las trompetas y de los tambores, como los del pueblo aragonés donde nació el cineasta universal Luis Buñuel, Calanda… También, de las tallas que recorren las ciudades y de las saetas que rompen el silencio para rendir homenaje a las figuras que cuentan la vieja historia de la Pasión de Cristo. Las calles se llenan de gente y la puesta en escena de cada procesión está cargada de resonancias religiosas: cadenas, pies descalzos, capirotes, palabras que hablan de Jesús y de la Virgen. Cualquier turista podría, a primera vista, quedar impactado por la intensidad de los vínculos que conserva todavía España con su tradición católica. Salvo que permanezca un rato más, porque entonces no tardará en observar que las procesiones están vinculadas al pasado de este país, sí, pero que han dejado de ser ya un ritual fuertemente vinculado a la fe católica y que son, antes que nada, otra muestra de su imponente riqueza cultural. Habrá muchos que todavía acuden a las citas de Semana Santa para expresar su compromiso religioso, pero para la gran mayoría las procesiones han salido del ámbito de las creencias y no son otra cosa que una oportunidad más de volver a visitar las tradiciones. Unas tradiciones que se cuidan con un esmero meticuloso y una maestría muchas veces deslumbrante.
En la España del siglo XXI, la religión forma parte de la vida privada de cada cual y las procesiones, antiquísimas formas culturales
Todavía a finales de los años sesenta del pasado siglo, e incluso más tarde, la Semana Santa remitía a la autoridad de la Iglesia, a sus exigencias rituales y a los deberes que los fieles tienen con su propia fe. En la España del siglo XXI, la religión forma parte de la vida privada de cada cual y lo más corriente es que las procesiones sean nada más que una buena excusa para disfrutar de la vitalidad de unas antiquísimas formas culturales. No se trata de frivolizar, solo de recordar que el nacionalcatolicismo del franquismo ha quedado ya, afortunadamente, demasiado lejos. Por mucho que algunos sigan defendiendo lo contrario. El mesianismo con la figura del presidente del Gobierno de Catalunya Puigdemont se ha consumado este recién pasado ‘Miércoles de Cuaresma’, en el Parlament, en Barcelona, por lo que narra el profesor de la Universidad de Málaga, Teodoro León Gross: “Allí, llevando al paroxismo su relato, se le ha elevado a los altares por la soberanía popular, como mártir de la fe indepe…”. Tal vez la coincidencia con la Semana Santa, conmemoración de la pasión y sacrificio del Mesías, haya excitado los ánimos de sus apóstoles. Desde la detención del profeta de la república en el Domingo de Ramos, cunde el temor de que los alemanes se laven las manos como los romanos, y tras un viacrucis por la Vía Dolorosa de las instancias judiciales, acaben crucificándolo en el Gólgota de Estremera con una condena implacable. Sus evangelizadores han rendido tributo al Mesías en el Pleno y han exhibido su compromiso resistiéndose a las catacumbas.
En el Nuevo Testamento del ‘procés’, se oyó a cuatro evangelistas, tres portavoces de JxCat, ERC y la CUP, y el presidente de la Cámara, Roger Torrent, que ya había adelantado que “ningún juez puede perseguir al presidente de todos los catalanes”, a quien sitúa por encima de las leyes porque al parecer su reino no es de este mundo (Juan). Tras lo ocurrido en el Viejo Testamento, donde ‘Moisés’ Mas –Artur Mas, antecesor de Carles Puigdemont en la presidencia catalana y exasesor financiero del corrupto ‘president’, Jordi Pujol, que no pagó en las décadas de la Transición Democrática Española, muerto el dictador Francisco Franco, sus impuestos a la Hacienda de Cataluña – conducía al pueblo elegido hacia la tierra prometida, los evangelizadores se han mostrado decididos a todo contra quienes cuestiona su autoridad para actuar como actúan (Mateos). Los buenos catalanes, como los buenos cristianos, también saben defenderse (Mateo).
Los independentistas pelearán por “hacer presidente a Carles y asumiremos todas las consecuencias”, el estado de ficción permanece
En la Pasión de Puigdemont, según Anna Caula de ERC, se apareció el carácter apocalíptico de la situación. Tal como “el sol se oscureció” en el martirio de Cristo (Lucas), ella hablaba de “tormenta de truenos y relámpagos” en el martirio del president (Anna). Gemma Geis de JxCAT habló de “persecución” (Gemma). En su relato, se presentan como seguidores amenazados, como los viejos cristianos (Hechos). Es la fuerza del destino: “Hoy este Parlamento da un paso que no hubiera sido necesario si España no hubiera secuestrado la democracia en Cataluña” (Riera). Pero también exhiben el orgullo con su profeta: “Somos la lista del president” (Gemma). Y entienden, tal como recomienda Puigdemont del mismo modo que Jesucriso (Lucas), que toca defenderse. En definitiva “intentan acabar con un movimiento político y popular pacífico, de dos millones de personas” (Anna). El sacrificio, en todo caso, es su mensaje. Saben que van a sufrir mucho: “un daño inhumano” (Gemma). Los cupisteos hablan de “guerra bruta, represión”. “Está en riesgo nuestra integridad física y psíquica”). “Cada vez que la democracia retrocede ante la represión y la dictadura, ésta muerde más fuerte” (Riera).
