No puedo creer que masacres como la de París tengan una causa nítida e incontrovertible. Y solo encuentro unos culpables evidentes: los asesinos…
En estos días me entristece otra cosa: la rotundidad. Mucha gente parece saber quién es el culpable de la barbarie y cómo habría que actuar para atajarla. Para unos el culpable es el islam, la religión y hasta el machismo. Para otros la responsabilidad es de los gobiernos de Occidente o de Occidente al completo. Para cualquier problema complejo hay siempre una solución clara, simple y equivocada. Nuestro cerebro está equipado para buscar relaciones causales: infiere (e inventa) motivos e intenciones automáticamente. Los niños lo hacen.
Ese mecanismo ha evolucionado porque es útil, pero tiene un precio: rechaza la ambigüedad, suprime la duda y exagera el valor de la coherencia. Esto explica una paradoja que sufrimos estos días y que Michel de Montaigne observó hace quinientos años: “Nada se cree tan firmemente como aquello que menos se conoce”.
Nos pasa a todos, la ignorancia nos hace osados. La ignorancia es atrevida aparece en el refranero español. Cuando las personas juzgamos si una explicación es convincente pesa más su coherencia (que las piezas encajen) que la cantidad de información (que sean mucha piezas). Por eso las explicaciones poco informadas nos resultan más convincentes. La matanza de París es consecuencia del imperialismo que sembró su semilla, o de un multiculturalismo incompatible con nuestros valores. Son argumentos simples y claros. Si añadimos más elementos las explicaciones se vuelven más matizadas, más vagas… y acaban por resultarnos menos convincentes aunque estén más cerca de la verdad.
Es importante no seguir el juego del ‘victimismo’ de un grupo terrorista como ISIS, expertos ‘chefs’ de ‘pozoles’ o ‘ajiacos’ de puñales medievales y de productos Apple, degüellos y redes sociales. Nos perturba el ver fotos de niños muertos en las portadas de los medios de comunicación y en millares de cuentas de Facebook y Twitter de algunos amigos. Después de los tiros y bombas indiscriminadas contra la población civil en París, no me agradan los bombardeos de Francia sobre los cuarteles y arsenales del ‘Estado Islámico’ en las tierras ocupadas a Siria.
No me gusta tampoco la utilización de los infantes en los videos de la nueva ‘Guerra Santa’. La primera obligación de los militares es poner a buen recaudo a los niños, mujeres, ancianos y minusválidos. ¿Qué hacían esos niños en un escenario de guerra? Sencillamente los utilizaron como escudo humano para ‘sacar la foto’ y como ellos, somos ‘infieles’ y candidatos a sus desmanes, y subirla a Internet. Muchos ingenuos y voy a pensar que de buena fe, se convirtieron en propagandistas de la Yihad, para quienes el resto de los mortales, que no pensamos
El desasosiego del escritor y poeta portugués Fernando Pessoa que me acompañó al escribir esta columna quedó olvidado al conocer la decisión aprobada por unanimidad del Consejo de Seguridad de las Naciones de Unidas. Se insta a los países miembros a tomar “todas las medidas necesarias” en cumplimiento con las leyes internacionales y las zonas controladas por los terroristas en Siria e Irak, para “redoblar y coordinar sus esfuerzos para prevenir y sofocar actos terroristas cometidos específicamente por el ISIS, también conocidos como Daesh y Frente Al Nusra, y otros grupos, individuos y entidades asociados a Al Qaeda y por otros grupos terroristas”. No se invoca el artículo que autoriza el uso de la fuerza.
Hay otras líneas de actuación más importantes: ¿Quién compra el petróleo de Mosul en el mercado negro, con el que se financian los que mataron a las dos jóvenes mexicanas, Noemí González y Michelli Gil Jáimez, el pasado ‘Viernes 13’? ¿Dónde compraron los ‘sicarios’ los Kaláshnikov, acaso en Bélgica -viejo suministrador de organizaciones como ETA, IRA o Brigadas Rojas-, y en máxima alerta este sábado ante un “atentado inminente”?