EL BESTIARIO
Los depresivos Lincoln, Roosevelt, Churchill sacaron a sus países de graves crisis y no estrellaron aviones como Andreas Lubitz, incapaz de sentir compasión, el ‘kamikaze’ pudo ver la película ‘Relatos salvajes’
Y entonces ocurrió el desastre. Un avión de Germanwings, filial de Lufthansa (uno de los diamantes de la marca Alemania), se estrelló contra una ladera de los Alpes y, en las primeras horas después del luctuoso suceso, poco le faltó a algún locutor de las televisoras germanas para echarles la culpa a los montes. De un plumazo habían fallecido 150 personas, entre ellas un nutrido grupo de adolescentes y dos bebés. Personas como usted y como yo habían muerto destrozadas ahí cerca, por donde uno ha pasado unas cuantas veces, cuando vivía en Europa. Y esto ya no es el Yemen o Siria, Libia o Nigeria, donde todos los días pierden la vida seres sin nombre ni rasgos faciales.
Un triste, un doloroso, un trágico accidente sin el menor indicio de exotismo. Se dijera que el destino tenía casualmente esa mañana unos minutos libres para golpearnos antes de irse otra vez lejos. El destino o una combinación de factores adversos. Quizá un fallo mecánico. Aún se hablaba el martes 24 de marzo por la noche de accidente, concepto que pronto habría de desaparecer de todos los medios de comunicación alemanes.
Si sólo fuera que algo no funcionó debidamente o se incumplieron ciertas normas, a estas horas, transcurrida una semana del siniestro, tendríamos algo así como respuestas definitivas. Poco a poco se iría restableciendo la normalidad. Alemania estudiaría las medidas oportunas para evitar riesgos similares en el futuro y la Unión Europea, en colaboración con los organismos aeronáuticos competentes, promulgaría nuevas normas de pilotaje.
Se dijera que para cualesquiera circunstancias relativas a lo sucedido existía un protocolo de actuación previsto para permitir la reconstrucción exacta de los últimos minutos de vuelo del avión accidentado, así como la identificación de los restos mortales. Enterrados los muertos, se fijarían las indemnizaciones económicas a los afectados, asunto siempre peliagudo. Después el tiempo y el olvido gestionarían como de costumbre lo demás. Los pilotos,incluído Andreas Lubitz serían homenajeados por sus compañeros y por las asociaciones de ‘voladores’. La empresa podría haber pensado en bautizar con sus nombres alguno de sus miles de aviones…
Alemania reaccionó a la manera natural del hombre nórdico, avezado a separar el dolor personal, de raíz psicológica, y los hechos objetivables
A estas alturas ya no puede negarse que el desastre del avión de Germanwings se ha convertido para Alemania en una tragedia nacional. No es sólo que se hayan perdido numerosas vidas, lo que ya es extremadamente grave. Se percibe, en algunos casos con ostensible nitidez, un generalizado sentimiento de vergüenza y yo no sé si es pronto para hacer cábalas, pero uno tiene la sensación de que este terrible acontecimiento ha servido para estrechar lazos de solidaridad entre los países implicados. La hospitalidad de los habitantes franceses próximos al lugar de la tragedia ha sido de tales dimensiones que lo invitan a uno a creer en el buen corazón de la especie humana y pienso que, más allá del agradecimiento oficial, merecería un gesto, también del Gobierno español, en la forma que sea.
Todo ello ha representado para Alemania una lección de humildad. Al principio, no bien se produjo la noticia, el país reaccionó a la manera natural del hombre nórdico, avezado a separar el dolor personal, de raíz psicológica, y los hechos objetivables. Estos últimos se vieron relegados a un segundo plano cuando se supo que entre los pasajeros fallecidos se encontraba un grupo de 16 colegiales y dos profesoras de un instituto de Haltern am See que volvían de un intercambio. La reacción del alcalde de esta pequeña población situada en el borde de la cuenca del Ruhr ilustra con precisión la manera como se ha vivido en Alemania la tragedia del avión de Germanwings. Primero, el shock. El alcalde atiende a los medios de comunicación con ojos enrojecidos y voz entrecortada. No es fácil trasladar a lenguaje articulado las consecuencias anímicas de una tragedia que ha golpeado de lleno a una ciudad donde todos se conocen.