Asumen la amenaza que representan los españoles para ellos: “Nadie está seguro en este Estado” (Anna). Y no hay esperanza porque “la democracia está suspendida en el Estado español” e incluso “no tenemos libertad de expresión”, remataba Anna Caula expresándose con toda libertad. Pero no dudan en poner la otra mejilla, como Jesucristo (Mateo), o aún más ejemplarmente: “Siempre hemos tenido la mano tendida, incluso cuando nuestros adversarios nos querían eliminar” (Anna). Eso sí, pelearán, porque se trata de “hacer presidente a Carles Puigdemont y asumiremos todas las consecuencias” (Riera). No parece, así pues, que haya disposición a regresar a la realidad. El estado de ficción permanente es más confortable para mantener el relato.
La Iglesia católica en España se siente perseguida, según algunos profetas que tienden a confundir el fin del mundo con su úlcera de estómago
No existe en el mundo un país donde haya, como en España, tantas procesiones, suenen tantas campanas, se celebren tantas fiestas religiosas presididas por las autoridades civiles, creyentes o agnósticas, pero todas muy encorbatadas, comenta el articulista de Castellón y galerista de arte español Manuel Vicent. Pese a este triunfo en oros, la Iglesia católica en España se siente perseguida, según predican algunos profetas que tienden a confundir el fin del mundo con su úlcera de estómago. En esta Semana Santa se ha producido una nueva invasión de las calles desde todos los templos, y hasta en el último pueblo de la España eterna el Nazareno atado a la columna, sobre una peana llena de cirios, se paseará a la altura de los primeros balcones, y en alguno de ellos un cartel indicará que allí está la sede del Partido Socialista, de la UGT o de Comisiones Obreras. En esas oficinas iluminadas con mortecinos neones suele haber cartapacios en estanterías metálicas, un triste ordenador en la mesa del despacho, una pequeña sala de juntas con ceniceros llenos de colillas y una máquina de café en un pasillo: nada que se pueda parecer ni de lejos a la catedral de Toledo.
En un pueblo de esta España eterna, todos los años en Semana Santa se representa en vivo la escena de la flagelación. Los actores son siempre los mismos. El personaje de Jesús atado a la columna corre a cargo de un joven que casualmente milita en el PSOE, y el papel de centurión con un látigo de esparto lo ejecuta otro paisano que es del Partido Popular. A ambos el cargo les viene de familia. Durante la procesión, el socialista aguanta con resignación los azotes que su adversario político le da en la espalda desnuda, pero cuando a éste se le va la mano, el Nazareno sospecha que es por ideología y entonces se libera de la columna y le responde con un golpe en el hígado. Sobre la peana suele producirse entre ellos una pelea feroz, como de taberna, que no termina hasta llegar a la iglesia. Al final, Jesús y el centurión entran en razón, se van juntos al bar y piden dos cervezas con una de tortilla. Tanto la Dolorosa como el Nazareno están acostumbrados a vivir todo el año en un templo repleto de tesoros; en cambio, en la Casa del Pueblo sólo hay una pequeña barra, unas mesas con los periódicos del día, un televisor, algunas barajas de brisca de la empresa de Vitoria de Heraclio Fournier, y un juego de dominó, traído de La Habana Vieja. Con razón esas imágenes ni siquiera se detienen cuando, a hombros de costaleros, pasan por delante, pero está al llegar el día en que ante el paso de una Virgen cargada de joyas alguien se arranque allí con una saeta para contentar a la Iglesia.
Suspendida la Barcelona World Race por la inestabilidad política en Cataluña, los patrocinadores han expresado su “desconfianza”
El patronato de la Fundación Navegación Oceánica de Barcelona (FNOB) anunció el Jueves Santo, la suspensión de la próxima edición de la Barcelona World Race, que tenía prevista su salida en enero de 2019, ante las dificultades para encontrar patrocinio por la inestabilidad política. La Barcelona World Race es la única regata de vuelta al mundo a vela con dos tripulantes y con salida y llegada en la capital catalana. Comenzó a realizarse en 2007, ha habido tres rondas y nunca se ha suspendido. Es una de las citas deportivas de mayor relevancia en la capital catalana. Según explicó la FNOB en un comunicado, los tres motivos principales para la cancelación de la cuarta edición de la regata son el retraso en la aprobación de los presupuestos generales del Estado en 2016, el clima de “indefinición institucional” y la “falta de estabilidad política” actual en Cataluña.
El director general de FNOB, Xosé-Carlos Fernández, aseguró que se ha dado “la tormenta perfecta” que les ha obligado a anular el evento. Fernández no quiso culpabilizar a nadie, pero argumentó que la regata que dirige se basa en el patrocinio. Los organizadores achacan también la cancelación del evento al cambio de criterio en lo que refiere a patrocinio dentro de los presupuestos estatales en los acontecimientos de interés públicos, como es la Barcelona World Race. En cuanto al retraso presupuestario de 2016, cuya prórroga no se hizo efectiva hasta abril de 2017, la FNOB explicó que la constitución de la Comisión Interadministrativa que define los planes y programas que articulan el patrocinio de la regata no se podrá celebrar hasta el abril de este año.
