A fines de marzo una menor de 13 años se suicidó en la colonia Proterritorio de Chetumal porque su padre la golpeó y le negó un permiso. Su gemela sufrió un shock nervioso y fue hospitalizada, según notas periodísticas.
Recientemente, en Cancún una jovencita de la misma edad fue violada, apuñalada y encontrada muerta en la Región 251. Es uno de los casos más difundidos por la prensa local, que sigue conmoviendo a quienes conocen los pormenores.
¿Qué está pasando con nuestra juventud? Hay una diferencia abismal en ambas historias: una decidió equivocadamente tras un supuesto regaño y la otra salió a comprar para sus padres, pero encontró la muerte.
Probablemente el único denominador común es la tragedia que enlutó a dos familias del Estado. Sin embargo, conviene recordarlas para responder la pregunta. Y aun cuando no son los primeros ni posiblemente los últimos, siguen frescos en la memoria colectiva.
Durante una charla casual con un sicólogo, me insistió en que los adolescentes en general están desanimados y mal orientados; que es una constante en el país y prácticamente en todo el mundo, acentuada en países donde la soledad, la presión, la inseguridad y el fracaso son comunes.
¿Qué necesitan en particular?, pregunté. “Motivación”, contestó categórico. En la medida de que se sientan motivados, ni las presiones, ni la soledad, ni siquiera la inseguridad, van a poder con su energía bien canalizada.
Pese a desconocer el primero de los casos presentados, el especialista presentó una hipótesis que podría ser frecuente en muchas familias: la falta de apoyo y respeto entre las partes, pues debe entenderse que los padres deberían apoyar a los adolescentes y no controlarles. La diferencia entre imponer y guiar es vital.
Los padres, los familiares o sus maestros, deberían motivarlos adolescentes a buscar actividades novedosas o grupos interesantes para estimular nuevos intereses. A veces no ven una conexión entre el trabajo que se les pide y sus metas, como pudo ocurrir en el segundo de los casos. Peor aún es cuando los jóvenes no saben lo que quieren, como ocurre en la mayoría.
Ahora bien, los padres deben alentarlos a comprender que la libertad y el poder conllevan responsabilidades. Si un adolescente quiere tomar decisiones independientes, entonces tendrá que asumir la responsabilidad de las consecuencias.
En el segundo de los casos, por ejemplo, las causas de los abusos contra los menores son múltiples y diversas: desde el excesivo calor que obliga a vestir ropa ligera o la abundancia de áreas verdes que facilitan la comisión de estos delitos, hasta los diminutos espacios de las casas que facilitan el contacto físico o el desarraigo de muchos habitantes –vivales oportunistas– que delinquen y se van sin dejar rastros.
En este sentido, fortalecer los programas preventivos, las sanciones y procurar que los jóvenes no se expongan, son factores que podrían mitigar. Claramente no es responsabilidad única y exclusiva de las autoridades encargadas de la seguridad, sino de los padres, los maestros y hasta de los vecinos, sobre todo cuando existe unión o intereses compartidos.
El mismo experto hizo hincapié en un aspecto que se puede detectar a tiempo, pero por descuido no se percibe: la influencia de malas amistades. El grupo puede influir mucho, y tanto los padres como los maestros pueden utilizar lo que saben de los amigos del menor para neutralizar la posible influencia negativa y aumentar la positiva.
Por un lado, debe tenerse en cuenta que los éxitos animan y los fracasos desaniman. Los adolescentes parecen no identificar sus logros, pues a muchos nadie se los celebra.
Por el otro, hay que reconocer que las medidas para prevenir las violaciones (que pueden terminar en una tragedia peor como la de Cancún) no están siendo efectivas. Prueba de ello es el lugar de Quintana Roo en esta “lista negra”.
Es una tarea de todos prevenir más aberraciones y no solamente de quienes conocieron a estas niñas.