Un palo al que no tardó en seguir, días después, otro: el de la confirmación sin sombra de duda de que el presunto accidente había sido en realidad un hecho deliberado. Hay unas imágenes de televisión que muestran al alcalde de Haltern mientras escribe unas líneas en un libro de condolencias. Al terminar, un periodista lo pone al corriente del resultado reciente de las pesquisas. Ha sido el copiloto, fulanito de tal, que adolecía de estos y los otros trastornos psíquicos, tenía problemas de visión y mucho miedo a perder el puesto de trabajo. La cara del alcalde se demuda. Sus palabras son de enojo, incluso de rabia, en cualquier caso de impotencia. Esta herida tardará largo tiempo en cerrarse. Lo que sí es verdad es que estamos llegado ya al hartazgo de las mil y una hipótesis aderezadas de declaraciones de expertos en psicología y psiquiatría, que parecen alegatos de defensa del Andreas Lubitz y la compañía Lufthansa. Estamos ante una auténtica crucifixión de quienes hayan sufrido en algún momento de su vida una ‘depre’…
La OMS informa que el 22% de los humanos sufrirá en algún momento de su vida una dolencia psíquica, sobre todo en la política
Llevamos una semana escarbando en el aterrador dolor de la tragedia aérea. Y del sufrimiento principal se van desgajando otros sufrimientos secundarios. Por ejemplo, cada vez que un medio titula a toda página con la depresión del copiloto, me parece escuchar cómo se remacha un clavo más en nuestro inmenso prejuicio a los desequilibrios psíquicos. Por todos los santos, ¿ahora también los depresivos se van a convertir en apestados? ¿Y después quiénes más? ¿Los tartamudos? Según la OMS, el 22% de los humanos sufrirá en algún momento de su vida una dolencia psíquica. Una proporción altísima. Pero además ese porcentaje es mucho más elevado en los artistas y en las personas creativas. Y, de hecho, abundan escandalosamente en la política. Según un estudio de 2006, el 29% de los presidentes de Estados Unidos sufrieron dolencias psíquicas estando en el cargo y el 49% presentaron rasgos de trastorno mental en otros momentos de su vida (lo cuenta David Owen en su ensayo ‘En el poder y en la enfermedad’). Abraham Lincoln o de De Gaulle sufrían profundas depresiones e ideas suicidas; Theodore Roosevelt, Lyndon Johnson y Winston Churchill fueron bipolares…
Al igual que Virginia Woolf, Hemingway, Beethoven y, probablemente, Leonardo da Vinci. También era muy depresiva Marie Curie; Einstein fue diagnosticado como disléxico y autista; Van Gogh, Nietzsche y el Nobel John Nash padecieron esquizofrenia. Hay infinitos ejemplos: sus nombres no caben en esta columna. ¿Qué habría sido de la humanidad sin la mayoría de estos personajes? Pero cuando usamos la cruel simplificación del loco nunca pensamos en ellos. “Lubitz no tiró el avión por su depresión, sino porque era incapaz de sentir compasión. Porque era malo. Pobres padres…”, decía estos días la escritora española Rosa Montero en una columna periodística.
El depresivo severo Churchill fue el primer político británico en entender la amenaza que representaba el nazismo, alertó de la guerra
Según un libro publicado por un eminente psiquiatra estadounidense no estaría mal que los políticos fuesen un poco ‘locos’. En su libro “First rate madness” (Locura de primera), Nassir Ghaemi investiga las personalidades de Abraham Lincoln, Franklin D. Roosevelt, Winston Churchill y otra media docena de grandes líderes todos los cuales sufrieron trastornos mentales. Su hipótesis: que las depresiones o los ataques maniáticos o los trastornos bipolares que padecieron les dieron la fuerza y la lucidez necesaria para salir adelante en tiempos de crisis. “Los mejores líderes en una crisis o son enfermos mentales o mentalmente anormales; los peores en una crisis son los que gozan de mentes sanas”, escribe Ghaemi, profesor de Psiquiatría en la Universidad de Tufts (Boston).
Ghaemi lo explica de la siguiente manera: la depresión hace que los dirigentes sean más realistas y tengan más empatía; la manía les hace más creativos y más resistentes. De los personajes que investiga el psiquiatra estadounidense en su libro ninguno padeció más episodios de depresión severa que Winston Churchill, que a su vez -especialmente durante la Segunda Guerra Mundial-exhibió repetidamente conductas maníacas. Churchill fue el primer político británico en entender la amenaza que representaba el nazismo, el que alertó de la guerra que se avecinaba mientras la mayoría parlamentaria insistía en creer que la paz era posible. Ghaemi compara a Churchill con su antecesor como primer ministro, Neville Chamberlain.