“Estas circunstancias han dificultado las posibilidades de búsqueda de patrocinio”, lamentan en el comunicado. El director general critica que la citada comisión interadministrativa —integrada por los Ministerios de Educación y Hacienda, el Ayuntamiento y la FNOB— debía marcar los criterios y conceptos que podrían desgravarse los patrocinadores, pero jamás se constituyó por lo que los “patrocinadores siempre han estado en inferioridad de condiciones”. “Por otra parte, el clima de indefinición institucional y falta de estabilidad política en este último año ha dificultado aún más esta comercialización. Los patrocinadores potenciales han manifestado su desconfianza al no poder estar seguros de contar con el apoyo institucional que necesariamente debe garantizar un evento deportivo de estas dimensiones, que requiere una fuerte inversión en patrocinio privado y que es, en definitiva, la única fuente de financiación de la regata”, señalan sobre el momento político actual. En este sentido, argumentan que la tensión política actual no permite “ofrecer garantías” para que el patrocinio que está en fase de negociación o en preacuerdo se llegue a concretar sin incidencias.
La decisión de suspender el evento fue tomada el 22 de marzo por común acuerdo en una reunión del patronato, constituido por el Ayuntamiento de Barcelona, la Cámara de Comercio de Barcelona, el Puerto de Barcelona y la Fira de Barcelona. Pese a la suspensión de la próxima regata, la fundación mantiene en principio los planes para organizar una nueva edición de la Barcelona World Race, que se celebrará en 2022-2023. Muchos creen que estamos ante la muerte definitiva de esta prueba deportiva.
Carlitos, un ‘antisistema’ joven de casi cuarenta años, con ‘Síndrome de Down’, era protagonista principal de las procesiones y de los velorios
Disfrutaba, treinta años atrás, en la población riojana de Calahorra, su peculiar Semana Santa, donde un ‘antisistema’ joven de casi cuarenta años, con ‘Síndrome de Down’, Carlitos, era protagonista principal de las procesiones y de los velorios diarios. La antigua y romana Calagurria es cuna del gran maestro en oratoria Marco Fabio Quintiliano y uno de los mejores poetas cristianos de la antigüedad. Amén de las procesiones, desde tiempo inmemorial existe el tradicional juego de ‘Los Borregos’, al que no pueden entrar las mujeres. Se realiza en los dos casinos locales ininterrumpidamente en las noches del Jueves y Viernes Santo. Se juega sobre una mesa de billar y tienen que entrar en una esquina bolas pares o nones. La simplicidad del juego produce grandes apuestas, y gran afluencia de jugadores de toda España. Tiene algo de tabú y algo de emocionante. Y, sin embargo, todos coinciden en señalar que es un juego tonto en el que a lo tonto, se gana o pierde dinero con facilidad ; se trata de “Los Borregos”.
En la Semana Santa Calagurritana, declarada Fiesta de Interés Turístico Nacional, se funden la esencia romana de la antigua Calagurris con la tradición cristiana de una de las ciudades más antiguas de España. Su arraigo se sustenta sobre una gran participación ciudadana, en la que destaca de manera especial la Cofradía de la Vera Cruz, cuya presencia en Calahorra se remonta al siglo XVI, y la Asociación Cultural Grupo ‘Paso Viviente’. Ambas entidades se vuelcan en la organización de un importante programa de actos, que incluye entre otros, las procesiones, el tradicional pregón de Semana Santa, la representación del auto sacramental, la Concentración Nacional de Bandas Procesionales, la Semana Cultural de la Semana Santa, talleres, exposiciones y charlas cuaresmales. Al caer la tarde del Viernes Santo tiene lugar la procesión más importante de la Semana Santa Calagurritana: La Magna Procesión del Santo Entierro. Se procesionan dieciséis pasos y participan en ella más de dos mil personas. Está considerada como la mayor y más impresionante del Norte de España, además de ser un auténtico catecismo de la Pasión de Cristo. Es la procesión con mayor número de pasos de toda La Rioja, por encima de capitales limítrofes como Logroño, Pamplona, Vitoria, Bilbao, San Sebastián, Soria o León.
La procesión discurre por las calles más emblemáticas del Casco Antiguo de Calahorra, con salida y llegada al Templo de San Francisco, con varias tallas de los siglos XVI y XVII de gran valor artístico, entre las que destacan el Ecce Homo, de Gregorio Fernández (Escuela castellana, año 1610), el Cristo de Medinaceli (Juan Fernández de Vallejo, Año 1580), el Cristo de la Agonía (Juan Bazcardo, año 1628), el Cristo de la Vera Cruz (Guiot de Beaugrant, año 1560) y el Cristo Yacente (Anónimo, año 1630). El resto de pasos pertenecen en su mayoría a los siglos XIX y XX, con autores como José Berga Boix, Celestino Devesa, Manuel Traité i Figueres, Jaime Martrus i Riera, Sabel Costa, Juan Llagostera, Emeterio Velez, Arsenio Bertrán i Surroca y Gonzalo Martínez, escultores pertenecientes a los talleres de “El Arte Cristiano” de Olot (Vayreda, Bassols, Casabó y Cia, S.L.).
“Calahorra no es Calahorra, Calahorra es Washington, tiene obispo y toda la hostia, casa putas y frontón…”
Una de las mayores curiosidades del transcurso de la procesión es que tanto penitentes como trabadores finalizan la procesión subiendo la escalinata de tres tramos que comunica la calle inferior (Cuesta de la Catedral) con la de llegada al Templo (Rasillo de San Francisco), de un total de 42 peldaños, y de un diseño singular por la longitud de la pisa del peldaño, lo que supone un esfuerzo adicional en la recta final (en la que el cansancio se acumula) y un atractivo añadido al público asistente, que suele premiar con aplausos a los trabadores en el momento de llegada del paso. Esta procesión está presidida por el Obispo de la Diócesis de Calahorra y La Calzada-Logroño, acompañado por la Corporación Municipal y la Banda Municipal de Música. No faltan las máximas autoridades del Ejército español, Guardia Civil y Policía de La Rioja.
