El presidente de Estados Unidos de América, Donald Trump, recientemente amenazó a México con un tema que le dio importantes resultados electorales: La migración por tierra desde el sur. Como si fuera el guion de una película hollywoodense distópica, anunció que cerrará su frontera totalmente o casi, si nuestro gobierno no detiene el flujo de indocumentados provenientes de Centroamérica en el corto plazo. En la práctica suena absurdo, pero ante la enorme diferencia que existe en las relaciones de poder político y económico entre ambas naciones, la declaración despierta fuertes preocupaciones en la clase política y empresarial de nuestro país.
Aunque dicha medida también afectaría a empresarios y comerciantes norteamericanos, el daño sería mucho mayor de nuestro lado. Estados Unidos son el principal comprador de productos nacionales y de manufacturas ensambladas en México, casi el 70% de nuestras exportaciones van a nuestro vecino del norte. Circunstancias como esta muestran claramente la debilidad de nuestra economía y la falta de visión de nuestros gobernantes desde hace décadas.
La intervención norteamericana en nuestro país en 1847 nos enseñó abruptamente el alcance militar y económico que habían logrado los estadounidenses en muy poco tiempo. En menos de un siglo fueron capaces de vencer, invadir y quedarse con un territorio enorme del vecino más poderoso que tenían, esta lección nunca la hemos aprendido bien. ¿Cuál fue el camino que usaron los norteamericanos para ese resultado? Unificación política, inversión en educación y tecnología así como un fuerte nacionalismo, en ocasiones hasta llegar al fanatismo.
La generación de políticos mexicanos liberales que vivieron a esa guerra, aprendieron la importancia del nacionalismo y de la unificación, de ahí la victoria contra la posterior invasión francesa de 1864. Pero una parte fundamental de la dura enseñanza que nos dieron los estadounidenses sigue sin ser comprendida: La importancia de que todos los sectores sociales inviertan en investigación, ciencia, conocimiento, producción tecnológica y crecimiento económico.
Al inicio del porfiriato no fue posible invertir en educación con un país quebrado, por lo que se le dio prioridad a la estabilidad política. Pero fue un error de grandes dimensiones y una falta de visión, sustentar la economía posterior en la agricultura y en la figura de la hacienda rural solamente. La lógica era que facilitaba el control político del país, el costo: México realmente no tuvo una revolución industrial.
La posrevolución realmente no cambio ese escenario, solo lo matizó. Los gobernantes pusieron como prioridad en la agenda nacional la urbanización, el crecimiento de la clase obrera, y la construcción de fábricas, pero para alimentar los mercados internos y en la medida de lo posible, sustituir las importaciones. La meta era modernizar a México, no convertirlo en un país rico y autosuficiente económicamente. Con argumentos sociales hicieron al Estado el principal generador de industrias, pero para tener un mayor control, no para desarrollar la economía de todos por igual.
El objetivo realmente nunca fue que México tuviera estándares de vida muy altos, sino disminuir la pobreza. El proyecto tuvo un exceso de peso político y muy poca perspectiva a largo plazo. La construcción del capitalismo mexicano en el siglo XX siempre tuvo como dique los intereses de la clase gobernante. Donde lograron buenos resultados fue en la generación de un sólido nacionalismo, pero en los años noventa con la llegada de las políticas neoliberales, ese logro fue disuelto paulatinamente.
A diferencia de Japón, Corea del Sur, Singapore y ahora China, en donde estados fuertes han creado potencias económicas, aquí la riqueza del subsuelo sirvió como un enorme subsidio y no como un motor, mantuvo la ilusión de un país con riqueza media, en beneficio de la cúpula.
150 años después del conflicto México-EEUU. Seguimos en una posición débil, amenazas absurdas del presidente norteamericano ponen en aprietos el futuro de nuestra economía y hacen sudar a nuestros dirigentes, en el corto plazo tendremos que buscar formas creativas de ganar tiempo y negociar una salida, pero en el largo plazo deberíamos crear un plan para salir de esta situación de fragilidad. El actual régimen debe impulsar la investigación científica en las universidades, construir una agenda estratégica de creación de nuevas tecnologías, incentivar al sector empresarial para respaldarlas, modificar el sistema educativo para fomentar la ciencia con sentido social, todo esto teniendo como marco un proyecto de nación consensado con la sociedad, que logre conjuntar a todos los sectores. Este ha sido el sendero que han seguido otros pueblos, por supuesto de acuerdo a su propia realidad, es un camino que podemos seguir para construir un futuro más digno.