Chamberlain era una persona normal, sin ningún historial psiquiátrico. Como tal, su impulso plenamente cuerdo y racional fue, con el apoyo de la mayoría de los también “normales” ciudadanos británicos, intentar llegar a un acuerdo pacífico, negociado con Alemania. Churchill poseyó las armas mentales para saber cómo responder. La depresión le dotó del realismo y de la empatía necesaria para entender el carácter y las intenciones de Adolf Hitler, otro maniático depresivo; la manía le dio la clarividencia y la ilógica valentía indispensable para convencerse a sí mismo y a sus compatriotas de que la guerra se podía ganar cuando el consenso entre los demás políticos fue, especialmente a mediados del año 1940, que todo estaba perdido.
“Los desafortunados”, explica Ghaemi, “los que sufren reveses o tragedias, o el desafío de la enfermedad mental, parece que se convierten, con frecuencia, en nuestros más grandes dirigentes… Nunca están del todo bien, pero cuando ocurre una calamidad nos pueden levantar a los demás; nos pueden dar el coraje que podríamos haber perdido, la fortaleza que nos da equilibrio. Su debilidad, en resumen, es el secreto de su fuerza”.
El ‘New Deal’ de Franklin D. Roosevelt, una inversión pública sin precedentes para fomentar el crecimiento
Roosevelt tuvo dos debilidades. Una física, la polio a la que sucumbió durante la segunda mitad de su vida, y una anormalidad mental definido como “personalidad hipertímica”. Poseía una energía y un optimismo inagotables, vivía en un estado de casi permanente exaltación. Antes de aliarse con Churchill en la Segunda Guerra Mundial, Roosevelt se tuvo que enfrentar a la Gran Depresión. Su respuesta a la crisis económica más grave del siglo XX fue que el Gobierno tenía la obligación de intervenir para generar trabajo y ayudar a los más desafortunados. Un Gobierno “incapaz de cuidar a los ancianos”, declaró Roosevelt, “de proveer trabajo para los fuertes y los voluntariosos, que permite que la sombra negra de la inseguridad planee sobre cada hogar no es un Gobierno que debería de perdurar”.
De ahí nació el famoso ‘New Deal’ de Roosevelt, una inversión pública sin precedentes para fomentar el crecimiento que el economista Paul Krugman clama por ver replicado hoy, especialmente en Europa. Los dirigentes europeos no le hacen caso. Estancados en las políticas austeridad, no demuestran el más mínimo interés en el ejemplo de Roosevelt.
Abraham Lincoln introdujo medidas que dieron como resultado la abolición de la esclavitud
En 2006 se publicó póstumamente el libro “The intímate world og Abraham Lincoln”, del psicólogo y terapeuta Clarence Arthur Tripp (fallecido en 2003) donde se plantea que Lincoln tuvo una atracción erótica y relaciones con hombres desde su juventud hasta la presidencia. Tripp analizó en el libro siete relaciones suyas, cuatro con hombres y tres con mujeres. Según el libro, en 1831 Lincoln conoció en New Salem (Illinois) a Billy Greene, quien le enseñó gramática y compartió una estrecha cama con el futuro presidente (algo habitual en los Estados Unidos del siglo XIX) de cuyo físico guardaba un vivo recuerdo: “Sus muslos eran tan perfectos como puedan serlo los de un humano”. En 1837 se mudó a Springfield, donde estableció una estrecha amistad con Joshua Fry Speed, a quien sus primeros biógrafos calificaban como “el único amigo íntimo que Lincoln tuviera nunca”, y con quien también compartió el lecho durante cuatro años, aunque más importante es el tono de su amistad que revelan las cartas que Lincoln escribió a Speed, muchas de las cuales firmaba “Tuyo para siempre”.
Trip arguye en el libro que sus relaciones con mujeres son bien inventadas por los biógrafos de Lincoln (en referencia a Ann Rutledge) o lúgubres chapuzas (su cortejo a Mary Owens y su matrimonio con Mary Todd). Siendo ya presidente, Tripp menciona otras dos relaciones con hombres, con el joven Elmer Ellsworth (“el mayor hombrecito que he conocido jamás”) y con el capitán de la guardia presidencial y que fuera su compañero íntimo David Derickson, con quien compartía lecho durante las frecuentes ausencias de su esposa.