En este escenario había un personaje digno de un film de Luis Buñuel o de Luis García Berlanga. Era Carlitos. De edad comprendida entre los 18 y 33 años, con un sobrepeso, que quisieran para ellos los ex gobernadores de Veracruz y Quintana Roo, Javier Duarte y Roberto Borge, quienes han dejado la ostentación tripera tras su paso por las cárceles de Guatemala y Panamá. Carlitos iba vestido siempre con unos pantalones Mahón azul marino, hechos a ‘desmedida’. No he visto unas nalgas tan voluminosas ni en las mismísimas Centro Habana y Habana Vieja cubanas. La procesión de Viernes Santo de la católica Calahorra era ‘presidida’ por Carlitos, pues él era quien encabezaba la comitiva con una mantilla en la cabeza, prestada por su mamá para la santa ocasión. El portaba ‘ilustrísimamente’ una escoba ya gastada a modo de crucifijo. Detrás le seguía la Banda de Música y el obispo y el general, y otras autoridades de inferior rango, con sus oropeles de túnicas negras, gorras, bandas, anillos, collares, espadas, copas de oros y alpacas con hostias consagradas, bajo palio, dejando bien claro a la plebe que ellos ostentaban el poder. El pueblo sonreía, pues tenían a Carlitos dirigiendo la ‘procesión’. Era un ‘antisistema, un ‘132’, un ‘Podemos’… de aquella España que todavía no era consciente de que la dictadura de ‘El Generalísimo’ había muerto y estaba enterrada en el Valle de los Caídos, junto con ‘Paco’ Francisco Franco Bahamonde.
Transcurrida una hora de procesión los que llevaban los pesados ‘pasos’ de Jesucristo con la corona de espinas, la Virgen María, María Magdalena, los Apóstoles…, agotados entraban en una zona muy peligrosas: el casco viejo que unía El Raso con la Catedral. En sus estrechas callejuelas, conectadas por hilos telefónicos y cables eléctricos, había que abrirse paso con las esculturas. En aquella ocasión, las espinas de Cristo se enzarzaron con Telefónica. Los costaleros de la Semana Santa riojana casi quedaron atrapados al inclinarse el paso. No faltaba quien no podía reprimir calumnias varias contra el propio Dios y sus santos. Eran los costaleros de misa y entrenamiento anual diario para ser dignos de portar las joyas esculturales calagurritanas. “Calahorra no es Calahorra, Calahorra es Washington, tiene obispo y toda la hostia, casa putas y frontón…”, era el eslogan popular de la histórica ciudad. Carlitos, ‘Los Borregos’ y la Magna Procesión del Santo Entierro de Calahorra merecen un espacio en ‘Gárgoris y Hábidis: Una Historia Mágica de España” de Fernando Sánchez Dragó.
La religión, como los toros, es un ritual en torno de la muerte, y los obispos habían decidido volver a vestirse de luces
Eran tiempos de lutos y muertos. El nacionalista francés Monseñor Lefebvre le rechazó una prelatura al Papa, a quien cualquier día piensa llevar a los tribunales eclesiásticos. El vidente Clemente, ciego y todo, hizo el milagro de ver el mar desde Santillana que sólo lo tiene en el nombre. Monseñor Delicado Baeza, arzobispo de Valladolid, nos advertía sobre/contra la educación sexual y Rocío Jurado nos decía que le gusta cantar el Evangelio. Me parece que la Iglesia, desalentada de salvar el mundo, empezaba a salvarse a sí misma. La línea Lefebvre llegaba hasta el monseñor vasco Ángel Suquía, hijo del pueblo guipuzcoano de Zaldivia, presidente de la Confederación Episcopal de España, por designación de Juan Pablo II, pasando por el vidente Clemente. San Ignacio se lo dijo a los suyos, a esa aristocracia de la Iglesia que han sido siempre los jesuitas: “En tiempos de perturbación, no hacer mudanzas”.
Pero los obispos se habían metido en mudanzas, con curas cantautores y párrocos rojos. Y como los tiempos eran de perturbación y heavy metal, la Iglesia no se sabía dónde iba a parar. La Iglesia es como la fiesta nacional: cada vez que se la toca es para peor. No hay más católicos ni más toreros que los antiguos. El resto es turismo a lo divino, asomado a los balconcillos altos del cielo. La fiesta es como es, antigua, y hay que hacer creer a los curiosos que siempre ha sido así, porque de otro modo se les desconcierta mucho y piensan que han llegado tarde a misa. En la España europeizada y socialista ni a la Iglesia ni a los toros había que tocarles. Son así y están inventados de una vez para siempre. Poner la misa en castellano o ponerles peto a los caballos son reformas que se pagan. La gente quiere ver al toro descornarse contra el triperío en vivo del noble bruto, y quiere descornarse ella misma contra las divinas palabras del latín. La religión, como los toros, es un ritual en torno de la muerte, y los obispos habían decidido volver a vestirse de luces.
