A finales del siglo XIX y a lo largo de todo el siglo XX, las naciones latinoamericanas productoras de materias primas y agrícolas padecieron un proceso de transición de la dominación española a la dominación estadounidense. Esta fue diferente, no se distinguió por el control militar, político y administrativo, en su lugar logró cooptar con una eficacia sorprendente a las clases dirigentes locales. Estas se encargaron de reprimir presiones sociales, explotar a sus respectivos pueblos y mantener el flujo constante de alimentos, así como recursos para alimentar a la incipiente industria norteamericana.
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Este escenario permitió a los Estados Unidos en convertirse en la principal potencia militar y económica del siglo XX, así como en la dominante durante la primera mitad del siglo XXI. El papel de las élites latinoamericanas debe ser estudiado, dado que esta conducta daño profundamente las relaciones entre gobernantes y gobernados, creo un permanente estado de malestar social, las mantuvo en un nivel económico bajo y en un estado de subordinación permanente.
Una institución que también colaboró para mantener esta situación a pesar de las diferencias culturales e ideológicas, fue la Iglesia Católica. En todos los países de habla hispana, apoyó abierta y decididamente a las élites nacionales para controlar y destruir cualquier movimiento social que buscará mejorar las condiciones de vida de una mayoría constantemente explotada y agredida. El extremo fue el respaldo a las dictaduras militares, durante casi todo el siglo XX las organizaciones castrenses sirvieron casi exclusivamente para violentar a sus propias sociedades, manteniendo en los cargos públicos a una clase gobernante conservadora o a sus propios líderes, con el apoyo explícito de la principal institución religiosa, nada más contradictorio. El trasfondo de esto era el flujo constante de materias primas para mantener el poder norteamericano, que a su vez lo usaba para controlar el hemisferio sur.
El dominio no solo se ejerció con dinero (prestamos bancarios, enormes ganancias para políticos y empresarios latinoamericanos), coerción (amenazas de invasiones denominadas con el eufemismo de intervenciones) especialmente se realizó con ideología. Los sectores dirigentes educados en el extranjero, en instituciones privadas o religiosas reprodujeron el anhelo por el modelo americano de vida, y sembraron el temor constante a sistemas políticos igualitarios, que en el fondo significaban la pérdida de un porcentaje o de todos sus privilegios como elite dominante, en un marco de economía extractiva. Este fenómeno se reprodujo en casi todos los países latinoamericanos en diferentes momentos y con distinta intensidad, exceptuando claro las naciones claramente coloniales por ejemplo Belice, las islas del caribe dependientes de naciones europeas o las Guyanas.
¿Este modelo de explotación, control y dominio estadounidense hubiera sido distinto sin la cooperación de las cúpulas latinoamericanas? Seguramente sí, dado que todos los movimientos reformistas o emancipatorios impulsados por integrantes ilustrados de las elites locales fueron violentamente reprimidos, hay infinidad de casos que se repitieron desde finales del siglo XIX y a lo largo de todo el siglo XX, por citar algunos; el asesinato de Francisco I. Madero en México, Jorge Eliecer Gaytán en Colombia, Salvador Allende en Chile por citar solo unos cuantos personajes representativos. Pero excluyendo los miles de líderes sociales asesinados, estudiantes e integrantes de los sectores populares, además de millones de víctimas de las guerras civiles que surgieron para evitar la transición a modelos socioeconómicos más justos.
Esto resulta mucho más evidente con la llegada del neoliberalismo a nuestras tierras. Chile fue el primer país donde se implementó después del golpe de estado contra Allende y la subida al poder del dictador Augusto Pinochet, para los neoliberales la democracia no era relevante. Esta corriente ideológica, política y económica fue la muestra más evidente de la corrosiva relación entre Washington y nuestras clases dirigentes. Después de la desaparición del bloque comunista, sin el espectro de su implementación en América Latina, los estadounidenses impulsaron la desaparición de las barreras arancelarias para vender libremente sus productos, con el anzuelo de comprar lo que producíamos, algo que ya era un hecho. Estos tratados comerciales destruyeron la mayoría de los proyectos industriales latinoamericanos, pero fortalecieron el sistema extractivista que ya existía, además abrieron las puertas para fabricar a menor costo los productos del vecino del norte, debilitó a todos los gobiernos al vender la mayoría de las paraestatales, se combatió a sindicatos y se crearon marcos jurídicos que disminuyeron los ingresos de los trabajadores, todo esto llevado a a cabo rigurosamente y con entusiasmo por nuestros sectores políticos y empresariales, sin darse cuenta que perdían poder aunque aumentaba su riqueza económica. El modelo neoliberal empobreció a un porcentaje de las clases medias, estancó al resto, mantuvo durante décadas la pobreza existente, pero aumento las ganancias de una minoría de manera formidable. Afortunadamente resultó un modelo tan dañino que creo una crisis en Estados Unidos en 2007, así como en todos los países en donde se implementó. Ha sido el modelo económico que tuvo la mayor difusión, popularidad y la caída más vertiginosa de todos lo que se han desarrollado en los pasados 100 años. Con un descredito enorme, ha sido uno de las construcciones ideológicas más engañosas y destructivas, aun así muchos de los integrantes de las clases altas latinoamericanas todavía defienden el modelo con fervor religioso, dado que les generó beneficios incalculables a expensas del sufrimiento de millones.
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Lo anterior genera una reflexión importante, nuestras clases dirigentes deben ser apoyadas masivamente cuando representen proyectos de construcción económica nacional, así como de distribución de la riqueza y oportunidades para las mayorías, sino es así, la relación de dependencia siempre existirá, sin importar que potencia predomine en el hemisferio o en el planeta. En todo este proceso la educación ha sido un campo de batalla constante y una debilidad permanente. Los latinoamericanos no podremos construir nuevas visiones propias sin un robusto modelo educativo, y es indispensable élites gobernantes emanados de este.