El libro de Tripp incluye dos epílogos; en uno de ellos, “A Respectful Dissent” (Una respetuosa disensión), el historiador y biógrafo de Lincoln, Michael Burlingame señala que “es posible pero altamente improbable que Lincoln fuera predominantemente homosexual”; en el segundo, “An Enthusiastic Endorsement” (un entusiasta refrendo), el historiador Michael B. Chesson, señala que, aunque el libro no proporciona una imagen conclusiva, muchos aspectos de su vida, como su tristeza, soledad y naturaleza reservada encuentran ganan claridad en el supuesto de un Lincoln homosexual. Biógrafos de Lincoln, como David Herbert Donald, han rechazado contundentemente las afirmaciones de Tripp, y creen que no hay evidencia de homosexualidad en la vida de Lincoln. También se han dado reseñas sobre el libro, como la de David Greenberg, que señalan la circunstancialidad de los argumentos y que no proporciona “razones convincentes para que se crea en su afirmación principal”, o que se trata de una serie de conjeturas extrañas. Otros, como Gore Vidal o Andrew Sullivan apoyan la tesis de Tripp, señalando que lo único que queda por aclarar es cuán gay era Lincoln.
Durante su presidencia, Lincoln tiene el reconocimiento de haber liberado a los esclavos mediante la Proclamación de Emancipación, aunque ésta sólo los liberara en áreas de la Confederación no controladas por la Unión. Sin embargo, la proclamación hizo que el abolir la esclavitud en los estados rebeldes fuera un objetivo oficial de la guerra. Esto dio ímpetu a la adopción de las XIII y XIV enmiendas a la Constitución de los Estados Unidos, las cuales abolieron la esclavitud y establecieron la imposición federal de derechos civiles. Durante la Guerra Civil, Lincoln recibió del Congreso poderes que ningún presidente anterior había ejercido; manejó fondos sin control del Congreso y suspendió el hábeus corpus. De esta manera Lincoln fue capaz de arrestar opositores políticos (varios demócratas) y miembros de grupos antibelicistas sin necesidad de órdenes judiciales previas, además de poder censurar a estos grupos en la prensa (algo contrario a la libertad de expresión).
Este presidente homosexual, bisexual, heterosexual, con crisis depresivas endógenas reactivas, preservó los Estados Unidos
La Guerra Civil Estadounidense (1861-1865), que se convirtió en el conflicto más sangriento en el continente desde las expediciones militares de Napoleón, provocó miles de muertes a ambos lados de la línea Mason-Dixon, que separaba a los antiguos aliados del norte de los compatriotas del sur. El presidente Abraham Lincoln intentó mediar entre los estados del norte y del sur, y acabó entrando en una guerra que intentó evitar hasta el final. El origen fueron las disputas por la cuestión de la esclavitud, puesto que los estados del sur no querían renunciar a este antiguo privilegio. Aunque Lincoln era un opositor convencido de la represión, acabó siendo más importante para él la cohesión de la Unión que la abolición de la esclavitud.
La guerra era una fuente constante de frustración para el presidente, y esto ocupó casi todo su tiempo. Después de frustraciones repetidas con el General General Brinton, Lincoln tomó la decisión de sustituirlo por un comandante radical y algo escandaloso: el general Ulysses S. Grant. Éste aplicaría su conocimiento militar y su capacidad de liderazgo para llevar a su fin la Guerra Civil. Antes de que Inglaterra, que dependía del algodón de los estados del sur, influyera en el reconocimiento de la confederación de los opositores, Lincoln liberó a los esclavos en 1863 mediante una proclamación. Cuando Richmond (Virginia), la capital Confederada, fue por fin capturada, Lincoln fue allí a hacer el gesto público de sentarse detrás del escritorio de Jefferson Davis, que había sido el presidente de los estados del sur durante toda la guerra, para decir simbólicamente a la nación que el Presidente de los Estados Unidos, y la Constitución estadounidense, tenían autoridad sobre toda esa tierra. Fue saludado en la ciudad como un héroe conquistador por esclavos liberados, cuyos sentimientos fueron ejemplarizados así por un admirador: “Sé que soy libre, porque he visto la cara de Padre Abraham y lo he sentido”.