En los toros, como en la religión, hay un cadáver previo, que es el toro o el torero. El diestro Antonio Chenel Albadalejo, ‘Antoñete’, era una especie de monseñor Tarancón de la tauromaquia. Vicente Enrique y Tarancón, hijo de Burriana, Castellón, fue un cardenal español, famoso por sus disputas con Francisco Franco y reconocido, posteriormente, por su papel conciliador durante la Transición… Entre los obispos, entre los gitanos y entre los toreros, quienes opinan son los viejos. Los cosos mudéjares y las catedrales góticas son los anillos de esta vieja dama que es España. Para qué más. Hay que salvar la fiesta y salvar el rito. Sólo que Antoñete y monseñor Lefebvre creen en la salvación por insistencia, y no por innovación. Razón que les sobra. El gótico nos vino del Norte y congeló en piedra media España. De eso vivimos. El mudéjar vino del Sur y cuajó en ladrillo la otra media. Del calor de las plazas al frío de las catedrales, y vuelta. Así hemos vivido varios siglos. Con plazas cuadradas y catedrales como la Almudena, ya no seríamos la reserva espiritual de la actual Unión Europea, antes Mercado Común. La España decisiva tiene catedrales hondas y frescas para pasar el verano, los ardores de la fe y la Inquisición, y tiene plazas redondas para encerrarse en sí misma.
Más escoltas a Cataluña para proteger de independentistas extremos a políticos y jueces constitucionalistas de Ciudadanos, PP y PSC
El Ministerio del Interior ha enviado a Cataluña agentes de la Unidad Central de Protección para reforzar la protección de jueces y políticos tras el aumento de la tensión por la detención de Carles Puigdemont. Los policías desplazados escoltarán a cargos de Ciudadanos, el PP y el PSC, y se suman a los que ya protegen al juez del Tribunal Supremo Pablo Llarena cuando viaja a Cataluña. También se ha incrementado la seguridad del juez de Barcelona Juan Antonio Ramírez Sunyer, instructor de otro de los sumarios contra el ‘procés’. Los responsables policiales justifican la medida en los incidentes registrados en Cataluña tras la detención de Carles Puigdemont. Dirigentes del PSC denunciaban la aparición de nuevas pintadas amenazantes en una sede.
El hostigamiento a políticos no es nuevo. El 3 de octubre, Interior ya se vio obligado a reforzar la seguridad de algunos dirigentes políticos después de que decenas de manifestantes cercaron la sede de Ciudadanos en Barcelona y varios dirigentes de la formación tuvieron que salir escoltados. Acababa de celebrarse el referéndum ilegal y la tensión se había disparado en las calles. En diciembre, poco antes de las elecciones, se recrudecieron las amenazas. El día que se conoció que el ministro del Interior, Juan Ignacio Zoido, enviaba a policías para escoltar a candidatos aparecieron colgados en un puente de la comarca barcelonesa de Osona varios muñecos que simulaban cuerpos amortajados con los logotipos del PSC, el PP y Ciudadanos. Los dos jueces catalanes que han desmantelado el ‘procés’ también han sufrido las iras del independentismo más intransigente. Ramírez Sunyer, titular del Juzgado de Instrucción 13 de Barcelona, ordenó los registros en dependencias de la Generalitat a escasos días de la consulta ilegal. Su investigación recabó buena parte de los indicios contra los líderes del independentismo que, después, han permitido a Llarena dictar las órdenes de prisión.
Las historias de Ramírez Sunyer y de Llarena andan paralelas. Ambos han sufrido situaciones de acoso en sus entornos más íntimos, que han obligado a reforzar su seguridad. En octubre, justo después del referéndum, aparecieron pintadas amenazantes en el municipio de Port de la Selva (Girona), muy cerca del lugar donde Ramírez Sunyer tiene alquilado un apartamento. Las amenazas contra el magistrado del Supremo son más recientes: aparecieron en Das —un pequeño pueblo del Pirineo donde Llarena tiene su segunda residencia— horas después de la detención de Puigdemont: “Llarena fascista. Ni en Das ni en ningún sitio”, escribió el colectivo juvenil antisistema Arran, vinculado a la CUP. Aquel día, el Consejo General del Poder Judicial celebró una reunión extraordinaria en la que pidió a Interior reforzar la seguridad del magistrado y de los jueces destinados en Cataluña.
Según fuentes policiales, en el caso de Llarena no hizo falta. Cuando se produjeron estas y otras acciones de hostigamiento —escritos amenazantes en Twitter, iniciativas para declararle persona non grata—, Interior hacía tiempo que había incrementado la seguridad del juez y de su familia. La esposa del magistrado, Gema Espinosa, es directora de la Escuela Judicial de Barcelona y también ha recibido amenazas en Twitter. En el caso de Ramírez Sunyer, en las últimas semanas se han producido situaciones “desagradables”, según fuentes judiciales, que sí han obligado a implementar nuevas medidas. Un vigilante permanece toda la jornada frente a la puerta de su juzgado. El juez dispone, además, de escolta permanente de la Policía.
