Por lo menos desde el 2000, cuando Vicente Fox ganó la presidencia de la República y arrastró al Congreso de la Unión a una estela de desconocidos, los candidatos a la presidencia de la República influyeron en la conformación del mapa político a nivel local.
Así, por ejemplo, Juan Ignacio García Zalvidea ganó la diputación por el Distrito I en el 2000 por el caudal de votos foxistas.
Antes, en 1994 el “Jefe” Diego Fernández de Cevallos catapultó al PAN en Cancún, que en 1996 estuvo por sí solo a un tris de ganar la presidencia municipal.
Con el paso de los años el PAN se diluyó y se convirtió en un apéndice del PRD que en 2006 y 2012 ganó en Quintana Roo con López Obrador y ello le abrió las puertas a posiciones locales y federales a militantes solaztequistas.
En 2015, de golpe y porrazo, con desconocidos que ni siquiera hicieron campaña, Morena se convirtió en la cuarta fuerza política de Quintana Roo, gracias al arrastre de López Obrador.
En los partidos políticos distintos al PRI era difícil encontrar candidatos, pero ante la facilidad de “colgarse” de las figuras nacionales empezaron a parecer por todos lados y a diputarse las posiciones en la mayoría de las ocasiones sin decoro, casi con el garrote en la mano.
Incluso, además de la conveniencia logística y económica que implica para el país, otro motivo para hacer concurrentes las elecciones locales con las federales, impulsado principalmente los partidos opuestos al PRI, era justamente generar mejores condiciones para ganar posiciones estatales o municipales con la influencia de candidatos de arrastre nacional.
La oposición que llegó a tener esa propuesta, prácticamente vencida, radicaba en el hecho de que el triunfo de un alcalde o un gobernador que se haya “colgado” de los votos de un candidato presidencial fuerte, no respondía al contexto local.
En algunos estados se resolvió haciendo que las elecciones de gobernador concurran con las intermedias federales, en las que solo se eligen diputados.
Sin embargo, las condiciones han cambiado no solo por la “sofisticación” del voto, por el aprendizaje que han tenido los mexicanos en el ejercicio democrático en el último cuarto de siglo, durante el cual se entendió que darle todo a uno no es necesariamente lo mejor, que hay que asegurar contrapesos.
De acuerdo con las nuevas condiciones y por la cerrada competencia que se prevé para la presidencia de la república con tres candidatos fuertes, ya no serán esas figuras nacionales las que determinen el resultado.
Desde luego que su presencia generará un cúmulo de votos a su favor, pero la diferencia se marcará desde lo local. Dadas las condiciones del proceso electoral, los presidenciables necesitan que los candidatos a regidores, presidentes municipales, diputados locales, federales y senadores los empujen con votos adicionales y que no se “cuelguen” como antaño.
Los presidenciables necesitarán que los empujen desde abajo y no jalar ellos a los de abajo, requerirán. Necesitan un dual y no freno de mano.
Por ello, desde la selección de candidatos locales se marcará la pequeña gran diferencia entre ganar o perder la presidencia de la república.