Lincoln se reunió frecuentemente con Grant mientras terminaba la guerra. Ambos planearon asuntos de la reconstrucción, y era evidente para todos que se tuvieron un gran respeto el uno al otro. Durante su última reunión, el 15 de abril de 1865, Lincoln invitó al General Grant a un evento social para aquella tarde. Grant rechazó la invitación. Sin el general y su esposa, Lincoln y Mary Todd salieron para asistir a una representación en el teatro Ford. La obra era “Our American Cousin”, una comedia musical. Cuando Lincoln se sentó en el palco, John Wilkes Booth, un actor de Maryland, residente en Virginia y simpatizante del Sur, apareció por detrás disparó un único tiro con una pistola Deringer de bala redonda a la cabeza del presidente y gritó “Sic semper tyrannis!” (expresión en latín que significa “así siempre a los tiranos”). Booth saltó desde el balcón al escenario; el público creyó que al incorporarse estaba haciendo una reverencia, pero la verdad es que se había roto una pierna.
Booth alcanzó cojeando su caballo y logró escapar. El presidente, mortalmente herido y tras ser atendido por el joven médico militar Charles August Leale, presente en el teatro, fue llevado a una casa atravesando la calle donde entró en coma hasta que falleció diez horas después del atentado. Booth y varios de sus compañeros fueron finalmente capturados y ahorcados o encarcelados, aunque más tarde se demostró que algunos de ellos eran inocentes. La excepción de esto es el caso de Booth quien fue abatido por un policía.
El cuerpo de Lincoln fue llevado por tren en una magnífica procesión fúnebre por varios estados. La nación se afligió por un hombre, al que muchos consideraron el salvador de los Estados Unidos y el protector y defensor de lo que Lincoln mismo llamó “el gobierno del pueblo, por el pueblo, y para el pueblo”. Sus críticos argumentan que de hecho eran los confederados los que estaban defendiendo el derecho del “gobierno para el pueblo” y que fue Lincoln quien suprimió ese derecho. En la actualidad sus restos descansan en el cementerio de Oak Ridge en Springfield (Illinois). Este presidente, homosexual, maricón, puto, loca, gay…, bisexual o heterosexual, con crisis de depresiones endógenas reactivas, fue capaz de ayudó a preservar los Estados Unidos por la derrota de los secesionistas Estados Confederados de América en la Guerra Civil estadounidense. Introdujo medidas que dieron como resultado la abolición de la esclavitud, con la emisión de su Proclamación de Emancipación en 1863 y la promoción de la aprobación de la Decimotercera Enmienda a la Constitución en 1865.
Los ‘cuerdos’ europeos de los Merkel, Hollande, Rajoy… no pasarán a la historia como grandes líderes por su incapacidad de resolver la crisis
Esto pequeño recorrido por las vidas y resultados de Winston Churchill, Franklin D. Roosevelt y Abraham Lincoln, nos lleva a dos conclusiones. La primera, ya la sabíamos: que los Merkel, Hollande, Rajoy… no pasarán a la historia como grandes líderes; la otra, más novedosa, es que los políticos europeos serán muchas cosas pero, para bien o para mal, ‘locos’ no están. Desde que comenzó la crisis en España no es extraño encontrar las terrazas de los bares de la capital de México repletas de españoles que piden cañas en vez de chelas o el montadito de Ibérico en lugar del taco con guacamole. En barrios como el de la Condesa del Distrito Federal ya no es llamativo escuchar a alguien hablando de “coger” el metro. Constituye una tercera oleada de inmigrantes españoles, después de las sucedidas a finales del siglo XIX y tras la Guerra Civil, en 1939. Todo ello ha sido posible gracias a la ‘cordura’ del líder del conservador Partido Popular, Mariano Rajoy.
Mientras esto ocurría con la ‘madre patria’, las principales fuerzas políticas de nuestro país firmaron en el Castillo de Chapultepec el Pacto por México, un acuerdo nacional para el crecimiento económico, el empleo, la competitividad y la inclusión social. Esta versión mexicana de los Pactos de la Moncloa de la transición española, que marcará este sexenio, incluye casi un centenar de medidas, entre las que destacan la reforma educativa, el visto bueno a la inversión privada en Pemex, la apertura a la competencia del sector de las telecomunicaciones, una ley que pone coto a la deuda de los Estados y el comienzo de la implantación de un sistema de seguridad social universal cuyo primer paso será garantizar una pensión a los mayores de 65 años.