España es el país donde los muertos, sin rito oriental, egipcio o mexicano, hacen más vida de vivos, un país de muertos peatonales
Lo dejó escrito Francisco Quevedo, por todos los españoles y para todos los españoles: “Vivo en conversación con los difuntos”. España es un pueblo que vive en conversación con los difuntos y lo que más molesta al personal es que el muerto no saque tabaco, en el velatorio, como sería lo propio. El entierro del Conde de Orgaz es una gloriosa imaginación del Greco, pero, en España, ni los condes se mueren así, con tanto lujo de personal, y el servicio, en sus retretes, pegándole al litro. Sin embargo, el Orgaz ha quedado como modelo de los entierros españoles, que ya sabemos que aquí es tierra de grandes enterramientos, pero eso era para el sepia de las revistas. Lo que les caracteriza a los españoles –‘gallegos’ en Latinoamérica, por mucho que les moleste a los nacionalistas españolistas, vascos o catalanes–, por el contrario, es cómo andan en España los muertos, condes o no, entremetidos con los vivos. Han cotidianizado, la muerte. Cuando la condesa iba sola, o acompañada de alguien, siempre había otro alguien que le decía, en las presentaciones: “La acompaño en el sentimiento”. Y no se descaminaban, que los muertos tienen mucha vigencia entre los españoles, aunque no les haya dado los santos óleos el Greco, que ése sí que pintaba con un óleo santo. El revés español del Orgaz es el entierro de Baroja, con Camilo José Cela y Ernest Hemingway cediéndose a empujones el honor de bajar por la escalera una esquina de la caja. Hay diversas versiones de esto. España es un pueblo realista y les va más la realidad de un muerto terne que la abstracción de la muerte, que es un concepto. España es el país donde los muertos, sin rito oriental, egipcio o mexicano, hacen más vida de vivos. Un país de muertos peatonales.
Estamos ante un pueblo atrozmente realista, ya digo, y para cada necesidad crean un santo o una Virgen. No se conforman con una Guadalupe. La inmortalidad cielista y pálida de la Iglesia les sirve de poco. La aceptan, pero entendiéndola y practicándola a su manera, muy gallega, por cierto. Incluso el filósofo José Ortega y Gasset, decía que un muerto sólo es un amigo al que le ha pasado algo raro, porque está ahí, recién muerto, y no nos contesta. De la familiaridad con el muerto se pasa a la utilización del muerto. El muerto sirve para garantizar la pertenencia de un olivar; la adscripción a Manuel Fraga Iribarne, el padre de los conservadores españoles: “Papá era de derechas de toda la vida”; el buen pasar de la viuda, con una renta de tortitas de nata, y en este plan… Lo que no acaba de entender el español es que el muerto está muerto. Por eso encuentra tantas resistencias en España la incineración. Con un señor que ha, bajado íntegro a la sepultura, aunque con el hígado hecho polvo, por la cirrosis hepática tras hacer vaciado miles de barrica de vino de Rioja o Ribera del Duero, o brandy de Jerez, se puede seguir charlando indefinidamente. Y lo que el español quiere es charla, nada de WhatsApp.
La novela ‘Seis años de invierno’ narra que en Cataluña había también franquistas aplaudiendo a las tropas de Franco por la Diagonal
En ‘Seis años de invierno’ salen cosas que solo las puedes saber si te las cuenta alguien que las ha vivido. Como lo de que en la División Azul, junto al Voljov, un importante río de la parte nororiental de Rusia europea, que conecta el lago Ilmen con el lago Ladoga, el mayor lago de Europa, a cuarenta grados bajo cero, cuando iban a orinar, los soldados se ponían un viejo calcetín sin puntera en el miembro para evitar que se les congelara. O lo de las artísticas creaciones decorativas que hacían con el líquido amarillo helado. Fernando Garí, nacido en Barcelona en 1956, el autor de la novela, sonríe. “Así es, mi padre tuvo un amigo íntimo que estuvo en la División Azul, en artillería, y en casa cuando no sabían qué hacer conmigo me dejaban con el tío Enrique, que así le llamábamos. Era policía, un tipo jovial y simpático. Hay un personaje en la novela que es un homenaje a él. Explicaba historias del frente ruso que se me han quedado”.
En la novela que va de 1941 a 1947, con algunos flash backs, y se desarrolla en el contingente español enviado a luchar a la URSS codo a codo con el ejército alemán y en la Barcelona de poco después de la Guerra Civil, aparecen también descritos con conocimiento de primera mano personas y episodios de lo que era la vida en la capital catalana de entonces. Sorprendentemente, la perspectiva que ha adoptado Garí, miembro de una conocida familia de la burguesía barcelonesa, es la de las clases altas y los ambientes acomodados, con lo que el retrato social que aparece en su novela (la primera que escribe) es el de una Barcelona de la que ahora nadie parece querer acordarse. Nada que ver, desde luego, con la ciudad de la actual alcaldesa de Barcelona, Ada Colau.
El protagonista es Miguel Arquer, el joven hijo de un empresario torturado y asesinado de un tiro en la nuca en la checa de la calle de San Elías y al que el odio a los Rojos y la sed de venganza le impulsa a alistarse (como a tantos otros) en la División Azul. La novela, que mezcla género bélico, fresco social, thriller, romance, erotismo y espionaje (¡quién da más!), se abre con el protagonista caminando hacia la estación de Francia con el petate al hombro como un imposible Ismael con el Cara al sol en los labios mientras la multitud va convergiendo para despedir al contingente entre gritos de “¡Viva Alemania!” y “¡Rusia culpable!”. Miguel es un chico ingenuo que no entiende la contradicción de partir de cruzada con una edición de Sin novedad en el frente en el bolsillo y que a lo largo de la novela experimentará, entre aventuras, peligros, amores y sinsabores, una honda transformación.