Este pacto es un viejo anhelo de la mayoría de los mexicanos, da idea el hecho de que se había visto frustrado por intereses de partido desde los tiempos del presidente Ernesto Zedillo (1994-2000). Tampoco fue posible en los años siguientes durante las presidencias panistas de Vicente Fox y Felipe Calderón (2000-2012). Si nos basamos en la tesis de Nassir Ghaemi, todos ellos eran, paradójicamente, demasiado ‘cuerdos’. México, Quintana Roo y Cancún necesitan, ahora más que nunca, políticos ‘locos’.
La historia de Andreas Lubitz, autor del ‘accidente’ de Germanwings, me recordó el primero de los ‘Relatos salvajes’ de Damián Szifrón
El morro de un avión embiste, como la cabeza de un toro bravo, contra una pareja de ancianos que disfrutan de la tarde en un jardín primorosamente cuidado. Un segundo antes, en el interior del aparato, un psiquiatra ha golpeado la puerta de la cabina para gritarle al piloto que han sido sus padres, que estarán plácidamente sentados en su jardín, y no todos los pasajeros del vuelo -su exnovia, un profesor que le suspendió en un examen, un compañero que se reía de él en el colegio, etcétera-, quienes han arruinado su vida. Así arranca la esplendorosa película ‘Relatos salvajes’, del argentino Damián Szifrón, una de las mejores películas que he visto últimamente, en el Cinepolis del Malecón Las Américas de Cancún. En la producción estaba involucrado el director español de cine, Pedro Almodóvar. Su brillante principio fue lo primero que me vino a la cabeza al conocer la historia de Andreas Lubitz, autor del trágico ‘accidente’ de Germanwings. Esperemos que este ‘kamikaze’ yuppie no hubiera visto ‘Relatos salvajes’…
La realidad supera a la ficción, porque Lubitz no seleccionó a sus víctimas, dejando al azar el macabro capricho de escoger a los 150 inocentes desconocidos a quienes condenó a morir con él. Más allá del dolor de las familias, de la despiadada crueldad de la acción que les ha despojado de sus seres queridos, me ha sobrecogido la frecuencia con la que se producen accidentes por esta causa, y el hecho de que los hayamos ignorado hasta ahora. Los comandantes suicidas o, mejor dicho, los comandantes suicidas asesinos, han golpeado durante los últimos años en aviones pertenecientes a compañías de países subdesarrollados, como Malasia, Mozambique, Egipto, Indonesia o Marruecos, sin que la comunidad internacional se planteara cambiar las regulaciones de seguridad en ninguno de esos casos. “Tal vez, de lo contrario, ahora no tendríamos nada que lamentar, y el recuerdo de una buena película no nos dejaría un sabor amargo en el paladar”, como recalcaba la también escritora hispana, Aldumena Grandes. El ‘kamikaze’ yuppie Andreas Lubitz pudo ver ‘Relatos salvajes’…
‘Relatos salvajes’ es una historia bárbara. Un director argentino célebre en su país, pero casi desconocido en el resto del mundo, rueda seis historias sobre qué pasaría si cediéramos al deseo de perder el control. La española ‘El deseo’, de los hermanos Almodóvar, coproduce la película. El filme llega a Cannes y logra aplausos y risas. Se estrena en Argentina y se convierte en la película más vista de su país. De paso, arrasa en los premios del cine argentino con 10 galardones. Y, ‘Relatos salvajes’ puede presumir también de estar entre las cinco finalistas para el Oscar a mejor película de habla no inglesa.
“Llevábamos mucho tiempo cortejando a Damian, desde su película ‘Tiempo de valientes’. Detectamos un gran talento, con una mente y una fabulación muy potentes, mucho gusto por el cine clásico y un extraordinario instinto musical”, relata el productor Agustín Almodóvar. Finalmente, con ‘Relatos salvajes’ ambos se dieron el “sí, quiero” y empezó un matrimonio más que feliz. “La película nos gustaba muchísimo, la veíamos como un retrato de lo peor de la condición humana, y por eso creo que se entiende en cualquier cultura. Aunque teníamos miedo, porque era un filme difícil de clasificar”, añade el productor y hermano de Pedro Almodóvar. De hecho, resultó que sus temores tenían fundamentos.
“En 2013, hicimos preventas en el mercado de Cannes con el guión y apenas lo compró un pequeño país de los Balcanes. A muchos les interesaba la historia pero les provocaba dudas. Algunos la calificaban de antisistema, y querían verla antes”, recuerda Almodóvar. Pero, en 2014, el resultado fue radicalmente distinto. ‘Relatos salvajes’ arrasó en el mercado, todos querían comprarla y, para Francia y Alemania, hubo que hacer “casi una subasta”, se ríe el productor. En el país transalpino, por cierto, el filme se acaba de estrenar con buenos resultados, según Almodóvar.
Ahora, productores y director programaron un viaje a Los Ángeles, porque, hace años, que para los Oscar una buena promoción cuenta al menos tanto como un buen filme. “Cada vez es más importante encontrarte con gente, motivar el voto. Se parece mucho a la política. Tienes que demostrar que te hace ilusión que apuesten por ti”, cuenta Agustín Almodóvar. Puesto a identificar el mayor peligro en la gala, el productor elogia a sus contrincantes pero destaca a una, la que está en la boca de todos: “Perder porque gane Ida no sería nunca una deshonra. Me pareció maravillosa”.
‘Relatos salvajes’ junta seis historias independientes entre sí que van desde dos conductores que se desafían en un duelo a muerte por la autopista hasta una boda que acaba en estallido de violencia. Hay espacio para la venganza de un ingeniero contra la administración pública que se obstina en llevarse su coche y para la de un tipo que decide hacérsela pagar a todos los que le han tratado mal en su vida, desde el colegio hasta su edad adulta.
“Cualquiera puede perder el control. Estamos a menudo ante el deseo de hacerlo, aunque luego pase pocas veces”, contaba Szifrón (Ramos Mejía, 1975) en el festival de Cannes. “Cuando leo en el diario algún suceso trágico nunca tengo la sensación de que el tipo que lo ha cometido sea ajeno a mí”, añadía. Con esta receta el director concibió unas 15 historias, pero acabó quedándose con las más salvajes.
Cuesta imaginar el entusiasmo que pueda tener ahora mismo el cineasta. El director ya parecía feliz y emocionado en La Croisette, solo con estar en el festival. Allí, con su habla aceleradísima, relataba que le gustan “las películas hechas desde el corazón, que no buscan ganarse un lugar entre los eruditos y están destinadas al público común”. Desde luego, los espectadores han respondido a su receta, tanto en su país como fuera. A las pocas semanas de su estreno en Argentina, ya se había convertido en el filme nacional más visto de la historia de su país, al menos desde que en 1997 se empezaron a recopilar datos oficiales. En octubre, Relatos salvajes ya se había colado como sexto y más reciente miembro en el club de las películas que vendieron más de tres millones de entradas en Argentina. Y, en España, ha logrado más de 720.000 asistentes…
Diversos cines de Londres han emitido en las últimas horas una advertencia para los espectadores ante las “turbadoras” similitudes entre una de las historias que narra Relatos salvajes y el accidente de avión en los Alpes franceses de la semana pasada, explicó a la agencia EFE una portavoz del British Film Institute (BFI). En la primera de las seis historias que narra la cinta, dirigida por el argentino Damián Szifron, un hombre se encierra en la cabina de un avión, en una situación similar a la que se sospecha que provocó el copiloto de la aerolínea alemana Germanwings Andreas Lubitz, aunque, claro, en clave de comedia negra.
Ante la polémica desatada en el Reino Unido por esa semejanza, las salas del BFI recalcan a los espectadores antes de comprar las entradas de que la cinta, cuyo título en inglés es Wild Tales, es “una obra de ficción”. “Cualquier similitud con eventos reales es involuntaria y una desafortunada coincidencia”, subraya la nota de los cines. La cadena Curzon también ha publicado una advertencia explícita en su página web: “Después del accidente aéreo de Germanwings el 24 de marzo, por favor tengan en cuenta que ‘Relatos salvajes’ contiene secuencias que algunos espectadores podrían encontrar perturbadoras…”.
Una portavoz del British Film Institute subrayó que las similitudes entre la película, nominada en la pasada edición de los Oscar como filme en lengua extranjera y a la Palma de Oro en Cannes, son “obviamente una terrible coincidencia”. Según el BFI, los cines de Londres han registrado una amplia afluencia de público para ver la película desde que se estrenó el pasado viernes.
Los depresivos Lincoln, Roosevelt, Churchill sacaron a sus países de graves crisis y no estrellaron aviones como Andreas Lubitz, incapaz de sentir compasión, el ‘kamikaze’ pudo ver la película ‘Relatos salvajes’.