La burguesía barcelonesa fue colaboracionista, pues “había que sobrevivir y se hacían negocios hasta con el diablo si era preciso”
Entre lo mejor del libro están los villanos, el sargento Montilla, el empresario Esteban Bonell, que se ha puesto del lado del bando vencedor de la guerra para prosperar, y su hijo Jorge, falangista, y sobre todo, curiosamente, la madre del protagonista, Alicia, una madura, bellísima y elegantísima mujer dispuesta a todo para medrar en el nuevo mundo y que utiliza el sexo como su principal arma. Es un personaje poderoso. “Mucho, en realidad quizá el más potente de la novela. Los personajes perversos tienen más encanto y personalidad, más recovecos. No era consciente de lo mala que me estaba saliendo, tuvo vida propia”. También parece que aquí disponga Garí de información de primera mano. Es un modelo de mujer con carácter que se ha estilado en la clase alta barcelonesa. “No digo que tenga algo autobiográfico pero sí personal, he podido conocer a alguien parecido”.
Con respecto al tratamiento del sexo en la novela, absolutamente sin tapujos, dice Garí que es un buen gancho. “Es poner mostaza a la salchicha”, lanza, sin quizá ser del todo consciente de lo contundente de la expresión. Hay muchas otras referencias que se pueden rastrear en la novela, casi un roman a clef en ese aspecto. Nombres de personas y familias apenas disimulados. Tote del Moral, los Bertrand, los Baulell, Jimmy Arnau, los Ribot, los perfumistas Puiggrós. En cuanto a los otros villanos ricos. “No se diferencian mucho de los grandes hombres de negocios de hoy en día. No es que detrás de cada fortuna haya un pecado, pero sí cierta falta de escrúpulos. Se puede ganar dinero pero no una fortuna siendo escrupuloso. Y continúa: “Tiene una fascinación peligrosísima el dinero. Es curioso ver cómo la gente que lo tiene se construye un argumento para vestir la legitimidad de su fortuna”. De la burguesía barcelonesa dice que hubo un sector alto extremadamente colaboracionista con el franquismo. “A la más catalanista le costó colaborar, porque no se veía identificada con su proyecto nacional, pero había que sobrevivir y se hacían negocios hasta con el diablo si era preciso”.
La Barcelona de las checas y los asesinatos de gente bien aparece en el libro. “Hubo muchas personas que fueron perseguidas. A mi abuelo lo fueron a buscar los de la FAI para darle el ‘paseíllo’. Por suerte no lo encontraron y pudo marcharse. En 48 horas estaba en Génova. Muestro la Barcelona cainita que fue a cargarse a muchos de sus ciudadanos. Ahora está de moda hablar de las revoluciones populares, de la autogestión de las fábricas, todo eso está muy bien, pero esas experiencias sociales se hicieron a costa de derramar sangre”. Fernando Garí reflexiona que el franquismo en Cataluña “se quiere hacer ver a veces como algo llegado de otro planeta y que se introdujo por la fuerza de las armas, como si no hubiera habido franquistas aquí y mucha gente que aplaudió la entrada de las tropas por la Diagonal”. Matiza sin embargo que en su novela no quiere reivindicar ningún bando ni ideología, y de hecho el protagonista experimenta un cambio ideológico radical. “Pero sí recordar que hubo gente que durante la guerra tuvo que esconderse o marcharse de Barcelona”.
De la ciudad que retrata, considera que “no se la ha contado bien”. Para mostrarla, lo que hace con detalles muy exactos, se ha documentado con fotos y los NO-DO de la época. “Quería una imagen muy diáfana de Barcelona sin caer en estereotipos. Era una ciudad muy diferente de la actual, claro, con esa grisura opresiva que nace no tanto de los escombros de la guerra como de la tristeza de la miseria y la derrota. Una Barcelona dolida, castigada”. En la trama de Garí, un apasionado de las motos que tuvo en su momento la carismática Lobito, aparece una fábrica de motocicletas que juega un papel fundamental. “Hubo una industria importante de ellas, incluso antes de la guerra. Algunas de las cosas que cuento en realidad recuerdan a la historia de Bultaco, que es posterior. De hecho me gustaría que alguien escribiera el drama de Bultaco, una historia tristísima”.
Erigen un muerto para siempre, entre dos políticas, don José Calvo Sotelo, la ‘España Azul’, y Federico García Lorca ‘La España Roja’
Uno cree que, más que el país de la muerte, España es el país del muerto. Quiero decir con esto que la muerte es una abstracción, un concepto, y sus vecinos son poco conceptuales. Quiero decir, asimismo, que todas las lirificaciones de España como país de la muerte son folklore y tauromaquia. No tienen allí una idea sublime de la muerte, como los orientales, sino una idea cotidiana, familiar, portátil, doméstica y llevadera. Todo lo que se ha escrito sobre España y la muerte es mentira. Ellos son ellos y su muerto, que de momento es su circunstancia, una circunstancia un poco rara, como queda dicho que apuntó Ortega, pero con la que en seguida toman confianza. Con el muerto siguen viéndose todas las tardes, charlando de sus cosas como si estuviera vivo, y, cuando se le va olvidando, es sólo como un amigo al que van dejando de frecuentar. Cuando viene el huracán de muertos, en España, se matan unos a otros con mucha prontitud y destreza, guerras civiles y otras movidas, con lo que erigen un muerto para siempre, entre dos familias, entre dos políticas, entre dos Españas, como siguen erigidos don José Calvo Sotelo, la ‘España Azul’, y Federico García Lorca ‘La España Roja’. “Los nacionales fusilaron a García Lorca y los rojos fusilaron al Cristo del Cerro de los Ángeles…”, recuerdo que le oía a un vecino de mi ciudad natal de Eibar, en Guipúzcoa, en el País Vasco, en España, en la Unión Europea…
Los muertos nos rigen, pues, aunque sean muertos de piedra, como el Cristo. Pero siguen siendo muertos cotidianos. Nuestros místicos, grandes facedores del mito español de la muerte, hablan de ella con desenfado, como de unas vacaciones pagadas en el cielo, y si no, véase Santa Teresa. Lo que pasa es que nadie ha leído bien a los místicos, maestros de todo el irracionalismo nacional, y se les entiende, desde la ignorancia, como unos faraories cristianos ritualizadores de la muerte. España es el país cotidianlzador de la muerte, y en esto se diferencia de los pueblos reseñados por Lezama Lima, con inspiración en ‘El Libro de los Muertos’, en su fascinante ‘Cantidad hechizada’. No somos Egipto ni México. Somos un pueblo charlatán que no deja callado al muerto, en la paz, y que se da muy buena maña para matar muertos, y hasta algún vivo, en las guerras que alegran numerosamente nuestra Historia. Siempre hay un muerto que esgrimir contra el pleiteante, contra el enemigo, contra el que nos ha quitado la santa esposa. El español en seguida empuña sus muertos. Uno, por ejemplo, ha tenido sus peores pleitos con los muertos. Los pleitos de los vivos nos traen más o menos flojos, como a los gitanos y a los robagallinas, pero cuando un muerto se levanta contra nosotros y clama justicia, como el padre de Hamlet, es para echarse a vivir, y no a morir, porque en la muerte nos encontraríamos con el muerto. La Guerra Civil Española fue la gran movida de los muertos. La guerra la hicieron los muertos y la padecieron los vivos.
Sólo, finalmente, recordar que el poeta pre romántico José Cadalso sacó a su novia de la tumba, la noche después del entierro, y se echó un baile con ella, en un cementerio de Madrid. En las primeras elecciones democráticas de la Transición votaron muchos muertos. Y de cada Guerra Civil nos queda una leva de vivos/muertos o caballeros mutilados que colorean durante años la vida de las calles. España es el país que más naturalmente le deja el asiento en el autobús a un muerto, aunque se lo niegue a una embarazada. Hemos dicho al principio que esto es un sitio de grandes entierros, y es que, en España, la enfermedad es de mal gusto. Aquí sólo se tolera la salud o un gran entierro. Los ricos se mueren todos por el modelo Conde de Orgaz, como queda apuntado, y los pobres, quizá, por el modelo Baroja, que ya de viejo andaba con zapatillas de muerto. Al poderoso se le perdona el poder que tuvo si, cuando menos, nos da la fiesta negra y callejera de un entierro de lujo, que es lo mejor para pasar la tarde. Valdés Leal, Goya y Solana han sido los tres fotógrafos de este andar los muertos alternando con los vivos, en la verbena de España. El último, grande y emocionante entierro español, movido por el pueblo y no por los académicos, fue el de Enrique Tierno Galván, el viejo socialista, el alcalde de la ‘Movida Madrileña’.
‘Hybris’, Contra el muro del doloso “inmovilismo de Rajoy” lo que se desvela es la pérdida de papeles del nacionalismo catalán
Los buenos políticos construyen instituciones sólidas. Las instituciones sólidas construyen buenos políticos. De ahí el “nada es posible sin las personas, nada es duradero sin las instituciones”, sobre el que Jean Monnet quiso hacer descansar el proceso de integración europeo. ¿Pero qué ocurre cuando el círculo virtuoso se rompe y las personas se empeñan en promover lo imposible, destruyen las instituciones y acaban a su vez siendo destruidas por ellas? Esta pregunta se hace José Ignacio Torreblanca, profesor titular en el Departamento de Ciencia Política y de la Administración de la la Universidad Nacional de Educación a Distancia de España. “Ese relato de destrucción mutua de personas e instituciones explica el origen, trayectoria y colapso del procés catalán. Tanto Jordi Amat, en ‘La conjura de los irresponsables’ , como Santi Vila, en ‘De héroes y traidores’, han intentado, desde ángulos distintos, más analítico uno, más político y personal el otro, dar explicaciones plausibles del monumental fracaso de unas élites políticas cuya educación, modernidad, sentido democrático, sano europeísmo y tradición pactista dábamos por supuesto que impedirían cometer los disparates que cometieron…”.
Cierto que en ambos hay equidistancias, de distintos signos e intensidades, lo que a unos les parecerá criticable y a otros, loable. Y que hay poca fineza, como falta en tantos, a la hora de entender el resto de España y las motivaciones del resto de los españoles, que se nota conocen poco y dibujan sobre la base de clichés poco actualizados (“Madrid”, “el nacionalismo español”, “el Estado”). Paradójicamente, contra el muro del doloso “inmovilismo de Rajoy” lo que se desvela es la pérdida de papeles (personales e institucionales) del nacionalismo catalán, moderado o radical, y el monumental cúmulo de errores cometidos por aquellos que se creían llamados a culminar un proyecto milenario. Los más lúcidos, como Santi Vila, ya han comenzado a hacerlo, pero la mayoría tardará años en entender cómo algo que despreciaban tanto (la democracia española, sublimada en un Mariano Rajoy al que desprecian) pudo infligir una derrota tan severa a un proyecto tan hermoso. Cierto es que, como señala Vila, ha habido decenas de errores políticos, pero el principal ha sido el psicológico. Los griegos llamaban ‘hybris’ a la falta de control sobre los propios impulsos y al dejarse dominar por las pasiones. “A quien los dioses quieren destruir, primero lo vuelven loco”. Piensen en Carles Puigdemont.
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